* Las ‘normales’ tropelías de Maduro
* ¿Cuándo se pellizcará Biden?
Tal vez una de las taras más costosas en el ejercicio del poder es la ingenuidad. Pero sucede más a menudo de lo que se cree. De hecho, en los últimos tiempos no solo ha sido la inocencia del gobierno israelí con respecto de los terroristas de Hamás, hasta la tenebrosa matanza del 7 de octubre, sino también el candor del gobierno Biden frente a la satrapía de Nicolás Maduro, en Venezuela.
Cualquiera hubiera pensado, por supuesto, que en menos de lo que canta un gallo el dictador caribeño rompería su palabra frente a los compromisos con Estados Unidos de recuperar la democracia en su país. No obstante, el único que no lo creyó así fue, por cierto, el presidente norteamericano y sus diligentes (como igualmente candorosos) delegados políticos internacionales. Y en un pálpito intempestivo le dieron plena credibilidad al sátrapa al tenor de que, con anunciar el levantamiento de las sanciones impuestas, el círculo de usurpadores venezolanos tomaría pasos serios en el propósito de convocar a unas elecciones legítimas y democráticas el próximo 2024.
Poco se hicieron, claro está, la pregunta sobre si el régimen enquistado en la nación hermana no es más que una confabulación de sórdidos intereses creados en donde, a nombre del pueblo, se roba al mismo pueblo y se le reduce a la miseria, el éxodo y la infamia. Y menos se dieron a la tarea de pensar que el peor enemigo que estos tienen, por tanto, es precisamente la democracia, con su sistema de orden y libertades. Ante lo cual no estarán, desde luego y en absoluto, dispuestos a nada que huela o se acerque a ella porque sería tanto como perder la vaca lechera y los beneficios del peculado. Y todavía más si es fácil avizorarlos en la lona, al borde de los tribunales de justicia. ¿Acaso van a dejar de lado esa impune cantera corrupta y la protección de estar en el gobierno ante tantos escandalosos pleitos que los aguardan en el exterior?
No fue más, claro está, que María Corina Machado ganara las elecciones internas de la oposición, el pasado 22 de octubre, para que sintieran el tremor en Miraflores. En principio, y pese a las amenazas e inhabilidades que le preconfiguraron, la jornada electoral demostró la fuerza indeclinable de la principal líder de los opositores, quien obtuvo un magistral desempeño con más del noventa por ciento de los dos millones cuatrocientos mil votos. A Venezuela, y al mundo, quedó entonces claro que aquella sería la siempre valiente protagonista de una casi segura victoria sobre Maduro, en caso de mantenerse la ruta establecida hacia unas elecciones limpias el año siguiente, con la lupa de un sinnúmero de periodistas y el control de acuciosos observadores internacionales. ¿Qué haría, pues, un dictador en esas circunstancias apremiantes?
No habría que ser ningún arúspice, mago o nigromante para dar una respuesta inmediata: acabar con todo, levantar el mantel y dar un manotazo en la mesa. Que fue, ‘naturalmente’, lo que hizo Nicolás Maduro. Quizá no solo por el mensaje que ya había recibido de las urnas venezolanas, en la exaltación democrática de Machado. Es posible que también a raíz de que en la vecina Colombia el “bolivero” y progresista presidente turno, tan de sus afectos (igualmente correspondidos), recibió una estruendosa derrota en el plebiscito antigubernamental en que se convirtieron las elecciones regionales del domingo pasado.
Bajo esa perspectiva, anteayer Maduro, en conexión con su Corte de bolsillo, procedió a lo que por descontado es un despropósito democrático monumental, pero que en razón de la naturaleza de los dictadores es apenas ‘normal’: alegó fraudes fantasmas y sus correligionarios en la magistratura ratificaron el espurio veto a la candidatura de la señora Machado. Nada de qué sorprenderse. Se acabó la pantomima y de nuevo queda claro, como la salida del sol, que una Venezuela democrática, donde se escuche y respete la voz del pueblo, es caso perdido.
Pero mucho mayor sorpresa consiste en que todavía el gobierno Biden y su Cancillería no parecieran aun darse por enterados de la burla y el portazo que han recibido frente a la ruta del ingenuo regreso a la democracia, la liberación de los presos políticos y el retorno a la normalidad, después de la quiebra, la hambruna y la debacle humanitaria. Ciertamente, al igual que se espera con Irán y su aliado Hamás, no pueden más que volver por las sanciones para salvar a Venezuela. ¿Alguno de estos días se pellizcará Biden?