La paz y el papel de la Iglesia
Las víctimas, eje central del proceso
La confirmación por parte del Vaticano de la visita a Colombia del Papa Francisco es sin duda una de las mejores noticias en lo que va corrido del año para un país que, es innegable, continúa teniendo mayorías católicas en su población. Si bien desde el primer día en que, hace dos años, se escogió al cardenal argentino Jorge Bergoglio como el sucesor del dimitente Benedicto XVI, en nuestro país se empezó a gestionar una visita pontificia, lo cierto es que ese periplo tiene mayor utilidad en la medida en que se verifique no solo desde el punto de vista estrictamente religioso, sino que se enmarque o se enrute como un elemento clave en la cimentación del proceso de paz que ya, en su tercer año, parece dirigirse a la meta final del anhelado acuerdo para la terminación definitiva del conflicto armado. Para nadie es un secreto que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha sido permanente entusiasta e indeclinable facilitadora de la causa de la paz en Colombia a lo largo de las últimas décadas y su credibilidad es sin duda el principal activo para ser garantía de no pocos intentos de diálogo y negociación a lo largo de sucesivos gobiernos.
Así las cosas es evidente que la visita del Papa en momentos en que avanza el proceso de paz que más lejos ha llegado en Colombia, resulta trascendental para reafirmar que la negociación en curso alcanzó ya un punto de no retorno y que, por lo tanto, la prioridad tanto a nivel nacional como internacional debe ser allanar el camino para concretar ese pacto final y dejar atrás por fin una guerra que ha desangrado al país y dejado una estela de muerte y destrucción.
La carta enviada por el Secretario de Estado del Papa, cardenal Pietro Parolin, al presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro, deja ver a las claras el interés del Pontífice por el devenir de las tratativas de paz, sobre todo reconociendo de entrada que se trata de un proceso complejo y cuya resolución, en consecuencia, no se dará por un proceso de corta duración. De allí que se llame a mantener los esfuerzos, siempre bajo el enfoque de cimentar la paz desde el punto de vista de las víctimas, la restauración de su dignidad, bajo una línea de justicia, fraternidad, diálogo, entendimiento, en la certeza de que todas esas características son el fundamento de la construcción de una sociedad renovada, que tiene su antítesis en la injusticia, la corrupción y la exclusión. La misiva también hace énfasis en que el papel de la Iglesia es convertirse en “un hospital de campo” en el que se puedan reencontrar y reconciliar víctimas y victimarios. El anuncio de la visita papal, entonces, debe entenderse como un espaldarazo no al proceso en sí mismo, sino a la terminación exitosa de la negociación y las bases del posconflicto.
No es este el único esfuerzo de alta política que está haciendo el Vaticano para que se superen conflictos de larga data, como lo prueba su cautelosa pero efectiva intervención en la etapa previa y confidencial que llevó a los gobiernos de Estados Unidos y Cuba a anunciar semanas atrás el inicio del proceso de restablecimiento de las relaciones políticas, diplomáticas y económicas (aunque el embargo se mantiene), tras más de cincuenta años de rompimiento. El componente internacional del proceso de paz en Colombia se fortalece así, no solo por el papel activo de la Iglesia, sino por otros anuncios recientes como la decisión de Estados Unidos de designar un enviado especial para el proceso, la estructuración por parte de la Unión Europea de un fondo para financiar el posconflicto, y la disposición de la ONU para asumir roles más activos en la negociación entre el Estado colombiano y las guerrillas. Está claro, por ende, que tanto las Farc como el propio Eln deben notificarse de que no puede haber lugar a más dilaciones ni excusas, pues no solo la nación colombiana les reprochará tal comportamiento, sino también la comunidad internacional.