Impacto de las medidas de desescalamiento
Urge cerrar el punto de las víctimas
La decisión del Gobierno de ampliar el cese de bombardeos aéreos a los campamentos de las Farc tiene toda la lógica en tanto es claro que la guerrilla ha cumplido con el cese el fuego unilateral que declaró en diciembre pasado y, por lo tanto, es dable extender ciertas medidas de desescalamiento del conflicto armado. Tanto los informes del Ministerio de Defensa como de algunas instancias y organizaciones privadas constatan que la guerrilla efectivamente ha suspendido las operaciones militares ofensivas y que si bien han ocurrido combates con bajas y heridos de lado y lado, estos se han presentado en el marco de operaciones de iniciativa de la fuerza pública o como efecto de incursiones de los uniformados en zonas con campos minados por la subversión. También es evidente que el Ejército ha asestado varios golpes importantes a la insurgencia en las últimas semanas, como es el caso de dos cabecillas de frente que fueron abatidos en combate y otros capturados y judicializados. Visto lo anterior se justifica mantener la suspensión de los bombardeos ya que no se observa un debilitamiento drástico de la capacidad de la fuerza pública y, estadísticamente, hay menos vidas que se han perdido en los últimos tres meses.
Más allá de las críticas a esta única medida de desescalamiento del conflicto adoptada por parte del Gobierno, lo más importante es que la negociación, así vaya por la mitad y le falten los puntos más álgidos, ya está dando un resultado efectivo toda vez que se ha reducido el número de víctimas de la confrontación. Le asiste allí toda la razón al Jefe de Estado cuando reitera que la finalidad del proceso es sustancialmente disminuir la afectación a la población civil. En este orden de ideas, que la prórroga de la suspensión de bombardeos se haya anunciado ayer, tiene una significación especial por cuanto coincidió con la celebración del Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas.
De otro lado, el país está ad portas de que en mayo próximo se inicie el plan piloto de desminado humanitario pactado entre el Gobierno y las Farc, el cual constituirá sin duda la mayor prueba de fuego del proceso ya que hasta ahora las medidas de desescalamiento han sido unilaterales mientras que en el ejercicio de ubicación y desactivación de las llamadas ‘quiebrapatas’ participarán conjunta y coordinadamente efectivos del Ejército, guerrilleros desarmados y sin uniforme así como una instancia internacional noruega con amplia experiencia en este campo.
También ha tenido mucho eco esta semana en lo relacionado con el proceso de paz el regreso a la mesa de negociación de La Habana de los generales retirados Mora y Naranjo. Si bien nunca fueron apartados de las tratativas, sino, por el contrario, se les encargó paralelamente la crucial tarea de explicar los alcances de la negociación a todas las Fuerzas Militares, la polémica que se formó por su menor presencia en La Habana, le generó un ruido innecesario a la negociación que bien hace el Gobierno con acallarlo definitivamente.
De esta forma el reinicio de los ciclos de negociación se da en un escenario menos accidentado, de manera tal que se espera superar por fin la discusión sobre el punto de reparación a las víctimas, que ya lleva más de ocho meses, y entrar de una vez por todas al trascendental y definitivo punto sobre “fin del conflicto”, que comprende temas tan complejos como el desarme y el esquema de desmovilización y reinserción así como la concreción de los mecanismos de justicia transicional y participación política para la guerrilla.
Aunque las controversias entre el Gobierno y los contradictores del proceso se han escalado en las últimas semanas, es un error catalogar tales situaciones como crisis insalvables al interior del establecimiento. Todo lo contrario, bienvenidos todos los debates porque más allá de la polarización política la mejor manera de allanar más respaldos a la salida negociada del conflicto es, precisamente, despejar todas las dudas que existan o, al menos, aclararlas cien por ciento para que los sectores de oposición no aprovechen los vacíos para crear mitos y falsos escenarios sobre las implicaciones de la negociación.
Como se ve, el proceso no está en crisis y si bien arrastra desgaste y genera en la opinión pública una mayor exigencia de resultados a corto plazo, continúa siendo la mejor apuesta para dejar atrás por fin cincuenta años de guerra.