En estos días en los que transcurre la primera Semana Santa bajo el pontificado de Francisco, el Sumo Pontífice hispanoamericano con extraordinaria capacidad de simplificar los asuntos más delicados, la sociedad reflexiona sobre su invocación a la solidaridad de los cristianos y las gentes de otras religiones y los incrédulos del globo, en la idea de que todos contribuyamos a construir un mundo mejor. La Iglesia en la última década ha sufrido una abrumadora crisis interna, en la que los anticuerpos de la institución han estado a prueba, al punto de tener que castigar a importantes jerarcas y clérigos de sotana raída, que sufren caídas por cuenta de las tentaciones mundanas y la concupiscencia. Las faltas de los sacerdotes, algunas gravísimas y dolorosas para la comunidad de católicos, no siempre se trataron con la inmediatez y el debido rigor que debe imperar en los casos de abusos contra creyentes o personas jóvenes, que por la jerarquía de los clérigos se dejan influir o se someten a sus excesos.
La misión sacerdotal exige una dedicación total, por lo mismo se ha llegado al extremo de exigirles que no contraigan matrimonio, que se mantengan célibes, que repriman sus instintos primarios. Se pretende que consagren todo su tiempo y sus energías a servir a Dios y a los fieles. No tiene la condición sacerdotal comparación con ninguna otra actividad en la sociedad contemporánea, puesto que su tarea es espiritual. Se trata de evitar, mediante la educación religiosa y el respeto de los valores católicos, que se abuse de los inocentes y que se respeten los mandamientos, los que hacen de los hombres seres respetuosos, buenos cristianos y, por consiguiente, ciudadanos honrados e intachables. La práctica de la caridad y la virtud, tal como la entiende el cristianismo, es el mayor bálsamo al que puede aspirar la sociedad para que se mantenga el orden y se guarden los valores eternos. Así como en algunas comunidades no solamente se practica la obediencia, sino que se exige la dedicación absoluta a la oración y el culto de Dios. Entre los sacerdotes de la Compañía de Jesús, la obediencia al Papa y el voto de pobreza los distinguen, dado que ese el compromiso y legado de San Ignacio de Loyola, junto con su fervor por la cultura y la educación con la finalidad de formar seres mejores. Por lo mismo, no debe sorprender que el Papa Francisco, quien se formó y creció espiritualmente entre los jesuitas, rechace instintivamente la ostentación, el lujo innecesario, el brillo de la riqueza que hiere los ojos de los más necesitados. Eso es natural en él, puesto que al ser elegido Papa, sus votos persisten, así que la humildad y la sabiduría, volcadas a servir a la comunidad marcarán su gestión.
Y el mensaje del Papa Francisco, que hoy cautiva a la humanidad, es clarísimo y sobre el mismo deberían meditar los gobernantes, los políticos, todos los que tienen alguna responsabilidad dirigente y los que apuestan a un mundo mejor. El Papa invoca el amor, el sentimiento más puro y noble que tenemos los seres humanos, para desarrollar la fraternidad universal cristiana. Se trata -como lo dice el Sumo sacerdote hispanoamericano- de comenzar unidos (obispos y pueblos) un camino: “Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. Deseo que este camino de Iglesia que hoy comenzamos y en el cual me ayudará mi Cardenal Vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan hermosa. Y ahora quisiera dar la Bendición, pero antes, antes, os pido un favor: antes que el Obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la Bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí”.
Al repasar el mensaje del Papa Francisco todos debemos preguntarnos qué hemos hecho en el curso de nuestras vidas por mejorar el medio en el que vivimos, por ayudar a los afligidos y necesitados. Y si no hemos hecho nada o nuestros esfuerzos han sido infructuosos, hagamos un acto de conciencia y revitalicemos nuestra capacidad de amar y de extender la solidaridad, agradecidos con en este hermoso país del que nos enorgullecemos, de haber tenido la bendición de haber nacido y tener la suerte vivir aquí...