SE ha especulado en los medios de comunicación, especialmente en la radio, sobre los alcances de lo que se ha denominado “remezón castrense”, y no tanto por el hecho en sí mismo de cambiar una cúpula militar que ya lleva dos años con el presidente Santos en una de las etapas más complejas de la actividad militar pues se da en medio del conflicto armado y las negociaciones de paz. Es de reconocer que la saliente línea de mando, en cabeza del general Alejandro Navas, tuvo un comportamiento que en todo momento hizo honor a sus responsabilidades y sorteó con suma pericia las enormes dificultades que debió enfrentar, dado que la mirada de más de 40 millones de colombianos seguía sus movimientos y la evolución de la guerra en medio de las negociones de paz, al mismo tiempo que sectores de la contracultura que favorece la izquierda alzaban toda suerte de ataques jurídicos contra las Fuerzas Armadas con el objetivo de debilitar su moral y la eficacia de sus golpes contra los subversivos. Pero todo ello sin que en ningún momento los soldados de Colombia se amilanaran por estos sórdidos ataques judiciales que buscaban paralizar el brazo armado del Estado y facilitar las acciones de la guerrilla para expandirse en las zonas de la periferia del país.
Lo cierto es que la eficacia de las tropas oficiales condujo a que el Gobierno del presidente Santos pudiera presentar un balance positivo de resultados en el combate denodado contra los alzados en armas. Se golpeó la columna vertebral del ‘Secretariado’ de las Farc, el cual quedó desarticulado y sin la capacidad ofensiva que tuvo en otros tiempos. Es de destacar que mientras la facción subversiva se vio obligada a modificar su estructura para volver a la acción básica de comandos y ‘guerra de guerrillas’, las Fuerzas Armadas operaron un cambio en parte de su estrategia para atacar con más eficiencia los centros nerviosos de la agrupación ilegal, obligándola a dispersar sus efectivos, refugiarlos en la alta montaña o en países vecinos que les han dado acogida. La constante presión del Ejército, la Armada y la Aviación sobre los distintos frentes subversivos produjo la desmoralización de éstos. Y fueron todos estos resultados contundentes los que, sumados a la destrucción de gran parte de la jerarquía subversiva, llevaron a las Farc a aceptar encontrarse con los agentes del presidente Santos para negociar las posibilidades de paz.
En ese trabajo militar sistemático contra la subversión, en el que se destacó especialmente la cúpula militar que acaba de ser relevada, jugaron un papel preponderante los nuevos mandos, como el general Juan Pablo Rodríguez, que ahora pasa a la comandancia del Ejército. Igual ocurre con el papel cumplido por el nuevo comandante general de las Fuerzas Militares, mayor general Leonardo Barrero; el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, mayor general Hugo Acosta; el comandante de la Armada Nacional, vicealmirante Hernando Wills; y el comandante de la Fuerza Aérea Colombiana, mayor general Guillermo León. Todos ellos han sido probados en diversas oportunidades de su carrera y defendieron con eficacia el Estado, la sociedad colombiana y el orden legítimo. Y además se cuenta con el nuevo director de la Policía Nacional, mayor general Rodolfo Palomino, quien a la par de su eficacia operativa, se destaca por los esfuerzos en el trato con la población civil y su empeño en lograr que tanto en las grandes urbes como en los municipios la comunidad participe y juegue un papel fundamental en el restablecimiento de la convivencia, algo muy importante en especial ahora que se está pensando en cómo será la relación de los uniformados con la ciudadanía en el posconflicto.
Así como la anterior cúpula militar, a cargo del general Navas, demostró estar al servicio insobornable de los ideales democráticos, incluso cuando se les despojó del fuero militar, los oficiales que hoy llegan a la cumbre de sus carreras y responsabilidades, son, sin excepción, garantes de la defensa del Estado y del gobierno Santos para que sus agentes puedan seguir negociando en La Habana sin comprometer en ningún caso la justicia ni la dignidad nacional, en el entendido que de todas formas en un proceso de esa naturaleza existe una cierta elasticidad necesaria para que no se frustre la negociación y se sienten las bases reales de la convivencia. Este respaldo militar le permite al Ejecutivo advertir a la subversión que todos los ataques contra las Fuerzas Armadas, la población civil y la infraestructura nacional serán contestados con la más severa contundencia y potencial bélico. En tanto, esas mismas Fuerzas Armadas garantizan la estabilidad del Gobierno y el respaldo para sentirse fuerte en una negociación y, dado el caso, poder levantarse de la mesa en La Habana si las alucinantes pretensiones de los negociadores de las Farc no aterrizan y salen del campo de la utopía, el populismo y la demagogia decimonónica de pretender revivir las ‘repúblicas independientes’ como zonas campesinas y dejan atrás sus amenazas de crear una estructura social y estatal propia en la periferia del país para cumplir con el sueño acariciado por Tirofijo, que era el de establecer la ‘república del sur’ en una zona en donde se encuentran las más grandes riquezas mineras, ecológicas y una gran extensión territorial con acceso al mar, lo que le permitiría a la subversión, en un momento dado, imponer una autarquía económica que tendría como consecuencia la total subordinación de la población de esas regiones a los mandos subversivos. Una situación en la cual los colombianos de esas regiones se convertirían en ciudadanos de tercera y la zona de la periferia se transformaría, a su vez, en un gran campo de concentración en los cuales los campesinos y trabajadores carecerían de derechos humanos, ingresando así a la plenitud de la barbarie en donde solo imperaría la voluntad y el capricho de los comandantes subversivos.
Es claro, y nadie que esté en su cabales lo duda, que el presidente Santos jamás entregará esas regiones -en donde está el futuro del país y las más grandes posibilidades de desarrollo de nuestra historia- a los facinerosos que por medio de las armas no han podido conseguir ese objetivo y cuya jerarquía superior está desmembrada y apenas subsiste por la realización de algunos ataques y los negocios colosales derivados de los cultivos ilícitos y el comercio clandestino de nuestros minerales que se hace ‘infortunadamente’ con las grandes multinacionales.