EL nacimiento de la señora Margaret Hilda Roberts, no estuvo precedido de notables augurios como en las obras de Shakespeare, se produce en un hogar anónimo de acuerdo con las funciones de su padre como tendero, alegra a la familia y al mismo tiempo representa una carga, al aumentar el consumo y debilitar los magros ingresos del padre. La temprana inteligencia de la niña gana el apoyo de sus padres, que comprenden que han traído al mundo un ser excepcional. Se destaca en Oxford, trabaja en una empresa química como investigadora. Pronto deja la rutina del laboratorio y se inclina por el Derecho, como abogada inicia su carrera política en el Partido Conservador, en el cual militaban los suyos. En 1950 es la mujer más joven de Inglaterra en aspirar a un escaño en la Cámara de los Comunes, siendo derrotada por los laboristas en Dartford. La señorita Roberts pasa a usar el apellido Thatcher, al casarse con el empresario Denis Thatcher. Como Margaret Thatcher pasa a la historia.
Defiende con ardor las ideas conservadoras, los jerarcas del Partido Conservador tienen una joven estrella de mostrar.
El laborismo había exacerbado los antagonismos sociales, con el impolítico aumento de impuestos a las empresas, frenado el crecimiento, dilapidado los recursos en proyectos antieconómicos y asistenciales de corto alcance; el crecimiento del Estado no se correspondía con la ruinosa economía, lo que produce crónico desequilibrio financiero y fomenta el paro. Un mortal pesimismo se abate sobre el Reino Unido, tratado como un país en declive en los foros internacionales. Es cuando ella decide darle un vuelco a la política y toma decisiones impopulares y fundamentales para enfrentar la crisis. Se trata de reducir drásticamente el tamaño del Estado, de privatizar empresas que no son esenciales y que se han convertido en el lastre burocrático que consume el presupuesto oficial. Al tiempo habla en cuanta reunión la invitan y suele ser muy dura al denostar contra la demagogia laborista que conduce al abismo a Inglaterra. Señala que, con el tiempo, los pueblos sufren la desventura de más impuestos y menos crecimiento económico, por cuenta del despilfarro de las rentas públicas. Nueve años después, cuando ya era reconocida como una figura significativa del conservatismo, se lanza de nuevo a la disputa electoral y en reñida competencia, consigue un escaño en la circunscripción de Finchley. Su fuerte carácter se forma en la oposición, dado que el laborismo está en auge. Se destaca en la Cámara de los Comunes por la contundencia de sus discursos, la dialéctica y claridad. El jefe conservador de la oposición, Edward Heath, le encarga misiones de la mayor responsabilidad, sus debates suscitan recios ataques y elogiosos comentarios de la prensa. Pronto figura en el gabinete en la sombra del conservatismo. Al darse la ley del péndulo su jefe llega al poder y llama al gabinete a Margaret, que brilla como ministra de Educación.
Transcurren 4 años en el poder, en los que se consagra como personaje nacional, vuelve al asfalto de la oposición al perder su partido las elecciones. En el debate interno del conservatismo decide enfrentar a su antiguo jefe Heath, quien parecía imbatible, pero ella considera demasiado contemporizador. Gana las elecciones internas y consigue por primera vez en la historia la conducción del Partido Conservador por una mujer. Capitanea con firmeza y entusiasmo y conduce a sus huestes a la victoria en las elecciones generales y es la primera dama llamada por la reina Isabel, a formar gobierno. Su decisión, la pasión con la que asume sus responsabilidades en la convicción de que lo esencial del ser conservador es servir al país, son determinantes en su éxito colosal, en la aventura de rescatar la economía y devolver el prestigio de la nación que parecía sucumbir en la decadencia, reducir gradualmente impuestos de algunos sectores productivos y mejorar los ingresos de los trabajadores que contribuyen al crecimiento de la producción. Por insostenible rebaja el gasto social y promueve la inversión. Entre tanto, los laboristas agitan a los poderosos sindicatos contra su política de cambio y desafían la fuerza pública en las calles... La Dama de Hierro, sin vacilación, enfrenta con mano férrea a sus contrarios e impone el orden.
Y la gloria le llega de donde menos esperaba, de una guerra impensable con Argentina, en el otro extremo del globo, que reclama lo suyo arma al brazo e invade las Malvinas. La Dama de Hierro hace lo imposible para persuadir al gobierno militar de retirarse y evitar la guerra.
La Inglaterra de los Pitt, Burke, Hobbes y Churchill, recuerda hoy sus antiguas glorias militares y políticas al exaltar a la mujer que los animó a dar la batalla con cierta caballerosidad que parecía olvidada en el planeta. Las campanas, trompetas, cañones, y las oraciones fúnebres resuenan en honor de la Dama de Hierro.