La campaña presidencial y las elecciones que se efectuaron en Venezuela el pasado domingo mostraron la voluntad de casi todo un pueblo por apoyar dos visiones antagónicas de la política, de la forma como se debe gobernar el país y administrar los gigantescos recursos del petróleo. Con la diferencia de campañas anteriores que esta vez el gobernante no tuvo el mismo dominio de las calles, cuando a un gesto suyo llenaba en exclusiva las plazas publicas. Henrique Capriles, escaso de recursos y aupado por el espontáneo fervor popular, le disputa al campeón del populismo en todo el territorio nacional las multitudes, en una prueba en la cual desarrolla una enorme capacidad de comunicación, pese a que es más hombre de acción que orador. La juventud del candidato, la inteligencia, la hábil estrategia, la fuerza del carácter, y una formidable capacidad de lucha lo llevaron a los primeros planos de la política, constituyéndose en un fenómeno en cuanto al carisma para movilizar a las masas. Antes había una oposición desconcertada, sin jefes naturales, dividida, desanimada, fatalista, menospreciada por el oficialismo, la que se convierte casi que súbitamente en sus manos y en pocos meses, en verdadera alternativa de poder. Y siempre dentro de un estilo político de evitar la confrontación, de no contestar agravios, de hacer propuestas realistas y positivas, una novedad en una nación que parecía atrapada por la confrontación y los insultos de parte y parte en cada justa electoral. Se presentaron algunos incidentes aislados, disparos y unos pocos muertos que enlutaron la campaña de la oposición; en medio de los nervios y el duro antagonismo las cosas se desarrollaron en relativa calma.
El presidente Hugo Chávez se reafirma en los aspectos populistas, nacionalistas y antioligárquicos que han caracterizado su larga gestión, dentro de un esquema de fomentar los desencuentros de clase e insistir en impulsar la revolución a la cubana. Su maquinaria electoral es de las más poderosas de la región, sin que ninguna otra cuente con un apoyo burocrático tan grande ni con tantos recursos. Los empleados públicos se movilizaron, lo mismo que las milicias, los que reciben la generosa ayuda oficial y millares de seres convocados por la propaganda gubernamental empleada como música de fondo para poner a bailar a los votantes. En ese ambiente de dominio presidencial de los medios, la presencia en los mismos y la voz del candidato opositor, aparecieron infinitamente menos veces en ellos que la del gobernante, que a cada rato los encadenaba para pronunciar sus apasionadas intervenciones contra el manjuche, pisaverde o bueno para nada.
Chávez tuvo la presencia de ánimo de hacer una agotadora campaña por la reelección a pesar de las complicaciones de salud que lo agobian, con el efecto de atraer no solo a los suyos, sino a sectores de población indecisa que sienten simpatía instintiva por el personaje que se enferma y en medio de sus tribulaciones se mantiene firme y se esfuerza sin descanso, ni descuidar detalles por ganar.
Desde el exterior lo acompaña en todo momento la solidaridad de los países que juegan dentro del socialismo del siglo XXI. Por la generosa ayuda internacional que el Gobierno de Caracas les suministra a terceros países como Cuba, la tensión en el exterior era evidente, puesto que de haber sido derrotado el comandante, la jugosa ayuda que reciben esas naciones los habría llevado a situaciones de la mayor estrechez. Lo que contrasta con cierta indiferencia y ninguna ayuda de países vecinos al candidato de la oposición, como de la distancia que mantuvo el Gobierno de los Estados Unidos del proceso electoral venezolano, enzarzado en su propia disputa por la Presidencia.
Colombia sabe que lo que pasa en Venezuela afecta no solamente nuestra política internacional o, el comercio, tiene que ver con el conflicto armado y el proceso de paz. Al parecer, los millones de colombianos con doble nacionalidad votaron indistintamente por los dos candidatos. La escasa diferencia de votos presenta un país dividido, que hoy tiene una fuerza coherente en la oposición, que puede hacerse sentir en el futuro y que se sabe capaz de defender sus principios.
Sin conocer las intimidades de la campaña, el hecho de que el candidato de la oposición Henrique Capriles haya reconocido el triunfo del Gobierno, así fuese por poco margen, muestra madurez y valor civil. Lo que viene depende en gran parte del mandatario, que sabe que gobierna un país dividido, que no conviene empujar a la desesperación y que tiene un jefe de la oposición con el cual se podría llegar a acuerdos que favorezcan la democracia venezolana, a sabiendas que de mantenerse la cohesión la misma va a tener una presencia importante en la Asamblea, lo que podría fortalecer la democracia venezolana.