No es la primera vez que en estas páginas nos referimos al clima de violencia que está rodeando al fútbol, pero no al deporte como tal, pues es de reconocer que en los estadios y sus alrededores cada vez son menores los incidentes entre hinchas. En realidad, los desórdenes y riñas se registran en sitios alejados de los escenarios deportivos.
Semanas atrás en la capital del país se disparó la alerta por el asesinato de tres personas en pocos días debido a que los agresores o los agredidos portaban camisetas de determinado equipo de fútbol profesional. La acción de las autoridades y la indignación de la ciudadanía llevaron a que en breve lapso los presuntos responsables de los crímenes pudieran ser capturados y sometidos a la justicia.
Sin embargo, las riñas, agresiones y hasta muertes relacionadas con las preferencias por un equipo u otro se están volviendo un drama diario. Es más, expertos en el tema de la violencia protagonizada por hinchas violentos y desadaptados sostienen que la mayor parte de las peleas con saldo de heridos o fallecidos no se presentan los días en que hay partidos, sino en otras jornadas en donde el balón no rueda en los estadios. Ello evidencia aún más que este problema de violencia no está directamente relacionado con la actividad futbolística como tal, sino que ya tiene ribetes más complejos como el del pandillerismo o los llamados ‘combos delincuenciales’.
Sin embargo, es muy distinto lo ocurrido el domingo pasado en Medellín, cuando el autobús que trasladaba el equipo de los Millonarios al estadio Atanasio Girardot para disputar la final de la Copa Colombia, fue agredido con piedras y le tocó a la escolta policial acelerar el paso para evitar lesiones a la delegación deportiva.
Aunque en algunos círculos de la prensa deportiva e incluso de la dirigencia futbolística se afirma que el hecho se está sobredimensionando es un craso error considerar lo ocurrido como un incidente circunstancial y aislado. No en vano ayer en la capital paisa había controversia por la propuesta policial de transportar a los equipos visitantes en tanquetas, con el fin de evitar que puedan resultar heridos en caso de una agresión de los hinchas desadaptados. Claro que es lesivo solo el imaginar un equipo llegando al estadio en estos vehículos y más para una ciudad que ha logrado a punta de tesón y sacrificio superar oscuras épocas de violencia. Pero algo hay que hacer para frenar no sólo los riesgos para los deportistas e hinchas sanos, sino para neutralizar a los desadaptados.
Que haya o no sanciones al estadio en Medellín es una cuestión que no le corresponde a la prensa ni a los aficionados definir, más aún en medio de los apasionamientos propios de estas instancias definitorias de campeonatos. Serán las respectivas autoridades deportivas, civiles y policiales las que deben tomar los correctivos. Lo ocurrido el domingo pasado fue grave, así de sencillo y no se puede permitir que vuelva a ocurrir. Tratar de subdimensionar el hecho es preocupante y podría generar un coletazo perverso: que otras hinchadas violentas también consideren que se pueden atacar las delegaciones de equipos rivales porque ello no genera mayor castigo.