La fuerza de la naturaleza es inapelable. Y de eso quedó evidencia en la tragedia que se registró el fin de semana con la estela mortal que dejó el paso del súper tifón Haiyan en Filipinas. Ayer el saldo se elevaba ya por encima de los 10 mil muertos pero las autoridades locales indicaban que podría incrementarse en centenares o miles de víctimas más, debido a que en estos primeros días las operaciones de salvamento se han concentrado en ayudar a los casi cuatro millones de damnificados, y sólo ahora empezarán las labores de remoción de escombros, pues la lista de desaparecidos es muy larga.
¿Cómo ayudar? Esa es la gran pregunta que ayer se hacía la comunidad internacional que en esta semana ha actuado con cautela pues es claro que dado que la zona en donde impactó el tifón es conformada por decenas de pequeñas islas en donde el envío de ayudas y demás operaciones de asistencia a los damnificados se hace más complicado que cuando se trata de un territorio continental.
Por ahora los primeros estimativos indican que para la etapa de emergencia se necesitarán no menos de 300 millones de dólares pero la reconstrucción de la zona devastada sería muy costosa, no sólo en el aspecto de la infraestructura económica y productiva, sino en materia de tejido social. Los testimonios sobre lo ocurrido en islas como Leyte y Samar dan cuenta de un arrasamiento casi total producto de los vientos que alcanzaron 300 kilómetros por hora y generaron olas de más de cinco metros de altura. No se puede perder de vista que Filipinas fue golpeada por uno de los tifones más fuertes de la historia. Las descripciones apocalípticas de lo sucedido en la ciudad de Tacloban, capital de la provincia de Leyte, nunca se habían escuchado.
Es claro que, por el momento, la comunidad internacional debe concentrarse en cómo viabilizar ayudas económicas y en especie que permitan atender necesidades básicas en materia de asistencia sanitaria, comida, víveres no perecederos, saneamiento básico y refugios temporales. De igual manera es urgente que se implemente un operativo de amplio espectro para hacerle frente a la crisis sanitaria que seguramente se derivará de la gran cantidad de cadáveres que han sido localizados y los cientos o miles que aún permanecen bajo los escombros.
La ONU tiene aquí un papel primordial, no sólo como entidad rectora de todo el operativo humanitario, sino como coordinadora, en conjunto con las autoridades filipinas, de todo el encauzamiento de los ofrecimientos de ayuda de casi todos los países.
El reto para la reconstrucción es aún más difícil, pues la tragedia afectó a más de 10 millones de personas, que son el 10 por ciento de la población filipina. Baste con decir que, según cálculos iniciales, 660 mil personas perdieron sus casas.
Ojalá no pase en Filipinas lo mismo que ocurrió en Haití, el país más pobre de América, que después de ser golpeado duramente por un huracán, recibió múltiples ofertas de ayudas de todo el mundo, pero con el paso del tiempo muy pocas de ellas se hicieron efectivas.