*La mascarada pacifista
*¿Llave de paz en manos del secretariado?
Cuando la artillería verbal se desborda y los pesos pesados de la política colombiana, junto con algunos de menor categoría y varios livianos, pugnan por zaherir, denostar, condenar, apabullar y acallar a los que opinan a favor o en contra del proceder en las conversaciones de La Habana, nos proponemos mantener la cabeza fría y hacer de bomberos de la paz. No compartimos esa aparente fruición con la que unos y otros se enzarzan en insultos, por considerarse más o menos amigos de la paz. Esa inconsecuencia no es rara entre nosotros. En el momento de efectuar simbólicamente su compromiso con la paz como nuevo Jefe de Estado de Colombia, en la Plaza de Bolívar, Belisario Betancur, rodeado de palomas liberadas que remontaban vuelo, proclamó su vocación de paz y que en su gobierno no se derramaría ni una gota de sangre colombiana. En ese instante la gran masa nacional lo apoyaba y compartía su resolución inquebrantable por la pacificación. Sentimiento que sigue vigente. Lo que no arredró a unos pocos violentos que resolvieron morderle la mano al campeón de la paz y desatar una ola de violencia y crímenes que sacudió al país, de extremo a extremo, hasta el asalto al Palacio de Justicia con el que se pretendía juzgar al que el pueblo señalaba con orgullo como el Presidente de la Paz, así con mayúscula.
En momentos en que el gobierno de Juan Manuel Santos se reúne con las Farc, en La Habana, desde donde el comandante Fidel Castro intentó por décadas exportar su revolución e incendiar los Andes para convertir la zona en otro Vietnam, como lo pregonaba el Che Guevara, en Colombia continúa el incendio, puesto que en el resto de Hispanoamérica los subversivos fueron derrotados militarmente. Entre tanto, nuestras cabezas dirigentes se recalientan por la paz y se expresan en un lenguaje belicoso, que dada la causa que dicen defender suscita sorpresa a los foráneos. Como si se estuviese convocando a otra guerra por la paz. Siendo que de lo que se trata es de conseguir que los alzados en armas las depongan, que los que llevan décadas disparando en las selvas y montañas, emboscando a los soldados y civiles inermes, silencien los fusiles. Sin olvidar que la Biblia recuerda que al que se disfraza mucho tiempo de paloma lo pueden devorar los buitres.
El diálogo se da en La Habana, cuando observadores imparciales del acontecer social y bélico colombiano denuncian que la soberanía que ejerce el Estado colombiano es precaria y sobrevive bajo la amenaza constante de la balcanización, puesto que las cuantiosas reservas minerales en las zonas de violencia coinciden con el 70 por ciento del territorio de la periferia colombiana. Las cosas no están como para que algunos se disfracen de pacifistas, al estilo de las mascaradas del siglo XVI y XVIII, cuando en las cortes se apelaba a máscaras por diversión y para ocultar las verdaderas intenciones, políticas o personalistas.
La paz es el fin primordial de la sociedad y la razón de ser del Estado, que se constituye para dar seguridad y bienestar a los asociados. Un país en donde el Estado por más de medio siglo ha sido incapaz de consagrar la plenitud de la paz, es un Estado débil, precario, inoperante, inferior a su misión histórica. Las nuevas generaciones reclaman a sus mayores, con razón, la carencia del legado de un país en paz. Es por ello nos proclamamos bomberos de paz. Queremos un pueblo que consagre todas sus energías a la convivencia civilizada y vivir en paz con su conciencia y sus semejantes. Esa aciaga pasión con la que nos hemos masacrado durante más de medio siglo en guerra fratricida y absurda, que deja miles y miles de seres inocentes tendidos en la contienda, de huérfanos y viudas, debe mutar y emplearse para mancomunadamente esforzarnos para alcanzar el desarrollo y avanzar en la cultura. Sin dejar de ser combativos y audaces, pero entregados a la causa de construir un país mejor.
El gobierno nacional, cuando se iniciaron las negociaciones con las Farc, anunció solemnemente unos tiempos, unos plazos para discutir los cinco puntos que se acordaron con los subversivos para llegar a unos acuerdos previos, antes de avanzar a la desmovilización o de lo contrario se levantaría de la mesa de negociaciones, como lo expresó el jefe de la comitiva oficial Humberto de la Calle. Tiempos que, por razones estratégicas, las Farc no aceptaron. Lo que pretendía el Ejecutivo era evitar unas elecciones amarradas al proceso de paz y al carruaje de guerra de las Farc, que con sus dilaciones quieren tener el as de intervenir, como los tahúres, en los comicios, pese a ser una minoría irreductible de 10.000 elementos por la violencia, en un país de 40 millones de habitantes. Hacer cumplir ese compromiso es esencial para evitar la eventualidad del estropicio de unas elecciones manipuladas por las Farc. Una cosa es facilitarle el sonajero de la paz a Timochenko, así despotrique contra el sistema por los medios de comunicación, y otra dejar el llavero de la paz al secretariado.