* La decadencia del progresismo
* Se abre una esperanza en el horizonte
Bastó al país revisar los primeros boletines de la Registraduría para constatar el portentoso plebiscito que ayer vaticinamos en estas líneas contra el actual estado de cosas en Colombia. Al final la voz del pueblo se hizo escuchar de modo nítido y clamoroso contra la improvisación y la demagogia. La decadencia del llamado progresismo, y sus diferentes manifestaciones nacionales y locales como variables partidistas, es sin duda el hecho político de mayor relevancia dentro del resultado electoral. Un hecho que, naturalmente, debe ser exaltado en lo que significa como categórico rechazo a la corrupción, al populismo y sobre todo a jugar con el país como si fuera una ruleta.
En la inmensa mayoría del territorio colombiano se ha abierto, pues, una ventana para el optimismo y la esperanza de un nuevo horizonte por conseguir. El país ha recibido una bocanada de aire fresco que debe servir para entender que la ciudadanía está hastiada de la polarización, los trinos y la camorra como método de gobierno.
También el resultado general de las elecciones regionales es un significativo aval para las instituciones, para dejar de tratarlas como trompo de quitar y poner, y para recuperarlas de la tropelía a que han sido sometidas cuando la intención, en vez de vigorizarlas, ha sido la de neutralizarlas y actuar bajo la opacidad de confusas consignas que a propósito han disminuido los alcances del orden y la autoridad. La Constitución, por afirmarlo de este modo, ha vuelto entonces a ser el insoslayable pilar en que se soporta la sociedad democrática colombiana y su manoseo ha sufrido una derrota descomunal. En eso consiste, si se quiere, el nuevo mandato.
En este sentido, no en vano las elecciones, sean cuales sean, sirven de termómetro para renovar el mandamiento electoral previo, acrecentarlo, ajustarlo o rechazarlo. En el caso de ayer, no habría que ser muy perspicaz, ni un ducho en matemáticas, para entender que un gran caudal de los votos que obtuvo Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de 2022 hizo mutis por el foro y modificó sus preferencias hacia toldas de otra índole. En no poca medida, como rechazo a su gobierno. Si bien son jornadas electorales diferentes no deja de ser demostrativo que la democracia local se ha manifestado abiertamente adversa al progresismo cuando, por el contrario, este tipo de eventos sirven generalmente a los gobiernos nacionales en la ampliación de su espectro ideológico y la legitimación de sus políticas.
En tal caso, por ejemplo, suficiente con corroborar el drástico viraje de Bogotá, que de ser el bastión electoral del petrismo redujo el respaldo a esa a cauda a tan solo el 18% de los votos totales. En Medellín, aun con el díscolo alcalde petrista a bordo, apenas si consiguieron el 10% y en la gobernación de Antioquia se dio una derrota sorprendente y palmaria. En Barranquilla, que en un momento dado fue el punto de mira, la exposición progresista fue anulada por el candidato de Cambio Radical y la gobernación del Atlántico regresó a un veterano del partido liberal con base en una amplia coalición. Y como si fuera poco en Cali ganó Alejandro Eder, uno de los más claros exponentes contra el progresismo.
Por su parte, tal vez haya sido esta la primera vez, en muchas décadas, que el proselitismo en torno de la “paz” no tuvo repercusión electoral alguna, pese a ser la bandera principal del gobierno. Por el contrario, se dio una votación generalizada por quienes tuvieron de epicentro programático la seguridad, la neutralización de los criminales y la defensa de la Fuerza Pública. De allí, verbi gracia, que el partido conservador logrará buenos resultados en alcaldías y gobernaciones.
De otro lado, el rechazo a la improvisación, tanto local como nacional, se hizo evidente en la reelección de aquellos alcaldes y gobernadores que, en su turno precedente o a lo largo del servicio público, demostraron resultados efectivos a la ciudadanía. Tales los casos de Federico Gutiérrez, Alejandro Char, Dilian Francisco Toro, Eduardo Verano, Jorge Emilio Rey, Rodrigo Villalba, entre otros. Esto significa que el país es hoy proclive a la experiencia y a medir a los mandatarios, no por la retórica, ni los discursos, sino por las políticas públicas eficaces y la acción gubernamental a favor del progreso y el sentido común.
De hecho, la estupenda victoria de Carlos Fernando Galán en Bogotá, con el 50 por ciento de los votos, superando en diez puntos el umbral del balotaje y sacándole 30 puntos al segundo, también es una demostración de que la ciudadanía favorece a quienes han estudiado a fondo los problemas que se pretenden resolver. En suma, que la democracia es cosa seria y que la política no se improvisa.
Asimismo, es válido decir que también se dio un mensaje para el Congreso en la vía de que las reformas presentadas por el gobierno no parecerían haber sido atractivas al electorado. De suyo, la tan cacareada “calle” quedó en nada frente a los dictámenes de las urnas.
La jornada, por desgracia signada por algunos desmanes y en particular por el secuestro del padre del futbolista Luis Díaz, en todo caso fortaleció a la democracia. La Registraduría cumplió cabalmente. El país votó por la libertad y el orden.