La próxima semana se cumplen dos años de la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos. Como es apenas obvio, las ópticas sobre los efectos positivos y negativos del pacto con la potencia del Norte son contradictorias, según la orilla en que esté ubicado quien hace la respectiva evaluación.
Para el Gobierno las cifras sobre evolución de la balanza comercial ponen de presente que el TLC ha dado resultados positivos, pues no sólo ha aumentado la importación y exportación de productos, bienes y servicios, sino que la complementariedad entre ambas economías, más allá de las asimetrías evidentes, no ha desembocado en que sectores productivos colombianos que se consideraban sensibles hayan sido arrasados por la competencia de la oferta norteamericana.
A su turno, en el sector privado se escuchan voces contradictorias. Para varios gremios de la producción es evidente que el acceso sin mayores restricciones al mercado estadounidense ha llevado a identificar y concretar más socios comerciales. Igual en el día a día del TLC se han podido erradicar varios tabúes respecto a qué rubros productivos locales eran fuertes y cuáles los débiles. Hay varias sorpresas. Incluso, algunos líderes empresariales sostienen que los aumentos en la compra de productos de E.U. en ciertas épocas de estos dos años se explican porque las compañías colombianas están adquiriendo desde bienes de capital hasta materias primas para manufacturar en Colombia y satisfacer demanda interna y externa, generando divisas y empleo.
Por el contrario, otros gremios así como partidos de izquierda y organizaciones sindicales indican que el balance termina siendo agridulce, pues así como a algunos sectores la rentabilidad les mejoró, a otros les pasó lo contrario, sobre todo porque el sistema de subsidios directos o indirectos en Estados Unidos a su sector agrícola crea desbalances que le quitan capacidad de competitividad a la producción agrícola colombiana. A ello suma las deficiencias colombianas en materia de infraestructura, costos y tecnologías de producción. También hay debate en torno de las condiciones laborales que nuestro país debía cumplir en el marco del TLC, pues mientras sindicatos locales y estadounidenses advierten falencias, el Gobierno Santos asegura que se han dado muchos avances en ese campo. Incluso, en el marco de las protestas agrarias uno de los temas recurrentes ha sido, precisamente, el relativo a los efectos del pacto comercial con el país del Norte.
Tampoco faltan los análisis de expertos y centros de estudios económicos según los cuales no se puede basar la evaluación del TLC con E.U. en la sola ponderación de las cifras sobre la balanza comercial y los sectores más fortalecidos y golpeados. Indican que es necesario ampliar el espectro a otros elementos preponderantes para la oferta importadora y exportadora colombiana, como lo han sido los altibajos cambiarios, un clima económico externo ambivalente por las descolgadas productivas en Europa y el lento proceso de recuperación de los principales indicadores norteamericanos. Es claro que en un mundo globalizado por más que una economía emergente como la colombiana haya demostrado fortaleza interna para no dejarse contagiar de la inestabilidad externa, no hay blindaje absoluto y más temprano que tarde hay coletazos y efectos negativos que deben asumirse.
Es medio de la recta final de la campaña presidencial es muy difícil que haya un balance lo suficientemente objetivo y frío de los dos años de vigencia del TLC con Estados Unidos. Sin embargo, sería aconsejable que desde un escenario público y privado se abocara ese corte de cuentas para tener una conclusión realista y madura de la apertura comercial con el primer socio económico y político de nuestro país.