· Proscripción de la historia en el país
· Un plebiscito a favor de Viviane Morales
La historia no es algo que se pueda anular del carácter sensible de lo humano. No obstante, así se pensó en Colombia, desde hace más de 30 años, cuando se eliminó la materia del pensum y se redujo el currículo correspondiente a una diminuta mescolanza de humanidades sin las características esenciales de cada rama. Semejante conducta lesiva ha hecho lo propio a fin de desterrar el núcleo de las ciencias sociales de la primaria y el bachillerato y de éste modo se ha hecho de los colombianos, desde las bases fundamentales de la educación, seres abstraídos de la pertenencia universal, ignorantes de su propio entorno, y cuyas derivaciones mundiales apenas si vienen dadas por el agobiante consumismo materialista.
Efectivamente ello ha llevado, como aproximación intelectual básica en la idiosincrasia colombiana, a que impere el inmediatismo, la visión escueta del aquí y el ahora. Mejor dicho, el presente en bruto, sin las categorizaciones que tienen soporte en el pasado y que implican una correa de transmisión hacia el futuro. Porque, en términos latos, no hay presente en sí mismo, salvo en su condición de intervalo. Y es por ello que resulta indisociable el acumulado histórico de la vocación de futuro, tanto en la vida de la cultura y de las naciones, como en la formación y desarrollo de la persona en cuanto a ser integral y armónico.
Un país que desdice de la historia, según puede corroborarse de lo anterior, genera las condiciones para volverse inexplicable o al menos no encontrar mecanismos de esclarecimiento. Mucho se discute, en la actualidad, sobre las pruebas educativas y las notas mediocres que, en casi todos los aspectos, suelen tener los niños y jóvenes colombianos en las comparaciones internacionales. El resultado es muchas veces vergonzoso. Pero más flagelo es, a no dudarlo, haber expuesto a los educandos a un laboratorio dentro del cual dizque resultaría positivo aquello de eximirlos de la historia. Y no es ello, claro está, solo porque la historia sea una ficha clave en el rompecabezas de la sabiduría primordial de cualquier persona. También lo es porque en la historia es donde se encuentran, a medida en que ella se va asimilando, los juicios de valor que resultan el alimento indispensable de eso tan definitivo como el discernimiento. Y que tanto hace falta en Colombia.
El estudio de la historia se refiere, pues, a un material diferente al de otras disciplinas. Pero debería estar a gran altura dentro del escalafón educativo porque, justamente, aglutina los insumos materiales y espirituales que le permiten a la persona, no solo pensar por sí misma, sino darse una cabida apropiada en el mundo y entender, con sindéresis y regocijo, la oportunidad de ser una célula de la humanidad. Eso, que parecería a los antihistóricos una exageración, no lo es cuando se comprende que la historia genera identidades, referentes sicológicos, y que es un mecanismo por medio del cual se pueden sacar saldos pedagógicos de los acontecimientos humanos. De modo que tiene un alcance instructivo insuperable, incluso, si de formación se trata, al mismo nivel de las frías variables matemáticas, que son más bien un método disciplinante del intelecto, o la escueta apropiación del lenguaje que, sin mayor expansión, comprime las posibilidades del espíritu.
No hay actualmente en el mundo ningún filósofo de la educación que no esté pidiendo a gritos el regreso a las humanidades. Así se hace en la actualidad, particularmente en Asia, de la India al Japón. Incluso la crisis económica que comenzó en los Estados Unidos, en 2008 y todavía se mantiene vigente en Europa, hoy es definida, en última instancia, como un caos de los estándares educativos norteamericanos y un agravante de la especialización. Esto en el sentido de que una educación exenta de criterios universalistas, como los que da la historia, termina corrompiéndose hasta el punto de que, a través de la especialización, se abandonan por completo las solidaridades colectivas tal cual ocurrió con quienes se dedicaron a esquilmar, a partir de un ánimo de lucro desbordado, a una buena porción de ahorradores estadounidenses, de paso llevándose al mundo por el desbarrancadero. La falta de límites, la ausencia de juicios de valor, la tesis de que la vida se mide solo por resultados materiales, produjeron un resultado infame.
Es asombroso constatar como a los colombianos, desde el mismo Estado, se les ha obligado a deshacerse de la historia como cosa buena y aconsejable. Por eso hay que recibir con beneplácito la ley, de autoría de Viviane Morales, que pretende recobrar la historia para el país. Esperamos del Congreso en pleno un plebiscito en su favor. Es lo mínimo para saldar semejante “crimen de lesa patria”.