- Récords sectoriales evidencian ruta correcta
- Elevar a política de Estado toda la estrategia
Años atrás se denominaba al turismo como la “industria sin chimeneas” y, en el caso específico de Colombia, se le consideraba como un renglón de media tabla en la economía local, muy por debajo de la plusvalía de sectores como el café o los hidrocarburos y sus derivados. Sin embargo, en la última década el panorama ha cambiado sustancialmente al punto que hoy por hoy el turismo está confirmado como uno de los rubros más importantes del sistema productivo local que ya compite, medido en monto de divisas, aporte tributario, generación de empleo y jalonamiento de otros rubros del sector real de la economía, con los ingresos por exportaciones petroleras y las más tradicionales del agro.
Las cifras están a la vista y son contundentes: El año pasado arribaron a nuestro país más de 4,5 millones de personas no residentes, superando el récord que se había impuesto en el 2018, que en su momento fue catalogado como histórico. Según el Ministerio de Comercio, Turismo e Industria la ocupación hotelera llegó a casi el 58 por ciento, un porcentaje también sin precedentes, al igual que el número de pasajeros movilizados a nivel local e internacional, que superó los 41 millones de personas. No menos importante fue el aumento en cuanto a cruceros turísticos recibidos en los puertos del Caribe así como los casi dos millones de personas que durante 2019 fueron a los 25 Parques Nacionales Naturales. A ello debe adicionarse que los ingresos nominales en las agencias de viaje crecieron e igual ocurrió con toda la cadena del sector.
Como se ve, el turismo en Colombia ya es una industria en todo el sentido y la extensión de la palabra. Prueba de ello es que dentro el acumulado de las actividades productivas relacionadas con la Economía Naranja, este es ya es uno de los rubros que más aporta, no solo en cuanto a ingresos por concepto de la dinámica en los destinos más tradicionales, sino por el creciente mercado que se ha generado alrededor de atractivos novedosos como el ecoturismo, una línea en la que nuestro país, por ser uno de los más biodiversos del mundo, tiene infinitas posibilidades para atracción de visitantes nacionales y extranjeros.
Pero no se trata de un desbordado optimismo colombiano o de sus autoridades. Por el contrario, el creciente posicionamiento de nuestro país como potencia turística emergente está siendo reconocido de forma permanente por las distintas clasificaciones globales en cuanto a destinos con mayor afluencia, infraestructura hotelera moderna, movilización de pasajeros por mar y aire, seguridad jurídica para proyectos de inversión sectorial, incentivos tributarios y otros elementos claves en la industria.
Ahora bien, nuestra nación se encuentra todavía muy lejos de otras que han hecho de sus industrias turísticas su principal dinamizador económico y de desarrollo. Seguimos teniendo deficiencias en materia de intermodalidad en redes de transporte, capacitación del recurso humano, profesionalización de la oferta y promoción de destinos, picos de inseguridad en áreas de alto potencial y tramitomanía para arrancar y sostener los proyectos a mediano y largo plazos. Si bien es cierto que las políticas públicas en esta materia se han ido consolidando con el pasar de los años y ahora tienen una mayor estructura en el marco de un Plan Nacional de Desarrollo, en el cual la Economía Naranja es eje transversal de toda la gestión gubernamental, se requiere de un esfuerzo estatal de mayor nivel para poder aprovechar todas las ventajas cuantitativas y cualitativas de Colombia como destino turístico multidisciplinario.
Precisamente un escenario muy importante para seguir mostrando los progresos nacionales en ese campo es la Vitrina Turística que hoy arranca en Corferias, organizada por la Asociación Colombiana de Agencias de Viajes y Turismo. El evento, que contará con más de mil 400 empresas expositoras y asistentes de más de 35 países, tiene entre sus objetivos verificar cómo se ha evolucionado en materia de cadena de valor en este rubro productivo, en donde la competitividad es uno de los elementos más vitales, sobre todo frente a otros países de la región que al ver el despunte colombiano también están renovando sus ofertas de destinos y repotenciando sus políticas turísticas.
No hay, pues, que dormirse en los laureles. Son muchas las lecciones aprendidas de otras naciones que dejaron añejar su potencial turístico y las realidades siempre exigentes de este mercado les pasaron costosa factura en materia de disminución drástica de viajeros, caída de divisas, desempleo y picos de crisis socioeconómicas derivadas. Colombia está haciendo la tarea, pero todavía hay mucho camino por recorrer, razón por la cual les asiste la razón a muchos voceros del sector en torno a que urge elevar a política de Estado toda la estrategia estructural de desarrollo turístico, con la mira puesta en dos o más décadas adelante. Sólo así, iremos dejando atrás el estatus de potencia emergente en este campo y entraremos a jugar en las grandes ligas del turismo mundial.