* Camisa de fuerza en Consejo de Seguridad
* Primera reforma al poder veto de potencias
La guerra en Ucrania, que comenzó el 24 de marzo pasado cuando tropas rusas invadieron a ese país, generando desde entonces una de las más graves tragedias humanitarias de este siglo, evidenció, una vez más, que la Organización de Naciones Unidas (ONU), que se supone es el principal ente multilateral del planeta, se ha convertido con el paso del tiempo en una entidad sin mayor capacidad de maniobra ni de convocatoria. De hecho, su órgano más importante, como lo es el Consejo de Seguridad, que se supone es el principal brazo ejecutor para cumplir su máximo mandato de mantener y procurar la paz global, se confirmó en esta coyuntura como una instancia inmóvil, especialmente por el poder de veto que tienen las cinco potencias que tienen asiento permanente en el mismo.
De acuerdo a los estatutos fundacionales de la ONU, el Consejo de Seguridad tiene la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales. Está compuesto por los embajadores de 15 de los países miembros de la Organización, que son elegidos por la Asamblea General y cada uno tiene derecho al voto. Esto resulta clave ya que mientras otros órganos de este multilateral hacen “recomendaciones” a los Estados Miembros, solo el Consejo de Seguridad tiene el poder de adoptar decisiones que todos los países están obligados a aplicar en virtud de la Carta.
Cuando un asunto que ponga en peligro la paz mundial, continental o regional es sometido al análisis del Consejo, su primer paso es indagar la posibilidad de que las partes que están en controversia lleguen a un acuerdo por medios pacíficos. Sin embargo, si ello resulta imposible esta instancia puede imponer embargos o sanciones económicas o, incluso, autorizar el uso de la fuerza para hacer cumplir los mandatos.
Sin embargo, la eficacia del Consejo de Seguridad ha venido en declive en las últimas décadas, ya que si bien hay 15 países que lo componen, diez de los escaños son rotativos y elegidos cada año, mientras que los restantes cinco son ocupados de forma permanente por cinco potencias (Estados Unidos, Francia, Rusia, China y Reino Unido), que además cuentan con la prerrogativa de poder hacer uso del poder de veto a las decisiones. En otras palabras, que por cuestiones de conveniencia o criterio geopolítico tienen la facultad insalvable de bloquear cualquier determinación.
Dado que el planeta lleva varias décadas en un pulso de influencia mundial entre Washington, Moscú y Pekín, entonces el Consejo de Seguridad terminó siendo una instancia que no toma decisiones de fondo sobre conflictos armados de alta, baja o mediana intensidad, ya que el poder de veto se convirtió en una camisa de fuerza que impide dar órdenes directas e inobjetables a las partes enfrentadas y el resto de la comunidad internacional.
Si bien desde hace varias décadas se viene urgiendo que se reforma la ONU y, sobre todo, la dinámica del poder de veto (que en realidad es un esquema geopolítico heredado de la Guerra Fría), esa reingeniería nunca se ha podido llevar a cabo. De hecho, cada uno de los últimos secretarios generales de la Organización se posesionó prometiendo trabajar por esa modificación de la Carta fundacional pero ninguno avanzó de manera sustancial al respecto.
Sin embargo ayer, en medio de la evidencia de la poca eficacia de la ONU ante el conflicto ruso-ucraniano, se tomó una primera decisión al respecto del poder de veto, que si bien no es la que se ha urgido por décadas, al menos representa un cambio en la dirección correcta. La Asamblea General adoptó por consenso una resolución que faculta al presidente del principal órgano deliberativo de las Naciones Unidas a convocar sesiones formales cuando se produzca un veto a las decisiones del Consejo de Seguridad, ya sea por uno o más miembros permanentes.
Según se informó, la resolución, que fue puesta sobre la mesa por el principado de Liechtenstein, indica que el Secretario General podrá solicitar un debate sobre la situación respecto de la cual se emitió el veto dentro de los siguientes diez días hábiles al ejercicio de esa prerrogativa. Incluso, la reforma da preferencia en la lista de oradores al miembro o miembros permanentes del Consejo de Seguridad que hayan emitido un veto con el fin de que presenten un informe especial relacionado sobre la propuesta bloqueada. Esto implica, entonces, que la responsabilidad política de la potencia que haya bloqueado alguna decisión del Consejo aumenta y debe ser justificada ante todo el planeta.
Como era apenas obvio, en medio de la coyuntura, Rusia consideró esta decisión como “un instrumento de presión”, en tanto que Estados Unidos la apoyó señalando que Moscú ha incurrido en un “comportamiento abusivo” del derecho a veto. Más allá de ese pulso geopolítico, debe saludarse que, al menos, la ONU comenzó a dar señales de que puede autorreformarse en aras de reasumir el rol que desde hace 75 años le fue dado pero que con el pasar del tiempo ha ido debilitando: mantener la paz y seguridad mundiales.