Triunfo de Cameron | El Nuevo Siglo
Sábado, 20 de Septiembre de 2014

*El ejemplo escocés

*Del disenso al consenso democrático

 

Indudablemente parte de la apasionante historia de Occidente consiste en cómo se ha fraguado, a través de milenios, el gobierno en lo que en su momento se conoció como Britania, en los linderos del imperio romano. De entonces a hoy, dentro de las miles de vicisitudes, se llegó a lo que se conoce como el Reino Unido, es decir, Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y Gales.

Hace un par de décadas, como se sabe, la atención se concentró en la suerte del territorio irlandés. Finalmente, después del crudo terrorismo que asoló a la región por la vernácula división entre católicos y protestantes, se llegó a una república irlandesa del sur independiente mientras que la zona norte, más pequeña, se mantuvo dentro del Reino. Ahora le tocó el turno a Escocia. Y el mundo siguió con gran expectativa el referendo que le daría o no la independencia por la vía electoral, luego de tres siglos de unidad. Antes las pugnas entre ingleses y escoceses habían sido de marca mayor, pero igualmente hubo grandes periodos de avenencia,  en los que incluso las familias escocesas llegaron a ocupar el trono británico. En múltiples ocasiones, por igual, se presentaron hondas fricciones, con guerras civiles incluidas, entre católicos y anglicanos especialmente en la época de los Tudor.

Propuesto el referendo, el audaz primer ministro británico, el conservador David Cameron, decidió coger la caña y aceptar su articulación. Si bien este se presentó como una coyunda del laborismo para hacer oposición a la alianza gubernamental, Cameron entendió el caso como una oportunidad histórica para adecuar las instituciones del Reino Unido a los tiempos modernos. Aunque, desde luego, el referendo se planteó como un instrumento secesionista, en el trasfondo lo que palpitaba era la cantidad de autonomía a entregar por parte de Inglaterra a los otros componentes de la Gran Bretaña. Y así se dio el resultado de ayer, de 55 por ciento por mantenerse en el Reino y 45% por la independencia.

Este resultado, como se dijo, pone el asunto donde siempre debió estar: la cantidad de autonomía regional. No es este el caso, por supuesto, de circunstancias como las españolas, donde el País Vasco o Cataluña gozan de una gigantesca cantidad de autonomía, fruto de los acuerdos constitucionales en la transición de la dictadura a la democracia. En cuanto a Escocia, incluso cobijando a Gales e Irlanda del Norte,  la autonomía es, a todas luces, bastante más estrecha frente a lo que acontece en la península ibérica. De hecho no tienen capacidad tributaria, la política ambiental se decide en Londres, los parlamentarios que van a Westminster no gozan de facultades plenas y otros elementos que de algún modo desequilibran la confederación.

Por su parte, Escocia en sí misma es un país productor de petróleo y gas, cuyas regalías solamente retornan en un 15 por ciento, lo que evidentemente será motivo de transacción vistos los resultados del referendo y el juramento solemne, como lo llamó el mismo Cameron antes de la justa electoral, en el que de antemano se estructuraron varios puntos a negociar si el resultado era favorable a mantenerse dentro del Reino.

La primera lección que ha dejado Escocia consiste en que aún lo temas más arduos y dificultosos deben tramitarse por la ruta de la civilización. Un escenario que pudo terminar en sangría y desorden público, como pasó durante tantos años en Irlanda, se resolvió sensatamente con cabeza fría, pese a la obvia emocionalidad suscitada por el carácter de los temas en controversia. ¡Qué lejos todo ello de la emotividad colombiana, donde la razón cada día pierde más espacio frente a las emociones, según se pudo ver en los debates parlamentarios de esta semana!

Otra lección está en el hecho de que si bien la democracia se configura a partir del disenso, de alguna manera hay que mantener escenarios de consenso construido entre las partes. Es lo que escoceses e ingleses han demostrado con creces en los últimos días, no sólo por la altura de los debates y las intervenciones, sino porque de inmediato se entró a reiterar los puntos sobre los cuales se adelantará la reinstitucionalización, manteniendo la sindéresis ante las posiciones maximalistas, cuyo fermento es obviamente la polarización y el divisionismo.

Con el resultado David Cameron se ha apuntado un hit, siendo el líder conservador que requieren los tiempos modernos para Gran Bretaña, sin asumir en ningún caso el triunfalismo que ciega el horizonte de los verdaderos estadistas, ni creer tener la verdad revelada sobre sus congéneres. De lo que viene aconteciendo en la Gran Bretaña, donde hay el compromiso de fijar una pronta, clara y concreta ruta para terminar de resolver el problema, podría derivar lecciones Colombia para hacer de este un país menos estridente y más enfocado en los verdaderos problemas.