*El retiro de Juan Carlos I
*Comienza el reinado de Felipe VI
La sabiduría popular dice con sorna: los hombres pasan y el terruño y la historia quedan. Por lo mismo, en cuanto se produce la abdicación voluntaria e inusual de un monarca vivo como Juan Carlos I que llevó la Corona con honor y entereza durante 35 años y asume la sucesión su hijo como Felipe VI, las gentes buenas de ese rancio país gritan ¡Viva España! Ese rugido de los españoles se ha repetido como un ritual por siglos y en esta ocasión ahoga las protestas de las minorías de descontentos que han aprovechado el momento para mostrar hostilidad a la Corona, lo que es natural entre minorías en tiempos de crisis económica. Que por lo demás es injusto, dado que el Rey en España no gobierna, encarna la unidad nacional, representa la tradición y se esfuerza con su consejo, como decía Felipe II, en fomentar el sosiego entre los que mandan y las fuerzas antagónicas. En España, como país democrático, con una democracia de partidos, gobiernan los políticos como representantes electos del pueblo. Y, naturalmente, luego viene otro grito, el famoso ¡viva el Rey! Con el que se celebra el arribo al trono de Felipe VI.
La monarquía española actual representa el glorioso pasado de una España imperial, que en su momento tuvo supremacía en Occidente y en la que no se ponía el sol. Y se hizo imperial en el instante que por un azar de la historia, Cristóbal Colón pisa tierra en el Nuevo Mundo y el pequeño país salido de la ruptura con los moros y apenas estrenando la precaria unidad alcanzada por la espada, se ensancha y la historia de la humanidad se vuelve universal. Una España agigantada que asumió en un momento dado los ideales caballerescos y de aventura, tal como se cuenta en El Quijote, pero que también tiene su Buscón, su Celestina y el Don Juan, que caracterizan en cierta forma el alma nacional. Además, José Ortega y Gasset sostenía que no se entiende la historia de España sin percibir el influjo de lo taurino en su pueblo. Y es que un pueblo que admira el valor del torero, su disciplina, su destreza y reconoce el rito mítico-religioso que encierra ese arte, se corresponde con su carácter, hazañoso y franco.
Para los españoles la figura del Rey está ligada al pasado común de grandezas y miserias. Que siempre representa la permanencia y singularidad de España en el tiempo, como la virtud de lo misional y el sueño de realizar grandes empresas que en determinados momentos aflora hasta en el más modesto de los españoles, aun en tiempos de adversidad. El Rey encarna la neutralidad, no está con ningún partido, cumple sus deberes a satisfacción de todos los españoles, en cuanto los representa. Según se dispuso con sabiduría legislativa en la Constitución de 1978 el Presidente y el Parlamento hacen lo suyo. Así se sintetiza el ser de España, se ha logrado la ecuación perfecta del monarquismo, el parlamentarismo y el presidencialismo en democracia, figura singular que representan fuerzas que antes fueron antagónicas y que hoy fortalecen el sistema. Parte de las funciones protocolares del Presidente las cumple el Rey, son los ritos de la tradición combinados con el protocolo moderno, con una disciplina que no conoce descanso ni tregua, más en tiempos en los cuales está expuesto a diario a la vigilancia de los curiosos que no respetan su vida privada y que con impertinencia le piden que se comporte como un burgués satisfecho.
Quienes entienden del hilo histórico que une a los países hispanos con la Madre Patria, forjados a partir de la desintegración del Imperio Español en América, en la más honda tradición republicana, también comprenden y valoran en su diversidad el proceso político español. Estamos al tanto que la historia juzgará a Juan Carlos I como uno de los reyes que mayores servicios le ha prestado a su país, puesto que el Rey no gobierna, mas influye por su investidura y prestigio en las grandes decisiones de Estado y es fundamental en la política exterior.
El hoy rey Felipe VI, por su preparación, dedicación y vocación, como por llevar desde la cuna el peso de una tradición familiar de siglos y en su caso de su vida al servicio de España, de sus ideales e intereses, como por su visión política, asume sus grandes responsabilidades en un momento crucial de la historia. Le corresponde al monarca atraer como un imán a los españoles, devolver el optimismo a su pueblo y apoyar la recuperación nacional en todos los órdenes. Los ojos del mundo miran a Madrid y en su mayoría le desean suerte.