No perder el temple y la paciencia
Los sobresaltos del proceso de paz
Lo más rescatable del discurso del presidente Juan Manuel Santos, al cumplir un año de gobierno consistió en decir que la paz no es el objetivo exclusivo y excluyente de los colombianos. Por supuesto, ella hace parte fundamental de los anhelos en un país que lleva más de 50 años de conflagración interna y no ha podido dejar atrás la estela de violencia que lo ha sumido en la impotencia y desacreditado en buena parte de los rincones del orbe. Una época histórica que se ha visto incidida, a su vez, con el combustible de las drogas ilícitas y particularmente la imposibilidad de aplicar la ley como norte consensuado de la sociedad.
La distorsión social ha sido gigantesca y es difícil no reparar en el desgaste del Estado durante tantos años de depredación y barbarie. Pero también hay que decir que han sido tales las fuerzas intrínsecas de Colombia que ha podido salir adelante en medio de esa conspiración de diversas aristas, en la que básicamente se ha discutido la preponderancia estatal, horadándola de corruptelas, atajos y generándole lastres infranqueables.
Pero más allá del discurso que se presentó más bien como una carta de intención y un balance de los últimos cinco años, uno de los elementos principales que dejó de resaltar Santos, pero que resume su manera de gobernar, es el del talante democrático con que ha aproximado su gestión. Indudablemente su gobierno ha sido escenario de las protestas más agudas que se han resuelto, particularmente, en democracia, respetando el disenso y buscando la mayor cantidad de consenso.
No ha tenido, pues, Santos una categorización autoritaria en un país que se acostumbró a ver en el Presidente una especie de pater que debía resolver por su propia cuenta los diversos conflictos sociales y la ciudadanía desentenderse de ellos. Esa misma política democrática la ha intentado llevar a cabo Santos internacionalmente, dentro de los criterios de la libre autodeterminación de los pueblos, circunstancia reconocida favorablemente en todas las encuestas.
Colombia, a no dudarlo, necesitaba reinstitucionalizarse. Esto en el sentido de que cada rama del poder público fijara claramente sus competencias y pudiera desenvolver sus facultades dentro del ámbito constitucional tradicional. Recuperar la democracia en una nación que busca resolver problemas tan agudos como el de una de las desigualdades económicas más altas del mundo y la situación antedicha de un conflicto armado interno, con todas las vertientes delincuenciales aprovechándose de ello, requiere, sin duda alguna, de temple y paciencia. Que debe seguir siendo el derrotero de Santos en los tres años que le quedan de mandato.
Uno de los elementos más importantes de la administración Santos está en la revolución de la infraestructura que viene adelantando. Y decimos revolución en el sentido de que era tal el atraso existente, que la negligencia en la materia se había convertido en uno de los grandes obstáculos para el desarrollo del país y el afianzamiento del bienestar general. Territorios enteros sin comunicación, rutas que estaban presupuestadas desde hace 50 y 100 años, puentes sin hacer o carreteras en franca decadencia, mostraban un panorama desolador que Santos decidió en buena hora modificar. Tiene, por supuesto, el problema de que la construcción de viaductos, puertos y aeropuertos, o la adecuación de los mismos, se toman años y muchas veces se quisiera que todo estuviera terminado como con una varita mágica. No es así. Pero las políticas públicas diseñadas, en asocio con el vicepresidente Germán Vargas Lleras, permiten avizorar un futuro de mucha mejor envergadura y un salto de Colombia hacia la prosperidad.
Está claro, a su vez, que Santos ha venido jugándose al desarrollo con equidad social. Nadie dudaría de que la construcción de vivienda prioritaria para los más pobres, no solamente ha sido un elemento contracíclico de la economía, sino que ha servido para mejorar las condiciones de desigualdad rampante frente a los más desamparados. Igual puede decirse con el cambio en los precios de los medicamentos, que por lo demás se han convertido en una política de dejar hacer y dejar pasar. Y está bien invertir los excedentes públicos en la educación, siempre y cuando ello también signifique una congruencia con la generación de nuevos puestos de trabajo, como en efecto se ha venido haciendo. La lucha por superar los indicadores de pobreza tiene que seguir avanzándose como un propósito nacional irrefrenable. Solo en tiempos recientes el país ha podido contar con excedentes públicos para los efectos e invertir en ello es un deber imperativo.
La caída en los precios del crudo, sin embargo, ha sido una catástrofe para Colombia de mayor impacto al que se presupuestaba. Volver a índices de crecimiento económico mediocres impide mantener la ruta sostenible que se traiga. Y por supuesto, ello golpea la imagen presidencial, tanto en cuanto la política, cualquiera que sea, está determinantemente incidida por la economía. Lo que importa aquí y ahora es cómo contener la desaceleración y generar condiciones de confianza para que el año 2016 no sea de estancamiento.
Hay que decir, de otra parte, que las conversaciones en La Habana han venido entrando en un marasmo inconsecuente con los anhelos nacionales y de allí el requiebre en la popularidad de Santos. Si bien está claro que el embrollo radica en la diferencia entre las partes del modelo de paz, con la ciudadanía cada vez más ansiosa y perentoria, deberá Santos conservar, como se dijo, el temple y la paciencia. Lo que no significa, en lo absoluto, que no deba imprimirle dinámica al tema, puesto que ya se observa en lontananza que el propósito pareciera que el proceso hiciera tránsito de uno a otro gobierno. Aun así, Santos debe dejar firmado el fin del conflicto, mientras en las siguientes administraciones podrá desarrollarse lo atinente a lo negociado y acordado, previo al plebiscito correspondiente. Para ello producir el cese el fuego bilateral, una vez la tregua de las Farc se haya demostrado positiva, tendrá que asumirse más pronto que tarde.
El problema del gobierno de Santos es que habiéndose planteado como un cambio estructural, todavía está en obra gris. Y sólo cuando la obra se termine podrá revisarse en su contenido integral.