El falso dilema
Convergencia militar y social
Entre las urbes más estudiadas del país está Buenaventura, a cada crisis grave que se presenta se crean comisiones de trabajo para evaluar la situación. Los pronósticos en materia social de quienes analizaron el asunto en el siglo XX se quedaron cortos, por cuanto no se previó a tiempo la alianza entre las mafias locales, los grupos armados y el multimillonario negocio del contrabando de drogas y de productos de diversa índole. El puerto se mantuvo por siglos con una pequeña población local, en tanto que en los últimos años, con el desplazamiento y el comercio informal, aumentan los habitantes de manera considerable, lo que dificulta aún más los esfuerzos locales por superar la pobreza. La disyuntiva de la urbe en lo social no es intervención militar o asistencialismo. En ambos casos estos factores son secundarios frente a la dimensión de las necesidades y la degradación del tejido social. La intervención militar resultaba inaplazable dado el desborde de la criminalidad, el aumento de los delitos atroces, como la práctica del descuartizamiento del “enemigo”, ligado, eventualmente, a la antropofagia ritual de los cultos satánicos.
El presidente Juan Manuel Santos, al tomar la decisión de enviar tropas y militarizar el puerto, hizo lo correcto para proteger los derechos humanos de los residentes y ofrecerles la mayor suma de seguridad, haciendo eco así de las marchas que clamaban por la intervención del Gobierno nacional y las autoridades locales. Se trata de rescatar la soberanía nacional horadada por los violentos. No quiere eso decir que el Ejecutivo considere que con tanques se resuelven los problemas sociales, como adujo un comentarista descriteriado. Lo que se busca con la medida es impedir que la urbe se convierta en un campo de batalla de las bandas criminales, más cuando la mayoría de la población, aun aquella en la miseria, debe pagar peaje a las pandillas o están siendo extorsionados. Se calcula que de 65.000 viviendas en la ciudad, el 10% debe pagar su ‘cuota’ para que no intimiden a sus moradores, les despojen de sus hijas, los hieran, maten o incendien la casa. Por tal razón, los soldados, cuando arribaron a cumplir su patriótico deber, fueron recibidos con aplausos por la población.
Buenaventura, como otros puertos del globo, tiene dos caras: la de los grandes negocios, almacenamiento y trasporte de productos, que se mueven en la zona opulenta. Y la zona oscura, la de las barriadas que son afligidas por los problemas sociales, los contrabandistas y el hampa despiadada. Esta ciudad debe convertirse en un campo experimental para hacer un gran esfuerzo nacional por redimirla y mejorar el nivel cultural, social y económico de sus habitantes. El asistencialismo para los más necesitados y los enfermos es fundamental, como medida transitoria, y no es un dilema. En el siglo XXI, con la experiencia mundial de desarrollo que podemos aprovechar, es posible mejorar en pocos años la situación social de las urbes. Lo que comienza por la educación, pero también se requiere alimentar mejor a los niños, adecuar las escuelas locales y conseguir becas en otras ciudades para los que no se puedan asimilar en el lugar. Hay que estimular el deporte entre la muchachada, impulsar la competencia, dotarlos de equipos y entrenadores. El deporte suele ser la redención de los jóvenes, como con tino lo ensayó Nelson Mandela en la Sudáfrica segregacionista y lo recordaba en el reciente aniversario del Gimnasio Moderno el presidente Santos. También debería promoverse la huerta casera en los barrios, para combatir la desnutrición. Fomentar cooperativas, trabajar en la preparación local para los emprendedores y dar crédito a las madres que, en su mayoría, tienen hijos de distinto padre y son las verdaderas cabezas del hogar.
Es de recordar que por Buenaventura sale al exterior algo más del 80 por ciento del café y un poco más del 60 por ciento de todo el comercio marítimo colombiano. Y aumentará ese volumen con la Alianza del Pacífico. De allí que por concesión se moderniza el puerto y se gestan superautopistas de cuatro carriles, con el túnel más largo del continente, por La Línea, más de 30 viaductos, 15 túneles de menor tamaño entre Buga y Buenaventura. Terminada la obra, se estima que se acortaría el viaje por tierra en 8 horas de Bogotá a esa ciudad vallecaucana. Semejante potencia económica no se puede dejar sucumbir por un pico de criminalidad.