*El Jesuita
*Cómo piensa Francisco
Desde el momento en el cual el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio arriba a Roma para para participar en el Cónclave al que le corresponde elegir al nuevo Papa, que debe suceder a Benedicto XVI, quien con su humildad e inquebrantable decisión de renunciar sorprende al mundo. Entre los cálculos de los futurólogos y expertos en temas de la Iglesia Católica, nadie se aventuró a especular que el Papa alemán, uno de los grandes pensadores que ha tenido la antiquísima institución, de improviso, aduciendo problemas de salud, quizá por una invencible repugnancia por los infundios de que era víctima la institución o por los escándalos reales que la sacudían, renunciara al más alto cargo de la Iglesia. En ese momento se abatía sobre el Vaticano una campaña de diatribas, contumaz y feroz, llovían las calumnias y agresión despiadadas desde los más diversos sectores políticos, agnósticos, ateos, materialistas, de sectas satánicas y sociedades secretas, como de inconformes de toda laya que pretendían atribuir al clero todos los pecados e infamias, en conjunto se ensañaban en su contra. Los ataques parecían subir de tono a cada escándalo real o infundado y llegar al clímax, cualquier sacerdote involucrado en sospechas o líos de mala conducta -sin reparar que era inocente, mientras no se probara lo contrario- se le intentaba empujar al linchamiento.
En parte esas infames acciones respondían a los intentos de extorsión y chantajes a los que sometían a sacerdotes de parroquias ricas, para conseguir jugosos beneficios mediante negociación para que no prosperase la mancha sobre la Iglesia. Y, también, se presentaron casos inequívocos de culpabilidad de los acusados, que así fuesen la excepción dejaban mal el buen nombre de sus colegas. Las cosas dan un inusitado vuelco a partir del 13 de marzo de 2013, cuando el cardenal Bergoglio es elegido por sus pares Papa, así como con la bendición de Benedicto XVI. Ellos conocían de su formación humanista, de su voluntad de cambio, de su decisión de “volcar la Iglesia al mundo”. En el libro de Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, El Jesuita, brillan los postulados fundamentales en donde se despliega la concepción espiritual del religioso, su tendencia a rechazar lo manido y sorprender con sus salidas inesperadas, en cuanto rompe la cuadricula que se espera de un prelado. El Papa Francisco, como humanista y religioso, no habla solamente para los católicos, se dirige al mundo. Por lo mismo, la primera vez que aparece en público como Papa, les pide a las gentes que recen por él, puesto que se propone dar una batalla espiritual por fortalecer, reorientar, disciplinar y engrandecer la Iglesia, mediante el servicio a la sociedad.
Su presencia vigorosa, cálida, extrovertida, comunicativa, de extrema sencillez y contraria al boato, en principio desconcierta y con el tiempo provoca la admiración generalizada. Se propone ir a la praxis del cristianismo en su esencia primitiva, de solidaridad con todos y en especial para los que más necesitan un apoyo espiritual. Esa sola actitud, más su invocación al genio del cristianismo se convierten en una fórmula de convocatoria y acción, que para sorpresa de todos tiene el poder de un verdadero exorcismo que desvirtúa las argucias, las calumnias y los desafíos de los enemigos de la Iglesia.
El Papa Francisco tiene un sentido misional de su gestión, que consiste en salir al encuentro de la gente. Entiende que los problemas esenciales del hombre pasan por el tamiz de la moral, que tras los problemas políticos, las contradicciones de las sociedades, los antagonismos, está la quiebra moral de la familia y la sociedad, Por lo mismo, proclama la educación de la juventud en valores, los valores del cristianismo. Mantiene la mente abierta a todas las inquietudes del ser humano. Y advierte; “No tengo todas las respuestas. Ni tampoco todas las preguntas. Siempre me planteo más preguntas, siempre surgen preguntas nuevas. Pero las respuestas hay que ir elaborándolas frente a las distintas situaciones y también esperándolas. Confieso que, en general, por mi temperamento, la primera respuesta que me surge es equivocada. Frente a una situación, lo primero que se me ocurre es lo que hay que hacer. Es curioso, pero me sucede así. A raíz de ello principié a desconfiar de la primera reacción. Ya más tranquilo, después de pasar por el crisol de la soledad, voy acerándome a lo que hay que hacer. Pero de la soledad de las decisiones no se salva nadie. Se puede pedir un consejo, pero, a la larga, es uno el que tiene que decidir y se puede hacer mucho daño con las decisiones que se toman. Uno puede ser muy injusto. Por eso es tan importante encomendarse a Dios”.