*Los riesgos del titiriterismo
*Entre más explican, más titiritean
Todo nace de que muchos pensaron que el presidente Juan Manuel Santos no se iba a presentar a la reelección. Así parecía determinado desde que proclamara la frase, de la cual ha pedido perdón reiteradamente de cara al país, de que “el tal paro agrario ese no existe”. Su popularidad, en agosto y septiembre del año pasado, bajó hasta un 19 por ciento y muchos creyeron ver en ello la imposibilidad de presentarse nuevamente a las elecciones.
En realidad el paro agrario de la época, que había tenido algunas justas reivindicaciones, también fue infiltrado por diversos sectores, inclusive del ya jefe de la oposición, quien corría para su elección a Senado.
Santos lo meditó mucho y hubo quienes apostaron a que dejaría la candidatura. El hecho fue que hacia finales de noviembre ocurrió lo contrario, con base en no dejar irresponsablemente el proceso de paz a mitad de camino, anunció fundamentado en la ley su postulación y, contra viento y marea, se posicionó en los primeros lugares. Desde ese momento arreció la campaña en su contra, que ya venía insinuándose con los miles de trinos que el jefe de la oposición había utilizado de plataforma para, primero, distanciarse de quien había escogido de amigo en el 2006 y, luego, entrar a zaherirlo. Traidor, tramposo, bellaco, todo tipo de calificativos se usaron en esa gesta negativa, demostrándose a hoy día que en, efecto, la pretensión íntima de esa jefatura era la de un gobierno títere, sin autonomía ni capacidad de decisión. Sin embargo, Santos, desde el día cero evidenció que era hombre de carne y hueso, con voluntad e inteligencia propias, y no fermento de los hilos.
No obstante, el jefe de la oposición no cejó en su empeño. De nuevo se instauró la pretensión de mantenerse de titiritero, y para ello se fundó un partido cuya propuesta central, aunque no por subyacente menos evidente, ha sido generar el teatrín correspondiente. Se procedió a una convención en que debía escogerse al candidato que mejor se acoplara a las titereteadas. En ese teatro, contra la misma democracia interna, terminó escogiéndose al títere mayor sobre quienes pudieran dejar alguna duda de motricidad propia.
La política así instaurada fue andando hasta que se obtuvieron 20 curules en el Senado sin llegar a las 40 que apostaban. De antemano se quiso hacer un pico dramático a partir de un documento espurio que denominaron “mermelada” a fin de conquistar las curules pretendidas, que no lograron. Pero la puesta en escena iba mal que bien hacia los propósitos señalados y el titiritero obtuvo, hacia la primera vuelta presidencial, que su predilecto lograra despegarse del lote colero.
Venía la hora de dar el zarpazo y se incrementaron las dosis de piruetas, que ya venían siendo infames. Pensando, pues, que se llegaba al apogeo de la obra, el jefe de la oposición decidió elevar el tinglado hasta la especie de que su propio candidato, en el 2010, había recibido, por entonces, un gigantesco caudal de dineros calientes. Hasta eso llegó en su desesperación por no haber sido Santos el títere que él pretendía. De inmediato se probó que era una ilusión por fuera de toda realidad. Aún así algunos incautos cayeron en el espejismo. A poco de eso, llegando al mundo real, se descubrió, por el contrario, que era su títere quien andaba maquinando eventuales delitos, al emplear maniobras de espionaje contra el presidente Santos, como ya venía haciéndose contra su familia. Quedó descubierto en flagrancia. Es lo que pasa a los títeres cuando se destiemplan los hilos del titiritero. Por fortuna el peligroso teatrino quedó en evidencia. Incluso, entre más explican, más titiritean.
Pero lo que se juega en Colombia es demasiado serio para volverlo semejante charada.