Brasil ha permitido por décadas la destrucción de bosques y fuentes de agua, y convivido con la contaminación de los ríos. La barbarie organizada se ensaña contra la naturaleza y los bosques en la Amazonia. Quienes están por apoderarse de la tierra organizan verdaderos ejércitos que desplazan a tiros a los indígenas, para destruir las reservas hídricas más valiosas. En los suburbios de Sao Paulo, las gentes de menos recursos, que son millones, desesperan por el agua. En las favelas no la consiguen, deben esperar horas y en ocasiones días para obtenerla, sin importar que el calor llegue a temperaturas que ponen en peligro la vida de los seres humanos y los animales, que sin agua perecen. Para colmo la temperatura ha llegado a marcar 90 grados Fahrenheit (32 Celsius). Algunos enloquecen y se producen secuencias de violencia familiar y entre vecinos, que se convierten en explosiones de ira colectiva.
Los diarios informan que van más de 6 meses de racionamiento de agua en Sao Paulo, en particular en suburbios, entre unas 10 millones de personas que han visto su salud en peligro por el cambio climático y la impotencia oficial. La crisis estaba anunciada, no se hicieron obras recomendadas por expertos y siguió la destrucción del ecosistema. Lo de Sao Paulo se repite en varias ciudades y regiones de Hispanoamerica, donde la naturaleza ha sido generosa con el homo sapiens en materia de recursos vitales y fuentes de agua, que no se cuidan como debieran, puesto que la minería ilegal, como los invasores de tierras, quienes construyen carreteras por zonas boscosas y los que incendian arboles, peor que los bárbaros de Atila, acaban con todo a su paso y son causantes de catástrofes que ponen en peligro la existencia de la humanidad, como la de Sao Paulo.
En vano ambientalístas y organismos internacionales advirtieron del descalabro suicida del medio en Brasil. En vano se han aprobado leyes en el Congreso para contener la destrucción de la naturaleza y castigar a los culpables. Las mejores leyes nada pueden cuando la corrupción cunde entre autoridades, guardabosques y policías locales. No se trata de un fenómeno exclusivo de Brasil, en Colombia y el resto de Hispanoamérica los bárbaros atentan a diario y en la impunidad contra la naturaleza.