Hace catorce años llegó al poder en Siria Bashar al Assad. La política no era de sus preferencias. Antes el joven médico permaneció 6 años en Londres donde estudió otra carrera, la oftalmología. En la capital inglesa vivía tranquilo, lejos de las tensiones en su país. Su afición, la fotografía, en sus ratos libres.
El hermano mayor de Bashar, Basil, sí había recibido preparación para suceder a su padre, Hafez al Assad. Y era seguro que llegaría a la presidencia de Siria, ya que contaba con el respaldo del Partido Baath. El destino le tenía una sorpresa a Bashar. El 21 de enero de 1994 murió Basil en un accidente. Su lujoso automóvil se estrelló en una de las vías del aeropuerto de la capital siria. Varios meses después a Bashar se le informó que debía retornar a su país de urgencia. Ya en Damasco, su padre Hafez le dijo que debía remplazar a su hermano fallecido. Era algo con que no contaba el oftalmólogo que llevaba una vida placida, sin sobresaltos, en la apacible Londres. Muchos de sus coterráneos se preguntaban por qué no se elegía a Maher, el hermano menor, quien había alcanzado celebridad por sus hazañas militares y sabía de temas políticos, para ocupar el lugar que Basil había dejado al morir. La manera de ser de Bashar no encajaba en los ajetreos, intrigas y animosidades de la política. El 17 de junio de 2000 asumió como Presidente de la nación árabe. Hafez al Assad nunca tuvo buenas relaciones con Estados Unidos. Así que a Bashar le correspondió ese legado como enemigo de la primera potencia mundial y de Israel. EE.UU. puso a Siria en la lista del ‘Eje del Mal’. La señalaba de armar a integrantes del Movimiento Hamas y a Hezbolá. Bashar heredó también la línea política de su padre y no tardó en reprochar a Israel su "política de asesinatos", y en apoyar al desaparecido líder de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat, "a pesar de tener grandes diferencias políticas" con él.
Bashar experimentó desde la adolescencia la peligrosidad de los militantes fundamentalistas pues en 1980 su padre sufrió un atentado del que salió bien librado gracias a que tuvo la sangre fría de patear la granada que iba dirigida a él. Y a los 16 años de edad Bashar aprendió que el acercamiento entre los líderes árabes y judíos para buscar la paz implicaba riesgo fatal. El egipcio Anwar el-Sadat firmó la paz con Israel en 1978 y en 1981 fue asesinado por militantes de Al-Jihad. El primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin, firmó en 1993 los Acuerdos de Oslo con Yasser Arafat, en 1994 la paz con Jordania; en 1995 fue asesinado. El padre de Bashar siempre se negó a firmar de manera unilateral un acuerdo como el de la OLP con los israelíes.
Bashar lleva 14 años en el mando. Y va para otros 7. El martes ganó las elecciones, realizadas en las ciudades y regiones que el régimen controla, con el 88,7 por ciento de los votos. En estos comicios, por primera vez en 50 años, participaron dos oponentes del Presidente, que tuvieron mínimo porcentaje en las urnas. En los días previos a la jornada electoral la capital Siria lució alegre, engalanada, no daba la apariencia de un país en guerra desde hace más de tres años. En EE.UU. no reconocen esta elección; el secretario de Estado, John Kerry, la calificó de ‘fictcia’.
En definitiva un nuevo período de siete años de Bashar quizá no lo termine. La rebelión continúa. Bashar cada vez afrontará más riesgos; el conflicto se va a agudizar. Podría tener un final trágico como el de Gadafi, en Libia. El temperamento de Bashar es contrario al del desaparecido líder libio, que era un hombre de combate. A Bashar le ha tocado administrar una herencia ominosa. La represión seguirá, además, es probable que se rompan las conversaciones en Ginebra entre el Gobierno y los opositores, que están en suspenso hace varios meses. Las elecciones le han dado el triunfo a Bashar. Esto no quiere decir que lo hayan fortalecido para ganar la guerra.