Uribe, sin libertad | El Nuevo Siglo
Miércoles, 5 de Agosto de 2020
  • Una medida sorpresiva
  • Los retos del debido proceso

 

Una decisión de una sala de la Corte Suprema de Justicia, que paradójicamente actúa a la vez de entidad acusadora como de tribunal de garantías, decidió ayer dictar detención preventiva contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez, en su carácter de senador aforado. Acto seguido la entidad dispuso la sustitución en prisión domiciliaria, como es actualmente común en las resoluciones judiciales a causa de la pandemia del coronavirus.

Así las cosas, la corporación le impidió sorpresivamente al expresidente defenderse en libertad de las imputaciones de soborno y fraude procesal hechas por la misma Corte, luego de que se diera un cambio dramático en el proceso instaurado por Uribe Vélez contra el senador Iván Cepeda, por la compra de testigos. La Corte dictaminó, entonces, la inocencia de Cepeda y, además, decidió encausar al denunciante en la misma materia, dando un viraje de 180 grados. Ahora, adicionalmente, dictamina la prisión domiciliaria del expresidente y senador Uribe Vélez, sin ponderar nada diferente a que consideran que podría ser un obstructor de la justicia, es decir, que la sala deduce “motivos graves y fundados” como para pensar que el imputado podría incurrir, durante el proceso, en cualquiera de las anomalías señaladas al respecto en los códigos. Con lo cual la gran mayoría del país se ha mostrado extrañado, aparte de la pugna tradicional entre uribistas y antiuribistas. En suma, los magistrados buscarían salvaguardar el proceso de la presumida mala fe del procesado. Desde luego, la apelación será instantánea y nada peor, para el caso, que primara un espíritu de cuerpo alejado del garantismo constitucional. 

Aparte del círculo vicioso de la pugna entre uribismo o antiuribismo, una noticia de semejante envergadura ha puesto, desde luego, a temblar al país. Esto porque pocos fenómenos políticos, en los 200 años de historia republicana colombiana, como el de Álvaro Uribe Vélez. En efecto, de los últimos cinco períodos presidenciales, por ejemplo, en cuatro ganó gracias a su influjo electoral, bien en cabeza suya o de pupilos surgidos bajo su sombra y con su trabajo de motor esencial de aquellas campañas. En uno de ellos perdió, a través de otro de sus discípulos, a raíz de circunstancias que todavía son motivo de honda controversia.

De hecho, Álvaro Uribe ganó en dos ocasiones la presidencia de la República sin necesidad de segunda vuelta. Es decir, que superó de lejos los umbrales constitucionales, con lo cual los colombianos le otorgaron un doble mandato rotundo en los que cumplió sus promesas. Habernos opuesto a su reelección, por considerar entonces la figura ajena al devenir constitucional contemporáneo del país, no nos priva, en modo alguno, de reconocer su magnitud histórica.

Todo lo anterior, de otra parte, para dar una perspectiva aproximada de lo que ha significado Uribe Vélez en la democracia colombiana y su desempeño poco común en la lid de las ideas y el combate político, bajo el escrutinio público permanente, durante las últimas décadas. Se trata pues de la dimensión democrática fidedigna de quien, por supuesto mucho más allá de ostentar el mero título de expresidente o de jugar sus convicciones en la arena política, ha logrado una sintonía inédita con el pueblo colombiano e incluso con amplios sectores latinoamericanos.

En consecuencia, como se sabe, Uribe Vélez ha sido adalid contra la impune satrapía que sigue esquilmando a Venezuela, a costa de la criminal hambruna de los habitantes, y cuyo modelo infame los anarquistas anhelan en Colombia, a propósito del desprecio por la libertad dentro del orden, de la iniciativa privada y del desarrollo con equidad social. No en vano, naturalmente, el primero en aplaudir la detención del expresidente Uribe ha sido el sátrapa mayor del país vecino, igualmente feliz desde la inolvidable burla a la justicia colombiana de los “santriches” y demás terroristas, que se fueron impunes y de quienes es protector. Probablemente a razón de ello es que en las redes sociales hoy circula a raudales la frase del doctor Álvaro Gómez Hurtado según la cual: “hemos llegado a una situación escandalosamente paradójica en la que nuestro sistema de justicia parece estarse pasando al bando de los criminales”. 

Es más, como es prácticamente un plebiscito en las diferentes opiniones, continúa siendo otra lesiva paradoja que hoy ocupen curules en el Congreso, después de un proceso de paz que exigía la condena previa y el cumplimiento de las sanciones alternativas, quienes llenaron de terror y barbarie al país, mientras Uribe Vélez, el senador con mayor votación en la historia nacional y quien los enfrentó valerosamente en su gobierno, deba dejar el escaño.

La detención de Álvaro Uribe Vélez ha sido un detonante, no previsto, para entender la dimensión de lo que está en juego en Colombia. En su caso, entrando de hace tiempo en la historia, sigue siendo la figura preminente del acontecer nacional, de hoy y hacia el futuro. De suyo, hay indignación y melancolía en una buena parte del país a cuenta de la situación que le impide abocar su defensa en libertad. Es comprensible que así sea, sin que ello desdiga del acato y respeto a las decisiones judiciales. Tiene esto pues implicaciones políticas que han despertado una gran solidaridad nacional con su persona, invocando la imparcialidad de la justicia y el derecho a la igualdad ante la ley de cualquier ciudadano, que es lo que pareciera no haber obtenido, pese a su actitud diligente y rigurosa ante los requerimientos de los jueces. Sabrá sin duda demostrar la buena fe en todas sus actuaciones. Y encontrará fortaleza en las mismas palabras escritas en sus Memorias: “Creo en Dios y confío en sus designios… Estas convicciones me han sostenido en los momentos más oscuros y me impulsaron a seguir adelante sin descanso”.