* Líderes tienen la obligación de acertar
* Propuesta colombiana gana apoyos
La Cumbre Rio+20 sobre Desarrollo Sostenible que tendrá su evento central esta semana en Brasil sin duda debe marcar un antes y un después en lo que se refiere a la búsqueda de alternativas que le permitan al mundo encontrar un equilibrio entre preservación del medio ambiente, el progreso económico y la lucha contra la pobreza. Obviamente del dicho al hecho hay mucho trecho. La misma negociación del Protocolo de Kioto evidencia que por más que todo el mundo es consciente de que la depredación de los recursos naturales y el cambio climático son hoy por hoy la mayor amenaza a la supervivencia humana, a la hora de asumir compromisos sobre disminución de índices de contaminación o de actividades que tienen un gran impacto en el medio ambiente priman más los intereses económicos geoestratégicos.
En la antesala de la Cumbre todos los diagnósticos han sido puestos sobre la mesa: el ritmo acelerado del crecimiento de la población mundial (7.000 millones de habitantes); los efectos perjudiciales del aumento de la temperatura global por cuenta del cambio climático; la disminución progresiva de la biodiversidad; los récord de deforestación y contaminación de fuentes hídricas; los riesgos por la sobreexplotación de recursos naturales renovables y no renovables; el problema de las basuras y su mala disposición; los peligros por la dependencia de determinadas fuentes de energía, sobre todo de las fósiles; el recorte progresivo de las tierras cultivables y su impacto en materia de oferta alimenticia; los índices de pobreza extrema y necesidades básicas insatisfechas que aquejan a una porción significativa de la población mundial…
Sin embargo, pese al preocupante panorama que el cruce de todas esas variables determina, no es muy alta la posibilidad de lograr consensos mínimos entre las delegaciones que han venido trabajando la declaración de compromiso que deberá ser analizada por los más de 130 jefes de Estado y de Gobierno que se reunirán esta semana en Rio en pos de lanzarle un salvavidas eficaz al planeta. Ya es más que evidente la insuficiencia de los acuerdos logrados en las tres cumbres globales sobre este tema, realizadas en Estocolmo en 1972, luego en Brasil en 1992 y la última en Johannesburgo en 2002.
Las propuestas y modelos que han sido analizados en este largo camino hacia Rio+20 se cuentan por centenares. Sin embargo, los puntos de consenso han sido muy precarios e incluso ya algunos analistas temen que no salga ningún compromiso de fondo.
Colombia llega a esta cumbre como protagonista principal, al punto que su propuesta para establecer un compromiso global alrededor de unos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ha tenido un gran apoyo en los últimos meses, no sólo porque se considera una plataforma objetiva que busca hacer compatible el progreso, la calidad de vida y la preservación ambiental, sino porque se proyecta como una especie de complemento a los Objetivos del Milenio.
Sin embargo, no hay claridad sobre lo que pueda pasar en el cónclave de esta semana. Para quienes han seguido de cerca las discusiones preliminares es claro que la puja entre naciones desarrolladas, emergentes, en vías de desarrollo y las más pobres sigue ahondándose, a tal punto que todas se cruzan acusaciones y exigen que sean las otras lo que carguen el grueso de los compromisos para implantar métodos de producción limpia, economías “verdes”, menores topes sobre emisión de gases así como modelos poblaciones amigables con el medio ambiente.
Sin embargo, en el fondo lo que preocupa es que más allá de la puja de intereses particulares nacionales y cómo éstos se terminan anteponiendo a los planetarios, los gobiernos aún no parecen entender que un fracaso en Rio es muy riesgoso para la propia supervivencia de las generaciones por venir. Una declaración llena de formalidades y sin compromisos tangibles que ayuden a frenar la depredación del entorno ambiental sería una especie de harakiri. El fracaso, entonces, no es una opción.