La innegable crisis interna
Más allá de los escándalos
NO han sido los últimos meses los mejores para la Policía Nacional. Y no porque su accionar operativo haya decaído, pues, muy por el contrario, ha dado importantes golpes a la delincuencia común y organizada, capturando o abatiendo a reconocidos cabecillas del narcotráfico, la guerrilla, las Bacrim y otra serie de mafias criminales. Si bien los índices de homicidios bajaron en 2015, los de otros delitos de alto impacto aumentaron preocupantemente, por lo que la inseguridad ciudadana es hoy por hoy la problemática más sentida para la mayoría de los colombianos. No menos evidente ha sido el aprecio que la ciudadanía tiene por la institución, como ha quedado comprobado en la indignación y reacción solidaria de las personas cuando los uniformados han sido agredidos por estar cumpliendo con su labor, como ha ocurrido, por ejemplo, en los últimos días con algunos colados en el sistema Transmilenio de Bogotá, que al ser descubiertos y reconvenidos por la autoridad, atacaron con violencia a los policiales, pero la comunidad fue en su auxilio. Por igual, debe destacarse el papel que toda la Fuerza Pública realizó en las festividades navideñas y de cambio de año, que estadísticamente fueron de las más tranquilas de la última década, en tanto que índices como el de los conductores borrachos han bajado progresivamente en virtud de un control más estricto de las autoridades, las campañas de concientización y las sanciones más drásticas a los infractores. Lamentablemente la incidencia de las riñas y la violencia intrafamiliar son dos de los principales lunares, pero es claro que son procederes ilícitos que tienen ocurrencia, en la mayoría de los casos, en la intimidad de los hogares.
Visto todo lo anterior, se puede concluir que la crisis de la Policía no deriva de sus resultados operacionales, que son destacables, sino de problemas internos que han ido incubándose con el correr de los años y han explotado con especial énfasis en meses recientes. Los casos de corrupción lamentablemente se repiten cada vez con más frecuencia y a mayor nivel. La semana que termina, por ejemplo, un comandante de Tránsito departamental salió del cargo al filtrarse grabaciones en donde incluso llegaba a decir que este servicio era una especie de “cajero automático”. Semanas atrás el trámite congresional del ascenso de un general terminó imbuido en un rifirrafe de anónimos y cruce de graves acusaciones que, al final, llevaron al Ministerio de Defensa a aplazar la petición del visto bueno parlamentario. Ello se dio paralelamente a un escándalo de mayores proporciones en el que resultaron salpicadas hasta las más altas esferas en señalamientos de presiones indebidas, tráfico de influencias, anomalías en ascensos y contratos y hasta la supuesta existencia de una red de prostitución al interior de la institución. En medio de semejante ambiente caldeado estalló otra controversia relacionada con presunto espionaje y seguimientos a periodistas que habían denunciado irregularidades en la Policía. Un ambiente enrarecido al que se le suman casos aislados de denuncias de abuso de fuerza o actuaciones arbitrarias o claramente delincuenciales de algunos uniformados… Y, por último, no son pocas las dudas que se ciernen en torno a si están funcionando adecuadamente las instancias de inspección y control interno que tiene la Policía para autodisciplinarse.
Aunque el Gobierno creó una comisión de alto nivel para investigar qué era lo que estaba pasando al interior de la Policía, ésta al final parece enrumbarse más hacia un diagnóstico de sus problemáticas y las recomendaciones para superarlas, sin querer convertirse en modo alguno en una instancia inquisidora. Por igual, es claro que ya están en marcha análisis sobre el rol de la institución en la llamada etapa del posconflicto.
Lo cierto es que la Policía necesita una reingeniería, pero no tanto enfocada al futuro y sus nuevos roles funcionales, sino al aquí y ahora. Negar que los escándalos de los últimos meses han lesionado la credibilidad institucional, rayaría en una ingenuidad suprema. Y esa reingeniería va más allá de un simple cambio en la cúpula o la ratificación de la actual. Se requiere, en realidad, un diagnóstico a fondo que permita detectar los focos de tensión estructurales y coyunturales. La sola sospecha de que hay un pulso de poderes al interior de la institución ya es de por sí muy grave y pensar que con el correr de las semanas o la salida o entrada de altos oficiales todo se va a resolver, muy riesgoso. Hay que actuar ya.