Reconstrucción europea | El Nuevo Siglo
Jueves, 23 de Julio de 2020
  • Billonario plan económico pospandemia
  • La arquitectura del acuerdo de los 27

 

 

En la madrugada del pasado martes y luego de maratónicas reuniones del Consejo Europeo en Bruselas, los jefes de Estado de los 27 países del bloque multinacional llegaron a un acuerdo que se ha calificado como “histórico”. Un nuevo Plan Marshall, en recuerdo del que se puso en marcha para reconstruir la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión el enemigo no fue militar, sino la pandemia de Covid-19.

Ninguno de los calificativos se queda corto frente a la trascendencia de los acuerdos a que llegaron los jefes de Estado europeos: es histórico por el momento en que se adopta. Y por su monto económico puede parangonarse perfectamente con la magnitud del Plan Marshall, aquella estrategia liderada por los norteamericanos en la segunda postguerra.

Primero, el monto del acuerdo es de 750.000 millones de euros. Una suma impresionante que fluirá hacia la reconstrucción de los tejidos económicos y sociales de los países miembro afectados por la pandemia, bajo dos modalidades: apoyos directos no reembolsables (390.000 millones de euros) y el resto tendrá la forma de créditos (360.000 millones de euros), que deberán repagar las naciones beneficiarias al cabo del tiempo estipulado.

En segundo lugar, es notable también la modalidad del financiamiento escogido: la Unión Europea con el apoyo de su Banco Central tomará en el mercado de capitales créditos cuyo producido será irrigado entre los países beneficiarios de acuerdo con la gravedad de las afectaciones que hayan sufrido por la crisis sanitaria. Es lo que se ha llamado la “mutualización de la deuda europea”. Procedimiento novedoso que, al menos en estas magnitudes, no tiene precedentes en la historia de la integración del viejo continente.

Estas agotadoras reuniones de Bruselas enfrentaron dos visiones sobre cómo deben tratarse las complejas situaciones planteadas por la pandemia. De una parte estaba la óptica de los países que recibieron el nombre de “frugales”, liderados por los Países Bajos y acompañados por Austria, Dinamarca, Suecia y Finlandia, que sostuvieron las tesis de que Europa debía mantenerse  (aún  durante el periodo de reconstrucción) dentro de los postulados de la ortodoxia fiscal; que los déficit públicos no debían alejarse sensiblemente de las metas que se habían adoptado hace algunos años en los acuerdos de Maastricht; que las reformas estructurales que algunos países miembros tienen aún postergadas, como la pensional y la laboral, debían ponerse al día. Y que, puesto que se trataba de “mutualizar” la deuda, en la concesión de estos recursos las autoridades de Bruselas debían mantener un qué decir (como cualquier banquero) previo al desembolso de las ayudas.

Otros países como Italia y España, duramente golpeados en los primeros meses de la pandemia, reclamaban una pronta respuesta de los jefes de Estado acuartelados en Bruselas. Y llamaban la atención sobre la angustiosa erosión que el coronavirus y los largos confinamientos urbanos causaron en sus economías y mercados laborales.

Finalmente, Francia y Alemania, los dos motores que jalonan la pesada máquina de las decisiones de la Unión que exige el complejísimo consenso de 27 participantes, jugaron un papel de compromiso urgiendo a los “frugales” - muy especialmente a Holanda- para que se avinieran a una fórmula más flexible, como efectivamente se alcanzó en la madrugada del pasado 21 de julio. Vale la pena anotar que esta fue la primera vez que Gran Bretaña, ya de salida de la Unión Europea por razón del Brexit, no participó en las maratones comunitarias. Y que Alemania, que en otras ocasiones había jugado un papel de rigor y de ortodoxia fiscal extrema, tuvo durante estas reuniones una actitud mucho más flexible. Lo cual, bajo el liderazgo de la señora Merkel, facilitó inmensamente el acuerdo alcanzado.

Hay que contrastar, y por lo tanto elogiar, que los europeos hubieran logrado llegar a una fórmula de consenso a pesar de que para ello se necesitaba la difícil unanimidad de los 27 miembros. Obviamente las cosas dentro de los mecanismos institucionales de la Unión Europea son mucho más complicadas que, por ejemplo, en Estados Unidos donde basta una autorización del Congreso para aprobar las ayudas. Acá se requirió que 27 voces, a menudo cacofónicas, se pusieran de acuerdo. Por eso no es sorprendente que, para llegar a dicho consenso, tratándose de asunto tan delicado y de tan inmensa magnitud económica, los jefes de Estado de la Unión hubieran tenido que acuartelarse en Bruselas  durante cuatro días consecutivos.

Visto todo lo anterior, queda claro que la Unión Europea una vez más la da ejemplo al mundo. La apuesta por la reconstrucción es muy alta, seria y calculada. Nada se deja al azar y cada partida fue detalladamente estudiada para que este nuevo “Plan Marshall 2.0”, como lo denominó un artículo de este Diario, funcione en las metas y plazos establecidos.