Punto de inflexión en EU | El Nuevo Siglo
Viernes, 29 de Abril de 2016

·       ¿Nacionalismo o internacionalismo?

·       Donald Trump destapa sus cartas

 

Como se sabe, buena parte del mundo fue delineado de acuerdo con la visión de los Estados Unidos luego de ganar la Segunda Guerra Mundial. Si bien los rusos fueron los primeros en llegar a Berlín, la preponderancia universal norteamericana se hizo de inmediato evidente en las instituciones políticas, económicas, militares y comerciales, que surgieron y consolidaron de entonces a hoy. Y que con la caída previa del comunismo como a lo menos en perspectiva debió acontecer, fruto de la impotencia inherente a su propia condición paranoica, hubiera permitido un ajuste de mayor envergadura y más apropiado a los tiempos modernos. Porque a la larga la “Guerra Fría” fue, a no dudarlo, un lastre innecesario y una férula sobre el pueblo ruso y los países entregados a la dominación infamante de los heliotropos del Kremlin.

Derrotados los totalitarismos de derecha, era válido que el de izquierda corriera la misma suerte. Pero hubo de esperarse décadas, hasta la muerte soviética por inviabilidad y agotamiento, lo que de algún modo fue el resultado de la falta de vitalidad de la alianza occidental y el temor que se le tenía a la acción nuclear de un régimen que, sin embargo, se carcomía por dentro.

 

Muchas energías universales se gastaron en el lapso sobre la base perentoria del riesgo permanente e implícito del fin del mundo. No en vano, como se acaba de recordar en los 30 años de la tragedia de Chernobyl, heredera accidental de Hiroshima y Nagasaki, podía acabarse el planeta de un plumazo. Superado el tema con la caída de la Unión Soviética y terminada la “Guerra Fría” quedó, no obstante, a la orden del día el otro remanente de la hecatombe de mediados del siglo XX: la descolonización. Muy mal y de prisa, sin garantizar las debidas condiciones políticas y económicas en los nuevos países y una expresión cultural consensuada, salieron las decadentes potencias europeas de África y Asia. Fue el otro resultado de la Segunda Guerra Mundial, haber hecho un mapamundi al capricho de la actitud huidiza que adoptaron los europeos, inventando naciones donde no las había y dividiendo las que evidentemente existían pese a la colonización centenaria. Y esa es una circunstancia que pesa profundamente en lo viene ocurriendo de hace décadas en esos territorios, pasando por las guerras de Corea, Vietnam, Israel, Congo, India, Afganistán, Irán, Kuwait, Irak y muchas más, hasta el desdoblamiento en grupos como Al-Qaeda o el actual Estado Islámico y cuyo norte evolutivo no está claro.    

 

A fin de cuentas, si nos atenemos a la sugestiva idea del general De Gaulle, la Segunda Guerra Mundial fue más bien una guerra civil entre las tribus europeas, cualquiera fuera la mampara ideológica. Y en ello podría decirse, a su vez, que Estados Unidos heredó, de un lado, el embate en los países eslavos, en lo que anglosajones, germánicos y latinos fracasaron, y de otro la desbandada de ellos de los países asiáticos y africanos un poco a la bulla de los cocos y que en la actualidad sigue teniendo una incidencia volcánica, tanto en la geopolítica como en cuanto a los recursos económicos globales. En tal sentido es posible advertir, también, que en esa herencia sin beneficio de inventario los Estados Unidos prosperaron de algún modo como punta de lanza europea frente a Rusia pero se han frustrado en el orden mundial distorsivo que dejó la descolonización, especialmente en el Medio Oriente.

 

Es en este escenario donde las actuales elecciones presidenciales norteamericanas están tomando un viso impactante y definitivo. Lo que se ve venir es, de un lado, un candidato aislacionista que hace tiempo no aparecía en el espectro, como Donald Trump, quien mostró anteayer sus cartas sobre política internacional y pidió, en resumidas cuentas, el regreso de los Estados Unidos a la agenda interna, la concentración estatal en los problemas locales y salirse del laberinto externo donde los norteamericanos son vistos como los policías del mundo sin, a su juicio, retribuciones ciertas o particularmente costosas y con un mal sentido de la estrategia de comunicaciones, en la que todo se anuncia, advirtiendo a los enemigos. De otro lado estará, desde luego, Hillary Clinton, con la opinión contraria, asumiendo una estrategia internacionalista, defendiendo el libre comercio y la oratoria de Barack Obama.

 

¿Cómo sería un Estados Unidos replegado sobre sí mismo? ¿Será posible cambiar el imaginario donde la globalización no es la plataforma fundamental, inclusive discutida en sus beneficios, como sugiere Trump? Los primeros en saltar serán, por supuesto, los europeos. Y luego los demás aliados que han vivido, en parte, de los recursos norteamericanos. Sea lo que fuere, estarán en la arena política dos candidatos francamente discrepantes que marcarán, sin duda, el punto de inflexión hacia el futuro estadounidense: nacionalismo o internacionalismo.