*En la parte baja del ranking
*Desaceleración económica y paz prolongada
Alrededor de hace un año el presidente Juan Manuel Santos ganó la reelección presidencial inmediata. Hoy esa figura está prácticamente anulada de la Constitución colombiana. En todo caso, para el récord, persiste la sensación de que gobiernos reelegidos, en Colombia, tienen una cuesta de popularidad mucho más alta que subir frente a la tradición de administraciones nuevas y alternadas.
En efecto, este tipo de gobiernos, como el de Santos o Michelle Bachelet, en Chile, han tenido pronta cuenta de cobro, apenas con un 29 por ciento de favorabilidad a los pocos meses de elegidos, en tanto Cristina Fernández de Argentina tiene el mismo promedio pero ya de salida de sus dos mandatos. No obstante, presidentes latinoamericanos como Evo Morales o Rafael Correa, en Bolivia y Ecuador, han logrado, por el contrario, superar el 75 por ciento de popularidad después de un par de veces reelegidos y parecieran apuntarse de presidentes vitalicios. De modo que se podría decir, frente a la América Latina y el espejo colombiano, que el gobierno Santos se asemeja, más bien, al descenso que hoy sacude a Dilma Rousseff en Brasil, sin embargo, no tan bajo como el exiguo 13 por ciento de que hoy goza la mandataria carioca, mientras que Correa y Morales quedarían, más bien, inscritos en el teflón que acompañó al expresidente Álvaro Uribe durante sus dos mandatos.
Frente a ello, los casos de Rousseff, Bachelet y Fernández, tienen más o menos un denominador común para explicar su declive: la corrupción. Efectivamente, la brasileña porque tanto varios ministros como altos miembros del partido de gobierno han desfilado a los juzgados y las cárceles en uno de los peores escándalos de que se tenga noticia en la historia del país; en cuanto a la chilena, porque su hijo se ha visto implicado en negocios lucrativos a partir de informaciones estatales reservadas; y Fernández, no sólo por el clima de corruptelas y los episodios que rodean el asesinato del fiscal Alberto Nisman, sino en particular por las investigaciones penales a su vicepresidente. En el caso del presidente Santos nada de eso ha ocurrido, pero mantiene las mismas cifras de Bachelet y Fernández. ¿Por qué, entonces, ha perdido alrededor de la mitad de su respaldo político cuando fue elegido, hace un año, con el 51 por ciento de los votos?
La primera circunstancia está, desde luego, en el hecho de que, a diferencia de los otros mandatarios, la primera vuelta presidencial tuvo suma dificultad para Santos, inclusive perdiéndola. Hoy su respaldo gira en torno del mismo rubro que tuvo entonces: 27 por ciento. La diferencia de ese momento a hoy consiste en que su apoyo, con más o menos la misma cifra, ya no procede particularmente de la centro-derecha o el centro-centro que le permitió clasificar, en la primera vuelta, sino de la centro-izquierda que le dio el triunfo posterior, en la segunda vuelta, en un porcentaje similar adicional, llegando al 51 por ciento. El problema está, pues, en lograr el balance entre ambos sectores no afines y que de alguna manera, tanto para unos como para los otros, ha generado ambivalencia gubernamental. Que es, eventualmente, de donde se ha derivado cierta desorientación política por cuanto, desde luego, el Gobierno aspira a contar con ambos. De manera que si de un lado promete “hacer chillar a los ricos” de otro insiste en la privatización de Isagen. Una combinación de socialdemocracia populista con el más acendrado neoliberalismo.
Transcurrido un año de reelección, uno de los escenarios más problemáticos ha sido el del proceso de paz. De hecho, en el lapso ha crecido, por los diferentes episodios, el desencanto. Lo cierto es que la paz rápida que se prometió ha pasado a un proceso prolongado en el que los anuncios han preponderado sobre los resultados efectivos, salvo por la tregua unilateral de las Farc, terminada recientemente y que hoy vuelve a tener al país en guerra abierta. Hace unos días se anunció la llamada Comisión de la Verdad, pero de ella los colombianos, que aún están por asimilar este acuerdo parcial, solo han dejado en claro una mayor prolongación del proceso.
En el año, a su vez, el flanco económico es en el que se avizoran mayores dificultades, a raíz de la caída de los precios del petróleo. Comparada Colombia con los vecinos, las cosas parecen mejores, pero dentro de la idea de “milagro económico” latinoamericano que alcanzó a vislumbrarse, el tema hoy se debate en el claroscuro de las cifras de crecimiento y la evidente urgencia fiscal. A ello, por lo demás, puede añadirse la denominada reforma al “equilibrio de poderes”, pero de ella lo único que prácticamente ha suscitado el consenso nacional ha sido la eliminación de la reelección presidencial. Ese pues, y por lo pronto, el verdadero acierto de este año.