- Fenómeno será más drástico que el de hace dos años
- Neutralizar lo más posible sus efectos
La segunda temporada invernal de este año debe comenzar el próximo mes e iría hasta mediados de diciembre. Los pronósticos meteorológicos indican, sin embargo, que el nivel de lluvias podría verse afectado por la inminencia del fenómeno del Niño que, según el Ministro del Medio Ambiente podría estar empezando hacia finales de 2018 y tendría su pico máximo en el primer trimestre del próximo año. De acuerdo a proyecciones que se están haciendo, hacia finales de diciembre y hasta marzo, esta región continental será afectadas fuertemente por altas temperaturas y una caída drástica en los ya de por sí bajos niveles de pluviosidad.
El Ministerio de Medio Ambiente ha venido advirtiendo que el país debe prepararse para esta intensa época de sequía, que incluso sería más fuerte que la registrada dos años atrás, cuando varios centenares de municipios se vieron expuestos a fuertes racionamientos de agua e incluso, en determinado momento, se alcanzó a temer por un racionamiento eléctrico de baja intensidad debido a que el nivel de los embalses disminuyó rápidamente por la fuerte ola de calor. Sin embargo, afortunadamente, la combinación de potencial de generación de la cadena hidroeléctrica y térmica permitió al país evitar apagones.
Para este nuevo fenómeno del Niño, las autoridades han indicado que Colombia está mejor preparada, no solo por las lecciones aprendidas de la última emergencia climática, sino porque, por ejemplo, la confiabilidad del sistema de generación eléctrica hoy es mucho más alta, e incluso el nivel de los embalses está por encima del 65%, muy superior al que existía en la antesala del Niño, tiempo atrás.
Así mismo, no hay que confiarse y desde ya las autoridades del orden nacional, regional y local deben activar una estrategia para hacer frente a un fenómeno climático cuyas consecuencias podrían ser más intensas que las pronosticadas hasta el momento. Por lo mismo, es urgente definir desde el Ministerio de Medio Ambiente, la Unidad de Gestión de Riesgo, el Ideam, las corporaciones autónomas regionales (CAR), así como los gobernadores y alcaldes, qué rol debe jugar cada uno y la disposición de recursos técnicos, presupuestales y humanos para enfrentar cualquier contingencia.
De la misma manera, se necesita que desde el Gobierno se pongan en marcha con los gremios de la producción estrategias para evitar que la intensa ola de calor afecte de manera sustancial el ciclo de las cosechas así como la seguridad alimentaria del país. De igual manera los entes de control y vigilancia tienen que advertir precautelativamente a los mandatarios regionales y locales que deben activar desde ya todos los planes de contingencia y no esperar a que las condiciones climáticas los pongan en crisis, para allí sí prender las alarmas y tomar decisiones que, a todas luces, serían tardías y podrían conllevar a la adopción de sanciones contra esas autoridades por evidente imprevisión.
Según el refrán popular “soldado avisado, no muere en guerra”. El sistema de atención y prevención de desastres en nuestro país es hoy, sin ninguna duda, más efectivo que el que existía una década atrás, cuando fenómenos de altas o bajas temperaturas, así como de olas de lluvia y calor por fuera de los promedios históricos, pusieron a más de medio país contra la pared, con pérdidas billonarias y un nivel de afectación muy grave.
Las alertas, pues, están dadas. Desde ya tienen que tomarse las medidas preventivas para proteger lo más posible los recursos hídricos, tanto de aprovisionamiento de agua potable, como de uso agroindustrial y de respaldo a la cadena de generación hidroeléctrica. El Gobierno se juega mucho en la forma en que afronte esta contingencia y logre el menor nivel de afectación, dentro de una situación que, sin embargo, será drástica desde el punto de vista climático.