* Alertas tempranas en Colombia
* De lo defectuoso a lo inviable
La democracia es un sistema que suele darse por descontado en las naciones que la practican. Sin embargo, que esto sea así no significa que consiga los mismos alcances en todos los países del orbe. Por eso, desde hace un par de décadas la prestigiosa revista “The Economist”, a través de su unidad autónoma de análisis especiales, ha logrado establecer un índice mundial, con el objeto de indagar anualmente la eficacia democrática y si los países subieron o bajaron en el escalafón durante el período.
Para ello, hacen una medición a partir de cinco elementos primordiales: procesos electorales, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura democrática y libertades civiles.
El resultado del informe, para 2021, indica que el autoritarismo sigue subiendo, con más de un 30 por ciento de la población sujeta a regímenes autocráticos y otra parte considerable incursa en sistemas híbridos que, en buena proporción, desdicen de las libertades.
De hecho, son muy pocas las naciones que se mantienen como “democracias plenas”, en particular los países escandinavos. Inclusive, fruto entre otras de las restricciones a raíz de la pandemia del coronavirus, no logran esa nota sobresaliente muchos países europeos, ni Estados Unidos, que están en el rango de “democracias defectuosas”.
Por su parte Colombia, que está en esa categoría, bajó a la posición 59 del listado de 167 naciones, pero situándose mejor que otros países importantes del área, como Argentina, Perú o Méjico. De suyo, el informe señala que los procesos electorales de 2021, en América Latina, de poco sirvieron para afianzar la democracia y por el contrario hicieron de caldo de cultivo para el populismo, el ataque a las libertades y la desfiguración del sistema.
En ese orden de ideas, y aparte de las extravagancias autoritarias ya conocidas en Venezuela, Nicaragua o Cuba, se produjo un declive democrático profundo en el que preponderó la abstención y la polarización, como en Chile y Perú, o crisis irremediables como la de Haití. Bajo esa perspectiva, el proceso electoral que actualmente se lleva a cabo en Colombia amenaza con asimilarse, en no poca medida, a las jornadas del año previo en América Latina y otros lugares del mundo. En ese sentido, no son menores las circunstancias de tener en cuenta.
Por una parte, es de ley que en nuestro país los funcionarios públicos no pueden participar en el proselitismo político. Pero, a pesar de estar reglado, es cada día más evidente que esto no ocurre. Los alcaldes de las principales ciudades intervienen en la actual campaña presidencial a su gusto. No es solo el caso de la alcaldesa de Bogotá, que muestra una clara participación en el devenir electoral, sino muchos otros burgomaestres como en Medellín, Cali, Cúcuta o Cartagena. En esa medida, las normas han sido desbordadas. Podrá discutirse si tales leyes son anacrónicas, puesto que en ciertas partes del mundo los funcionarios pueden actuar en política. Pero hasta el momento estas normativas no se han derogado y su violación infringe un daño a la democracia, tal y como está diseñada en Colombia, ya que rompe lesivamente con el equilibrio en las campañas. Inclusive, en otros aspectos, se mantuvo un Código Electoral obsoleto.
De otro lado, el gobierno ha advertido sobre la posibilidad de injerencia rusa en los comicios colombianos, en lo que ha sido secundado por Estados Unidos. Desde las épocas de Donald Trump, en su triunfo contra Hillary Clinton, la sombra de Rusia se ha posado sobre no pocas democracias. El embajador de esa nación en territorio colombiano ha dicho que esto en modo alguno es así en nuestro país, como tampoco son ciertas las amenazas bélicas desde Venezuela. En todo caso, el tema de la injerencia electoral desde el exterior ha quedado sobre el tapete, una alerta inédita en la democracia colombiana.
Igualmente, la Registraduría está en el ojo del huracán por cuenta de las empresas elegidas para hacer los escrutinios. Y al mismo tiempo el Fiscal advierte que, en al menos 300 municipios del país, los riesgos amenazan gravemente el ejercicio democrático. Por otro lado, las centrales acaban de anunciar un nuevo paro laboral para estos días. Entre tanto, la polarización cobra una aceleración inusitada, acorde con la camorra del día, como si la democracia se tratara de un pleito personalista por el poder más que un debate sobre las ideas. Y en esa vía, los candidatos adoptan un lenguaje inaudito y, para ganar adeptos, asumen conductas risibles. Pero todavía peor, la escalada del terrorismo, con su enseña de depredación y barbarie cotidianos, sigue su marcha imparable en diversas regiones.
Como están pues las cosas Colombia podrá ya no ocupar un lugar entre las “democracias defectuosas”. Más bien, por decirlo así, logrará un lamentable sitio entre las democracias inviables.