- Reactivación económica, fiel de balanza electoral
- Trump se reafirma: Biden le plagió su programa
Estados Unidos se encuentra a menos de 100 días de la cita en las urnas para elegir al titular de la Casa Blanca. Como todo el mundo sabe, la contienda está cerrada al presidente-candidato del partido Republicano, Donald Trump, y el aspirante Demócrata, Joe Biden.
La campaña ha sido, sin lugar a dudas, la más sui generis de las últimas décadas debido al impacto de la pandemia del Covid-19, que ya produjo más de 4,3 millones de personas contagiadas y 150 mil muertes en los últimos meses, siendo la nación más golpeada del planeta. Por lo mismo, la actividad proselitista tradicional ha estado fuertemente restringida, toda vez que los mítines partidistas están prohibidos en la gran mayoría de los Estados, bajo la tesis de que toda aglomeración es un factor de riesgo de infección.
También resulta evidente que la opinión pública no se ha involucrado de forma sustancial en el pulso político, puesto que su atención está focalizada principalmente en superar la crisis sanitaria y amortiguar el alto impacto económico y social derivado de la misma. Si bien es cierto que tanto el aspirante republicano como el demócrata han sostenido muchas ‘batallas’ a través de los medios de comunicación y las redes sociales, el eco de estas refriegas no está prendiendo el ambiente típico de campaña. Es más, las propias encuestas evidencian que una gran parte de los potenciales electores no toman partido aún ya que sus preocupaciones en estos momentos, como se dijo, son otras. No es cuestión de apatía, sino de prioridades.
Esa misma circunstancia es la que lleva a muchos analistas a advertir que los sondeos sobre preferencias electorales dados a conocer las últimas semanas no tienen un alto grado de certeza debido a que, de un lado, se basan en la intención de voto nacional, lo desconoce el sistema de colegios estatales que define al ganador, y, de otra parte, subdimensionan el hecho ya anotado de que gran parte de la ciudadanía sigue ajena a la contienda. En realidad, se espera que sólo a partir de las respectivas convenciones partidistas y la proclamación oficial de las candidaturas, el estadounidense promedio se interese más en la definición presidencial.
Aun así es claro que hay unos énfasis de campaña ya muy delineados. Por ejemplo, el fiel de la balanza en la carrera por la Casa Blanca no será otro distinto a cuál de los aspirantes proyecta mayor capacidad y poder de convencimiento para liderar la recuperación económica y social de la potencia norteamericana, tanto el aquí y el ahora como una vez la pandemia ceda de forma definitiva. En ese orden de ideas, es evidente que el Presidente-candidato tiene una ventaja objetiva ya que los indicadores macro y micro del sistema productivo han venido mejorando sustancialmente en los últimos tres meses, sobre todo en el campo de la generación de empleo y la aceleración del Producto Interno Bruto, cuya caída ha sido menor a la inicialmente pronosticada. De hecho, aunque este jueves se publicarán las cifras el segundo trimestre, que fue el más golpeado por la crisis sanitaria, los mercados han enviado señales previas de tranquilidad al respecto.
Ese énfasis económico de una campaña que entra en su recta final se prueba también en los programas que Trump y Biden han puesto sobre el tapete al respecto. Uno y otro enfatizan ese objetivo. Incluso, el Presidente-candidato no duda en acusar a su rival de haberle, literalmente, copiado, plagiado y hasta robado una gran parte de su plataforma programática. Según el titular de la Casa Blanca, el aspirante demócrata está tratando de adueñarse de una gran parte de las propuestas sobre reactivación y reconstrucción productiva que el Gobierno ya viene poniendo en práctica y promete reforzar. En medio de esa polémica, no deja de resultar paradójico que mientras en la anterior campaña una de las críticas más acérrimas de los demócratas contra Trump se debía a su discurso nacionalista de “América primero”, ahora estén alineados con una tesis que antes repudiaban.
Visto todo lo anterior, es evidente que los próximos tres meses serán realmente los decisivos para la titularidad de la Casa Blanca. En medio de una crisis sanitaria que persiste en varios Estados y está llevando a retomar medidas restrictivas a la movilidad ciudadana y la actividad económica en algunas ciudades, se espera que las convenciones partidistas de agosto, la definición del tiquete vicepresidencial de Biden y los nuevos reportes sobre el avance del plan de reactivación económica gubernamental, terminen siendo los elementos dinamizadores de una contienda proselitista en la que el Ejecutivo se concentra en su plan para hacerle frente a la pandemia y mantener paralelamente a flote la economía y el empleo, mientras que la oposición, más que proponer una nueva hoja de ruta, hizo de la crítica radical su principal arma proselitista.
Habrá, entonces, que esperar a noviembre para ver si se cumplen los vaticinios de cambio que alega Biden o si, por el contrario, las “mayorías silenciosas”, como el presidente-candidato las ha denominado, se pronuncian masivamente y apuntalan su reelección.