El segundo triunfo en línea logrado ayer por la Selección Colombia en el Mundial de Brasil, no sólo superó en emotividad al primero obtenido ante Grecia, sino que dejó ver a un equipo nacional que al medirse a una aguerrida Costa de Marfil, sin duda un rival potente y con buenos jugadores, demostró ser maduro en lo táctico, concentrado en la mayor parte del tiempo, solidario en la recuperación del balón, rápido en el contragolpe pero, sobre todo, que no ahorró esfuerzo alguno por asegurar los tres puntos que, horas más tarde, tras el lánguido empate entre Grecia y Japón, ratificaron el paso a los octavos de final de la máxima cita orbital del balompié.
Merecida, pues, la felicitación y los elogios, tanto nacionales como internacionales, al equipo del profesor José Pekerman, que no sólo tiene dos triunfos en igual número de partidos, con una muy buena producción de goles, sino que está demostrando un fútbol que propende por el ataque, el manejo fino del balón y por momentos hace recordar aquella celebrada época del “toque toque” colombiano, liderada por el siempre ídolo Carlos Valderrama. También más que merecida la forma en que millones de compatriotas celebraron ayer el 2-1 final ante los marfileños. Hacía mucho tiempo no se veía tanto fervor y un orgullo patrio tan a flor de piel alrededor de las ejecutorias de nuestros deportistas. Los mares de personas con camisetas amarillas y rojas que inundaron todo el país, emocionan y ponen de presente que el sentimiento de pertenencia nacionalista sigue intacto. Y esa percepción conmueve adicionalmente al ver que los jóvenes y niños son los más entusiastas en el apoyo de la selección. Este es un elemento muy importante si se tiene en cuenta que luego de tres campañas fallidas en línea para ir al Mundial, esos noveles aficionados es la primera vez que sienten y viven la magia que significa clasificar a un campeonato global y, más aún, la felicidad incontenible al presenciar un rendimiento tan efectivo del equipo, en el que si bien se pueden señalar algunas actuaciones estelares, en realidad hay que reconocer el buen nivel que tiene todo el plantel.
Sin embargo, en medio del jolgorio patrio alrededor de nuestra Selección hay que llamar la atención sobre dos aspectos importantes. En primer lugar, que un campeonato mundial es una competencia del más alto nivel y, por lo mismo, es necesario evitar los triunfalismos y actitudes de sobrades o exceso de confianza. Parecería claro que la Selección y el cuerpo técnico están actuando con esa necesaria cabeza fría, pero no tanto así la inmensa afición, la misma que debe entender que no hay enemigo pequeño en Brasil y la forma en que varios equipos de elite, como España, han caído por el camino, lo pone en evidencia.
El tempranero paso a octavos no puede relajar la Selección, menos distraerla. Y tampoco debe llevar a la afición para que del optimismo objetivo se pase automáticamente al incierto triunfalismo. Hay que ir paso a paso.
Y, como siempre ocurre, reiterar el llamado a que se celebre en paz, controlando la ingestión de licor y sin desembocar en el desorden y la agresión. Ya en el primer triunfo en Brasil hubo un saldo fatal muy alto y ayer en la noche los reportes de disturbios en varias zonas del país crecían. Se entiende, claro, la emoción contenida en los millones de compatriotas luego de tres ausencias mundialistas, pero no por ello la alegría debe terminar en la tragedia. Es completamente absurdo.