¿Regeneración política en México? | El Nuevo Siglo
Sábado, 24 de Noviembre de 2018
  • La posesión de López Obrador
  • El nuevo y el viejo populismos

 

Manuel López Obrador asume la Presidencia de México el próximo 1 de diciembre. Es un dirigente que ingresó desde su juventud a militar en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y comenzó dando cursos de formación política. Por su facilidad de palabra y comunicación se convirtió en especialista de la pedagogía política popular. Sus posturas doctrinarias lo distanciaron con el tiempo de los políticos más comprometidos con los asuntos burocráticos ligados a la corrupción imperante en ese país.

Los más duros críticos de ese sistema político, que surge del triunfo de la revolución mexicana de 1910, estiman que el PRI, dentro de sus postulados no escritos, está ligado desde la cuna a la corrupción y la rapiña de sus jefes cuando ocupan el poder. Esto por entender el ejercicio del gobierno como el manejo de un botín de guerra, tal como lo hicieron los generales de la revolución, cuando se estableció el derecho de los compadres de la victoria militar a enriquecerse. Se despojaba en los campos a los terratenientes y jefes políticos contrarios, e incluso en ocasiones los eliminaban.

Pese a las canciones románticas de la revolución mexicana, donde se habla de una causa justa y de patriotismo, en el trasfondo imperaron la sed de venganza y la rapiña. Para estos caudillos ejercer el poder se asemejaba en cierta forma a la manera de ver la vida de los señores feudales, sin importar que en su mayoría sean de origen humilde. Sus grandes jefes son leyenda, como Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Francisco Madero, este último de familia rica y con formación en el exterior. Todos ellos hicieron historia combatiendo a sus adversarios políticos a sangre y fuego.

Con el pasar de las décadas el PRI se convirtió en la práctica en un partido único, que se adueñó de todo el aparato oficial, combatió militarmente a la oposición y persiguió a los personajes más valiosos y a los pocos elementos pensantes que se atrevían a disputarles el poder. Tal el caso de José Vasconcelos, de estirpe nacionalista que consiguió un gran apoyo popular pero mediante la fuerza y la persecución le obligaron a salir del país.

Está probado que la demagogia y sistemático asalto al erario público enriquecieron a los jefes del PRI, en tanto la población siguió en el atraso secular, pese a que el país se cuenta entre los más ricos del mundo. En Estados Unidos, California, que tiene la misma geografía y riqueza que algunas zonas de México, se yergue como la quinta economía mundial, en tanto el país latinoamericano mantiene altísimos índices de miseria popular, auge criminal y fracaso estatal.   

Manuel López Obrador, un intelectual y economista, con gran sentido de autocrítica, terminó por chocar con los nuevos “caudillos” del PRI que conservaron la manía de enriquecerse a toda costa, sin ninguna de las calidades de los caudillos emblemáticos de la revolución. Por eso rompió con sus primeros correligionarios, que no aceptaban sus posturas moralistas, que consideraban decadentes y burguesas. Es cuando fundó Morena, un partido de izquierda que procuró por la vía pacífica el cambio. Esa colectividad, en el frontispicio de su decálogo doctrinario, sostiene que “lucha por cambiar el régimen de corrupción, antidemocracia, injusticia e ilegalidad que ha llevado a México a la decadencia actual que se expresa en crisis económica, política, en pérdida de valores, en descomposición social y violencia”.

La tesis central de Morena es la de cambiar la clase dirigente como elemento esencial para modificar las costumbres políticas. Por lo mismo declaró la guerra frontal al PRI y al PAN, partidos a los que acusó siempre de mantenerse y turnarse en el poder mediante el fraude, así como de ser los causantes del atraso de México, en especial de la desigualdad y la miseria generales.

López Obrador no cree tanto en aprobar leyes para el cambio, considera que el cambio se consigue mediante la llegada al poder de gentes limpias, dispuestas a servir al país con honradez y sentido de sacrificio. Entiende que el cambio de régimen es la clave de la transformación del país, lo que no se logrará por arte de magia, sin adecuados planes de desarrollo. En últimas: lo que el nuevo mandatario manito quiere es la regeneración de la gobernabilidad en México, en un marco de austeridad y realista sensibilidad social.

Es evidente que parte de su polémico credo político linda con una visión decimonónica del socialismo de Estado, vía que podría afectar la convivencia y los planes de inversión extranjera y expansión de la industria privada y el comercio.

Aun así, todos los interrogantes que se hacen en México y en el exterior sobre el nuevo Presidente manito, que esta semana incluso planteó una ley de punto final a corruptos, solamente se dilucidarán con la praxis del poder. Y ello solo ocurrirá a partir del sábado próximo.