*¿Una mediación del Vaticano?
*Mucho más allá de La Habana
Ha sido cauteloso y sensato, Su Santidad el Papa Francisco, sobre el proceso de paz en Colombia, concentrándose en sus plegarias por el presidente Juan Manuel Santos y ofreciendo su colaboración sin hacer caso omiso a las difíciles realidades por las que atraviesa el país, desde hace un tiempo asediado por el desorden público y los brotes cada vez más sintomáticos de la anarquía. De hecho, monseñor Luis Augusto Castro, quien se encontraba en Roma, ha sostenido que la anunciada visita de Francisco a los colombianos no se debe politizar porque se trata de un periplo sin distingos que podría, dependiendo de las circunstancias, adelantarse su fecha o no. Pero que en todo caso no obedece a ninguna agenda política, sino al carácter evangélico en un país de grandes mayorías católicas y que, al igual que las naciones vecinas y hermanas que también visitará el Papa, merece su consideración y aprecio.
Ya en alguna ocasión miembros de las Farc tuvieron la oportunidad de dialogar, en el propio Vaticano, con un delegado papal semioficial a los efectos de la paz en Colombia. Se llamaba monseñor Lingua y en ese momento el vocero expresó el gran interés que en ello tenía el Papa Juan Pablo II, como quedó confirmado en los múltiples llamamientos que hizo por la reconciliación colombiana. Inclusive el hoy Santo sugirió abrir las puertas de San Egidio, una organización muy cercana al Pontífice y que ha sido fundamental para la reconciliación en varias partes del mundo y fue muy activa en la paz centroamericana. No estaría mal, por supuesto, que ella tuviera la misma actividad que se le conoció en Colombia durante una época. Por lo demás, el actual Nuncio en Colombia es persona de reconocida cercanía a Su Santidad Francisco y a no dudarlo en su oportunidad podrá jugar un papel fundamental. En tanto una mediación del Vaticano, de la que habló el Presidente sin que se tuviera noticia de que estuviera en mente para el proceso de paz colombiano, tendría que ser pedida también por las Farc, según lo dijo el primer mandatario.
El Papa Francisco no es dado, en lo absoluto, a los micrófonos cuando se trata de la paz. De suyo sus actividades, de las que nadie en un mundo interconectado se enteró, fueron las que permitieron los acercamientos entre Estados Unidos y Cuba cuando esto era considerado un imposible. Por igual, es también frentero cuando se trata de defender la vida de los católicos, como lo hizo en su viaje a Turquía. Y lo verificó de modo rotundo y valiente, para que bien lo escucharan aquellos proclives al ‘Estado Islámico’.
Nada llenaría, por descontado, de más alegría a los colombianos que el propio Francisco, y por su conducto el Vaticano, fuera el mediador de un proceso a todas luces, enredado, y al que no se le ve la punta de la madeja. Una persona de su humildad, que no está en busca de aplausos y mucho menos de galardones, sería la indicada, exento por demás de toda vanidad y de premuras políticas. Aun así sería una muy mala noticia para los colombianos que su visita al país quedara supeditada al éxito o no de los intentos en La Habana. Una cosa es, ciertamente, el proceso que se adelanta en Cuba y muy otra el hecho de que en múltiples materias la nación requiere volver por la senda evangelizadora. Que debe ser, a no dudarlo, el epicentro de su viaje. El campo de acción del Papa, tan querido en Colombia, no puede reducirse a los dictados de La Habana. Verlo así sería desperdiciar su credo cuando es tan necesario en una Colombia tan incidida por el materialismo, la hostilidad y el vacío espiritual.