* El lanzamiento de Alejandro Gaviria
* Las alternativas de Echeverry y Cárdenas
Con el lanzamiento de Alejandro Gaviria Uribe al ruedo proselitista puede decirse que la campaña presidencial comienza a adquirir unas características diferentes en la historia política reciente del país.
Porque la política en Colombia ha sido más bien cosa de profesionales, es decir, de gente con capacidad de sumar votos, pero que no necesariamente tiene honda raigambre en la filosofía, la literatura, la academia o incluso en la poesía. Por el contrario, hoy en día lo que cuenta, como se sabe, son las ínfimas palabras de un trino. Y todavía en mayor medida si contienen el veneno propio para hacerse notar y mantener el debate en las turbias aguas de la polarización, el insulto y la mediocridad.
Es decir, un modus vivendi lamentable que precisamente lo que hace es tender un velo nefando sobre las ideas y que, como premisa metodológica, impide llegar al fondo de las cosas. De allí que sea en la actualidad tan evidente el desmayo del debate político. No solo en Colombia, sino en muchas partes. Lo que, en suma, ha hecho un daño devastador a la democracia.
En ese caso, la aspiración de un demócrata, cualquiera sea al partido o militancia a la que pertenezca, consiste por supuesto en salvar al sistema de las garras de la tecnología mal aplicada. Porque la culpa, ciertamente, no es de los avances tecnológicos para poder comunicar en tiempo real y con una mayor audiencia, sino del uso protervo que se hace de los instrumentos a la mano a fin de exaltar las emociones. Y que, en ese sentido, favorecen al populismo, la pequeñez y la neblina ideológica. Pero que, bien utilizados, son por el contrario un mecanismo insustituible en la generación de consciencia política y orientación pública con un verdadero sentido humanista.
Lo que comienza a llamar la atención de la campaña presidencial colombiana es pues que, como el de Gaviria, surgen al mismo tiempo nuevos nombres. Son, en general, nombres poco asociados al proselitismo político pero que, de otra parte, gozan del sentido práctico para encarar los problemas públicos y encontrar soluciones. Nos referimos, claro está, a figuras como las de Juan Carlos Echeverry o Mauricio Cárdenas. Y no deja de ser curioso, precisamente, que los tres tengan un profundo conocimiento de la economía, como profesionales de quilates en la materia, sino que básicamente hayan sido profesores, decanos, estudiosos permanentes de los problemas colombianos, propulsores de las discusiones a fondo y con capacidad innegable de generar juicios de valor más allá de su experticia tecnocrática.
Por tanto, ellos se suman de alguna manera a la ruta inaugurada por Antanas Mockus, de acuerdo con la cual un profesor resulta vital al desenvolvimiento democrático y la mejora de la vida en comunidad. Mockus lo hizo, en principio, de un modo que pareció estridente, pero paulatinamente su tesis del saldo pedagógico en todas las instancias del servicio público se hizo entendible y popular, y parte novedosa de la política colombiana. Fue, asimismo, el primero en traer a cuento el humanismo en la política a partir de soportarse en las tesis renacentistas de Giovanni Pico della Mirandola, el filósofo opuesto a Maquiavelo para quien, en su aproximación al estudio del poder, “el fin justifica los medios”. Y por eso Mockus siempre denunció la “cultura del atajo”, tan propia de los políticos colombianos, exaltando en cambio el ecumenismo de Mirandola con base en el diálogo civilizado y la rotunda oposición a la violencia y la trampa.
Más o menos al mismo tiempo surgió otro profesor, Sergio Fajardo, hoy en la lid presidencial y siempre en los primeros lugares de las encuestas, cuya tesis reiterativa ha sido la de profundizar en la educación para mejorar las posibilidades colombianas.
Los tres (Gaviria, Echeverry y Cárdenas) pertenecen, por su parte, a esa generación de colombianos con un interés sustancial en el medio ambiente, ocupando diversas posiciones públicas o privadas desde donde han adquirido plena consciencia de las necesidades ambientales colombianas. Pero no como un aditamento, sino como epicentro del modelo de desarrollo nacional.
Candidatos de este tipo, arraigados en la academia y con experiencia en el servicio público, mejorarán el nivel del debate presidencial. Habrá que ver paulatinamente cuál es el recibo de la opinión, dejando de lado el clientelismo y la simplificación.