*Pretenden adormilar al pueblo
*Los maestros del engaño
Por cuenta del populismo que impera en varios países de Hispanoamérica, como de la tendencia del socialismo del siglo XXI a atornillarse en el poder mediante la destrucción de la democracia, para avanzar al partido único, las conquistas republicanas del siglo XIX y XX, en materia de libertad de opinión y de prensa, son pisoteadas. Lo que significa que el ejercicio mismo de los derechos humanos se conculca, para intentar manipular la información. Por lo general, las medidas oficiales buscan regular la opinión y mantener al pueblo en la ignorancia. Se da la paradoja que en nuestros días a pesar de la multiplicidad de fuentes de información digitales, éstas son factibles de intoxicar, y dudosas en cuanto a credibilidad; de improviso, como ya se ha visto en Colombia, han mostrado ser más vulnerables a la presión de los poderosos. El esfuerzo oficial por domesticar a la opinión pública no es exclusivo del socialismo del siglo XXI, los gobiernos de centro y de derecha en ocasiones caen en la tentación a su modo, los entes oficiales cuentan con oficinas de prensa que confunden el vender una buena imagen del gobierno y sus instituciones, con difundir estadísticas e información amañadas. Pero suelen ser la excepción, en cuanto los medios serios y respetables los desenmascaran.
No se contentan los partidos populistas con llegar al poder, gracias a las garantías que les ofrece la democracia. Utilizan al máximo esas garantías para difundir sus ideas e intentar captar el voto de los pueblos, casi siempre invocando la posibilidad de abolir la corrupción y de juzgar a los que defraudan al Estado. Al capturar el poder cambian un tanto el discurso. Lo primero que intentan es acallar a la oposición y negarle los derechos y garantías que ellos tuvieron para triunfar. Se esfuerzan por asaltar las instituciones electorales y expulsar a los de la oposición; mediante sistemas sofisticados manipulan desde los ordenadores los resultados electorales. Y se eternizan en el poder. Al mismo tiempo se efectúan campañas implacables para descreditar a los opositores, denunciarlos por delitos que no han cometido, amedrentarlos de todas las formas. Lo primero es clausurar el Congreso, convocar a una Asamblea Constitucional, de aparente libertad, cuando de antemano ya tienen una Constitución lista, que, finalmente, suele ser aprobada bajo presión a pepitazos. Eso lo hizo de manera magistral Rafael Correa, quien se adueñó y ha venido acallando uno a uno los medios independientes.
No se trata del viejo sueño de los ensayos demoliberales ingenuos y un tanto utópicos de los partidos de antaño, que consideraban que mediante una Constitución se modificaba la realidad, el carácter de una nación. En el siglo XIX Colombia ensayó más de cien constituciones, como lo recuerda Faustino Sarmiento, un tanto perplejo, lo que anarquizó más el país, sin conseguir cambiar el carácter nacional, ni resolver los grandes conflictos socioeconómicos. Algo similar pasó en los países vecinos. Lo que se busca ahora es instaurar un modelo absolutista, autoritario y excluyente, en el cual los jefes del partido único tienen el privilegio de saquear el Estado con absoluta impunidad.
En el campo de la demagogia el presidente Correa es un maestro. En poco tiempo logró poner todas las instituciones, o casi todas, a su servicio, dividir a los indígenas, domesticar a los militares, dominar mayoritariamente los cuerpos colegidos, reprimir a los opositores, apoderarse de las empresas de televisión independientes, de las radios, de varios periódicos. Siempre aduce que actúa en nombre de la libertad, con pintoresca teatralidad aprovecha la visita al Papa Francisco, para lloriquear y mostrarse como un católico practicante, con la única finalidad de desconcertar a los católicos del Ecuador. Cuando es archiconocida su decisión de enquistarse en el poder y, en caso dado, dejar un títere a cargo.
Es por eso que la Asamblea de bolsillo aprobó en el Ecuador una nueva ley de prensa que coarta la posibilidad de criticar al gobierno. Al debilitar o estrangular la capacidad de opinar, la verdad oficial es la única que prospera. Al punto que se intoxica a tal grado la opinión que el pueblo llega a creer que está en el mejor de los mundos posibles, como en la sátira volteriana de Cándido. Lo peor es que el gobernante vanidoso y cegado por la ambición termina por creer las mentiras que difunde su aparato de propaganda. El pueblo, como hipnotizado, se deja conducir al matadero. Un día despierta y le han racionado la alimentación, lo condenan a la inanición casi permanente, con la idea de que los famélicos como en Cuba, no tienen capacidad de protestar. Mientras en un país que cuenta con medios independientes, con prensa libre y valerosa, existe la posibilidad de derrotar el despotismo y de denunciar el saqueo del Estado, por eso es que los demagogos tiemblan cuando la prensa libre opina y se esfuerzan por amordazarla.