Manuel Elkin Patarroyo es un médico de la Universidad Nacional que se ha convertido en apóstol de la investigación científica al servicio de la humanidad. Su presencia en congresos internacionales, en los que participan los más reputados hombres de ciencia del planeta, suele poner muy en alto el nombre de Colombia. La comunidad médica y científica que conoce los pormenores de sus investigaciones comprende la inmensa importancia y el avance para la sociedad global que significa la creación de las vacunas sintéticas. Estas son una herramienta eficaz para derrotar múltiples enfermedades que hoy son letales para el hombre o que tienen ciclos endémicos con altos costos humanos, sociales y económicos.
El científico colombiano cuatro veces ha ganado el Premio nacional Alejandro Ángel y recibió en España el reputado Premio Príncipe de Asturias, por su contribución a la ciencia y la humanidad. Son numerosos las distinciones y los trabajos especializados publicados en las más prestigiosas revistas de ciencia y medicina sobre sus experimentos y logros para combatir por medio de una vacuna sintética la malaria. Pero todo ello no ha podido evitar que en su propio país haya gentes que no entienden la inmensa trascendencia de sus investigaciones y esfuerzos, e incluso que hagan eco a los poderosos intereses de los laboratorios transnacionales que ven con malos ojos una vacuna sintética que pondría al alcance de los más pobres la cura de milenarios males, salvando millones de vidas y ahorrando millones y millones de dólares a la humanidad.
Por medio de falsas denuncias y procedimientos engañosos se consiguió que en los estrados judiciales se impidiera a Patarroyo que siguiera sus investigaciones, so pretexto de proteger a los primates con los que hace sus experimentos. Ello generó una dificultad inmensa en su trabajo, hasta que -por fin- ahora resplandece la justicia y el sentido común. Un fallo del Consejo de Estado le permite al científico proseguir sus investigaciones, dentro de un esquema de requisitos regulatorios. Ha sido una befa para la comunidad científica internacional el que se le impidiera durante largos cuatro años seguir sus trabajos en Colombia, que seguramente ya habrían dado fruto de no mediar esa insólita interrupción. La decisión del máximo tribunal de lo contencioso-administrativo ha generado beneplácito nacional e internacional, puesto que frenar la investigación científica por intereses oscuros es un insulto a la inteligencia.