*La hábil morosidad de Obama
*Quedaron en tablas
Contra los que sostienen que la geopolítica no cuenta, el desenlace de los acontecimientos en Siria es una suerte de prueba en contrario. La existencia de Siria, en donde debía haber surgido un país más grande que conformara la Gran Siria, para sustituir el dominio de los turcos, no estaba en los planes de Inglaterra y sus aliados. Después de la primera Guerra Mundial surgió con apoyo de las potencias una pequeña Siria, como un pequeño Líbano y la escisión de Palestina, en el limbo para abrir campo al Estado de Israel. En Líbano y las zonas vecinas se extendió en siglos antiguos el territorio que había sido de los fenicios, los mismos que osaron desafiar al mando del heroico Aníbal el Imperio Romano. La guerra ha sido una constante en este pueblo de guerreros y hábiles comerciantes. Por lo que la democracia a la manera que se entiende en Occidente es allí planta exótica. Antiguos instintos ancestrales prevalecen en sus combates que tienen tintes locales antiquísimos, ligados a la influencia de distintos clanes y sus luchas incesantes por el poder, que ejercen en compañía del círculo familiar y de caudillos afines o partidos aliados. Las elecciones en esas naciones son apenas un formalismo, lo mismo que las instituciones democráticas, lo que pesa es el interés del clan y la voluntad de ejercer el predominio por la paz o por la fuerza cuando las circunstancias lo exigen. Lo mismo si se trata de un gobernante civil que de un militar, se suele pelear hasta alcanzar la victoria o morir en la empresa.
Como la Siria que renace de las cenizas no es la antigua Gran Siria, otras naciones artificiales no son lo que se esperaba, ni su extensión responde a una realidad geopolítica, todo lo cual aumenta las tensiones internas y externas de manera inevitable. Así como se repartió el petróleo de manera desigual según las necesidades de las potencias. Los regímenes árabes son de distinto signo, desde las monarquías a las repúblicas bajo férula dictatorial o las de tinte socialista. Y Siria tiene límites con el Estado de Israel, que alimentan la hostilidad permanente en las alturas del Golán. La Gran Siria abarcaba extensos dominios que llegaban del área de Turquía, incluidas lo que hoy se conoce como Israel, Líbano y Jordania, con múltiples etnias que se asentaban en esas zonas, en ocasiones aliadas y otras veces hostiles.
Como viene sucediendo de manera intermitente hasta en el estable Egipto, la llegada de la primavera árabe y sus protestas que, inicialmente, obedecen a asuntos locales o son instigadas por asociaciones secretas, tras defender los postulados democráticos y clamar por mayores libertades, dan paso a milicias armadas que buscan derrocar el régimen de turno. Las potencias les venden o entregan armas a los distintos bandos, en la convicción de que allí no hay bala perdida, tal como proclamó desde el Vaticano el Papa Francisco.
La tensión y zozobra aumentaron en la comunidad internacional, cuando el presidente Barack Obama anunció que estaba por bombardear a Siria, por crímenes horrendos contra la humanidad que habría cometido el régimen al lanzar gases letales que cobraron la vida de integrantes de la oposición y la población civil; el mundo se estremeció de pesar en cuanto Siria está en ruinas; intentar combatir la barbarie con más bombas y misiles no parecía la solución civilizada, puesto que no garantiza que los civiles y los inocentes en un evento bélico de esa naturaleza resultarán indemnes. Un clamor de estupor y de rechazo se extendió por el mundo, cómo era posible que cuando ni la ONU, ni otros organismos internacionales han intervenido en dos años de crudelísima guerra, de improviso la solución a un crimen de guerra sea cometer otro. La discusión en el Parlamento de Londres entre el Primer Ministro y la oposición, mostró el talante de la democracia británica, que después de sopesar y debatir con altura las eventuales bondades del ataque punitivo contra Siria, resolvió rechazar esa medida e impedir que el primer ministro, David Cameron, ordenara bombardear junto con los Estados Unidos y Francia. La Unión Europea, en particular Alemania, se mostró contraria al bombardeo, puesto que considera que por la fuerza no se solucionan los conflictos y en este caso sería echar más combustible al incendio, que podría extenderse a los países vecinos.
Así que el presidente Obama estuvo meditando sobre la posibilidad de bombardear por su cuenta, dado que los Estados Unidos como potencia tienen la capacidad de actuar militarmente en cualquier parte del planeta. No necesitaba explicar que se le agotaba la paciencia, ni que las presiones de sus aliados ameritaban una acción militar con pinzas. Sin que nadie le pueda garantizar que no se convierta el bombardeo en otra guerra en la que se ve envuelta esa potencia. Y como político, así no pueda aspirar a ser reelegido para un tercer mandato, entiende que una intervención en Siria, país que no es petrolero, no tendría la simpatía del estadounidense medio, ni del pueblo. Así que toma la sabia decisión de dejar que sea el Congreso el que decida sobre la intervención militar. En medio de esa tensa espera, el Papa acusa a las potencias de no hacer nada por la paz y convoca a los cristianos y los elementos afines a orar por la paz, es decir, contra una intervención foránea en Siria, puesto que a su juicio matar más gente sin importar de que bando es, no soluciona nada y se convierte en un holocausto.
En esas cavilaciones estaba Obama, cuando su secretario de Estado, John Kerry, deja saber con calculado descuido, que si los sirios aceptan entregar las armas químicas se podría suspender el bombardeo. La tesis la agarra en el aire Putin y presenta una moción en la ONU. Los sirios aceptan entregar las reservas químicas y Washington, pide que el Gobierno ruso sea garante de la misma. ¿Quién gana? Obama que sin intervenir militarmente le van a entregar los elementos químicos. Rusia que apacigua a Estados Unidos, el régimen sirio que sobrevive y la oposición que no sufrirá más la rociada mortal del gas mostaza.