* No hubo contraste programático
* Lo que queda en manos del ciudadano
Pocas veces se ha visto en el país una campaña presidencial, como la actual, en la que los candidatos lleguen prácticamente empatados a la última semana antes de la jornada final. Una contienda, ciertamente, que se ha caracterizado por todo menos por el debate de las propuestas y el contraste programático entre las dos alternativas que lograron clasificar a la segunda vuelta.
Desde mucho antes, por supuesto, la preponderancia de las noticias falsas, de los sesgos, de las ‘bodegas’, de las redes sociales dirigidas a la confusión y el dicterio se tomó el escenario político, como suele ocurrir con la expansión del populismo. Era, en efecto, un propósito que signó la competencia electoral casi desde el mismo comienzo de la justa. La consigna, como ha quedado comprobado de los videos publicados por la revista Semana de las reuniones de los comités asesores del candidato del Pacto Histórico, era precisamente la de crear un ambiente negativo sobre los contrincantes y hacer de ello un entramado emocional a fin de deslegitimarlos. Fue lo que en su momento denunciaron aspirantes como Federico Gutiérrez y Sergio Fajardo, quienes se vieron afectados por esas estrategias espurias.
Asimismo, como en un principio se presentaron unos cincuenta candidatos se llegó a pensar que, una vez decantadas las aspiraciones presidenciales y se cumplieran las elecciones del Congreso (que incluso también quedaron sumidas en ese ambiente), podría darse el necesario contrapunteo programático. Pero, a decir verdad, eso tan solo se logró en uno o dos de los múltiples debates citados en la primera vuelta, puesto que casi nunca estuvieron presentes todas las alternativas en liza, aduciendo una u otra excusa. De esa manera se llegó al balotaje y, como es sabido, clasificaron el candidato de izquierda que de años atrás encabezaba las encuestas y el aspirante independiente, Rodolfo Hernández, convirtiéndose en el “palo” electoral.
Pero el corto período entre la primera y segunda vueltas tampoco ha sido favorable para dejar en claro las diferencias y similitudes programáticas, sino que de nuevo el espacio fue copado por el estrépito de las redes sociales.
Visto todo lo anterior, esta última semana antes de las urnas gran parte de la responsabilidad recae sobre la ciudadanía. En aras de proceder a un voto que no solo debe ser a conciencia sino prioritariamente informado, cada persona debe procurar acceder a los programas de los candidatos, conocer a fondo sus propuestas y los mecanismos que plantea para implementarlas. Esto último es un asunto clave, en la medida en que no solo debe importar lo que se plantea en materia de reformas, obras, programas y políticas públicas, sino cuál es la fuente de recursos así como su viabilidad e impacto presupuestal y fiscal. No puede caer el país en el riesgo del populismo demagógico y el efectismo discursivo.
Si bien la prensa ha tratado de avanzar buena parte del debate programático, al hacer análisis comparativos de los planteamientos de las campañas, a siete días de las urnas le corresponde al sufragante potencial ser más dinámico en esa misión de contrastar las propuestas.
Es claro, como lo hemos insistido en estas páginas, que cada aspirante representa un modelo de país distinto. Uno prepondera por un sistema marcadamente estatista, creando un aparato institucional de corte típicamente asistencial, en donde hay injerencia oficial sustancial en los ecosistemas político, económico y social. El otro promueve un sistema democrático basado no solo en el respeto de las libertades y derechos humanos, sino en una economía de mercado que garantice la iniciativa privada y reserve la intervención estatal para casos de evidente desequilibrio socioeconómico y necesidad de regulación.
Es mucho lo que Colombia se jugará en las urnas el próximo domingo. No solo se definirá la sucesión presidencial sino si el país mantendrá el rumbo que lo ha llevado a liderar el top de recuperación pospandemia o, por el contrario, da un giro a la izquierda. En un asunto de semejante importancia, que resulta transversal a todos los habitantes y su diario vivir, es imprescindible que la ciudadanía se movilice para definir con su voto cuál debe ser la hoja de ruta.
Esa participación electoral masiva resulta más urgente si se tiene en cuenta que la campaña delinea que el próximo domingo habrá un voto finish y, por ende, cada sufragio será determinante para inclinar la balanza. No pocos tratadistas suelen decir que la abstención electoral implica una renuncia consciente de un ciudadano a ser protagonista de la definición de su propio futuro. El próximo domingo más de 39 millones de colombianos están citados a las urnas. Abstraerse de cumplir con el deber y derecho democrático termina siendo una alternativa que no corresponde a un desafío tan importante como definir el rumbo del país tras la más grave crisis de las últimas décadas.