· Burla de las directivas al Partido Conservador
· La personería jurídica formalmente en vilo
Como se sabe la colectividad que fue creada en Colombia, entre otros postulados, para defender la ética y el orden constitucional contra las vías de hecho es el Partido Conservador.
Frente a ello, es un oprobio constatar como en los episodios de la malhadada reforma a la Justicia ninguno de los parlamentarios conservadores, en lo que consta en Secretaría, votó en contra de la Conciliación. Bien porque sufragaron afirmativamente o no concurrieron, tomando la vía furtiva que tanto criticara Laureano Gómez a la hora de las batallas. Se disparó así un envenenado proyectil directamente no sólo contra el corazón de la Constitución, sino contra todo el Decálogo conservador imprescriptible.
El Conservatismo tuvo una época de oro en la Asamblea Constituyente de 1991. Intentó, a través de Álvaro Gómez, Misael Pastrana, Rodrigo Lloreda y Juan Gómez, jefes de los grupos de aquel origen, básicamente elevar el tono moral de la política. Era la representación en más de 20 curules, de las 70, una buena proporción de la Constituyente, incluidos los matriculados en listas de otra índole, como Mario Laserna y Álvaro Leyva, o liberales elegidos en las coaliciones de raigambre azul. Es por ello que personajes como Juan Carlos Esguerra, uno de estos últimos y hasta hace unos días ministro de Justicia, sorprendió con su conducta apaciguadora frente a la dinamita constitucional y la debacle activada en el Congreso. Al menos reconoció su responsabilidad política, renunciando.
La mayoría de conservadores de la Constituyente, aún a pesar de las divisiones, fueron promotores decididos del cambio y resultaron fundamentales en los institutos de la nueva Carta, entre ellos el riguroso régimen del congresista para recuperar la majestad parlamentaria y volver por los fueros de la dignidad. Al lado de Raimundo Emiliani, Augusto Ramírez O., Cornelio Reyes, Mariano Ospina H., Carlos Daniel Abello, Álvaro Cala, Miguel Santamaría, Ignacio Molina, Carlos Rodado, Rodrigo Llorente, entre otros, estuvo Hernando Yepes, hoy uno de los denunciantes de las tropelías de la supuesta "reforma de la Justicia", según sesudo ensayo en este Diario.
El hecho actual, en todo caso, es que frente a las directivas del Partido Conservador, incurso en un intencionalmente lerdo proceso de "reingeniería", las cosas están lejísimos de legalizarse y marchar al tenor del nuevo artículo 107 de la Constitución: "los partidos y movimientos políticos se organizarán democráticamente y tendrán como principios rectores la transparencia, objetividad (y) moralidad..." ; directivas por lo demás ya sujetas a los dictámenes del Consejo Electoral en referencia a la pérdida de la personería jurídica que corresponde aplicar perentoriamente, según el artículo 108, por no haber celebrado ninguna convención en los últimos dos años, desde la vigencia del Acto Legislativo 1 de 2009.
Su reiterada incapacidad de rectificación, desoyendo las voces de quienes pensamos que el cambio exigiendo y templando los resortes internos, legados por nuestros mayores, todavía es posible; usados todos nosotros en un comité de “reingeniería” para redactar incisos estatutarios mientras el club parlamentario, no sólo procedía en contra de lo que se escribía, sino que convocaba cenáculos de objeto espurio para cranear a hurtadillas las fechorías de la Conciliación; contravenidos todos los tiempos y cronogramas de aquel comité que se suponía y habían anunciado de emergencia para salvar al Conservatismo de la hecatombe de las elecciones regionales y aplicar lo de rigor ético en tantos procesos penales fallados y en curso; advertido de nuestra parte el propio Director del Partido Conservador de que con sus rémoras había fracasado en el intento de cambio prometido; renunciados o abstenidos la mayoría de miembros del comité por la desarticulación entre la teoría y la práctica, no queda, por todo ello y mucho más, sino la desolación de saber que allí no existe la palabra enmienda. Por el contrario, caben gigantescas responsabilidades ante el país a las directivas partidistas, representadas además del propio Director, en nada menos que en el Presidente del Congreso, además de los conciliadores y más influyentes en los cambios torticeros a lo largo de la Reforma, hasta su cataclismo final. ¡Que renuncien!, si quieren mantener un ápice de decoro.
No es dable, cierta y dignamente, que el Partido Conservador Colombiano, con todo lo que tiene de histórico, grande y republicano, con todas las posibilidades hacia el futuro de modernizarse y empinarse por su experiencia y prestigio al lado de colectividades hermanas que dirigen sus naciones en Alemania, Inglaterra y España, cercanas por sus Fundaciones en tantas décadas de compartir talante, financiación e ideología, siga atado a unas directivas que han hecho de su impronta e ideas rey de burlas e irritante caricatura.
El Conservatismo, según rezan sus principios germinales, "no quiere aumentar sus filas con hombres que no profesen teórica y prácticamente los principios de su programa; por el contrario, le convendría que si en sus filas se hallan algunos que no acepten con sinceridad estos principios, desertasen de una vez".
¡Renuncien, por tanto, o llevarán en su frente la imborrable mácula de haber disuelto el Partido Conservador, no sólo formalmente, sino por su conducta!