- El divisionismo es el enemigo
- En juego una tradición bicentenaria
El hecho de que el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, haya reconocido una división en el Ejército demuestra que allí existe una situación insostenible.
En efecto, un reconocimiento de semejantes características, cuando este tipo de asuntos suele tramitarse internamente, avizora un cambio de estrategia en el manejo de las circunstancias.
En ese sentido es ya vox populi que existe un grupo de oficiales retirados, provenientes del gobierno anterior, con contactos claves al interior de la institución, que se ha dado a la ingente tarea de filtrar muchas de las disposiciones en el Ejército, con el fin de estropear y poner obstáculos a los que se presumen sus adversarios que, de otra parte, han venido ascendiendo por antigüedad en la jerarquía militar.
Entre estas situaciones, que han venido estando a la orden del día prácticamente desde el comienzo del gobierno Duque, se han dado a conocer elementos de inteligencia y hasta directivas operacionales contra las disidencias de las Farc, la guerrilla del Eln y los llamados “Grupos Armados Organizados”, lo que desde luego demuestra que las conexiones están arraigadas en lo más profundo de sectores claves del ámbito castrense.
Es de allí, ciertamente, de donde se han nutrido las informaciones de los medios de comunicación. Las investigaciones sobre los perfiles hechos a periodistas, opositores e igual y escandalosamente a los miembros más altos del entorno presidencial, no pudieron llevarse a cabo sino por cuenta de las filtraciones ampliamente meditadas y con destino a producir grandes escándalos, es decir, con la intención de llevarse por delante al otro bando.
No quiere decir, por supuesto, que muchas de las denuncias no revistan gravedad, pero asimismo el asunto deja al descubierto el grado de pugnaz desencuentro que existe al interior de la institución, con el propósito insidioso de romper la jerarquización, que por supuesto es el elemento crucial de este tipo de organizaciones en el mundo.
Habiendo develado la contumelia que se vive, se supone, naturalmente, que el Ministro de Defensa ha decidido llegar hasta las últimas consecuencias. Inclusive en su momento, sectores políticos adscritos al oficialismo gubernamental pusieron de presente que era menester el cambio de cúpula militar, una vez posesionado al presidente Iván Duque. Se prefirió, en ese tiempo, dejar un compás de espera, pero a la larga se ha venido a demostrar que la situación es mucho más grave y persistente de lo que se presuponía.
Son muchos los frentes de orden público que tiene abierto el país y continúan siendo un reto mayúsculo para la estabilidad nacional. Como se sabe, las hectáreas de cultivos ilícitos se acrecentaron inconmensurablemente y de alguna manera esa fue la herencia venenosa del proceso de paz con las Farc que, si bien desactivó en una buena proporción esa maquinaria de guerra terrorista, de otra parte dejó libre el camino para quienes no quisieron acogerse a las fórmulas de desmovilización.
Y también es sabido que es precisamente a raíz de la cruel puja por los corredores estratégicos del narcotráfico que, en su mayoría, están cayendo las personas que ejercen liderazgo inmediato en las comunidades más apartadas del país. De suyo, desde la firma del proceso de paz con las Farc han sido asesinadas 364 personas que cumplen estos roles, incluso con un aumento en medio de la epidemia del coronavirus.
Muchos son, pues, los elementos que están comprometidos en un país cuyo anhelo principal, antes de presentarse el virus, era el de la seguridad. Es claro, asimismo, que ello continúa siendo un reto en la medida en que el narcotráfico y la delincuencia mantienen sus propósitos protervos y han adecuado sus tácticas, pese a la cuarentena.
Es común, desde luego, que en un organismo de 240 mil efectivos, se produzcan divisiones, tendencias y simpatías particulares. Pero lo que no es dable es permitir que estas circunstancias lleguen hasta la pugnacidad incontrolada y la distorsión de lo que significa actuar dentro de un cuerpo orgánico. Con ello, ciertamente la erosión del significado de las Fuerzas Armadas y sus compromisos constitucionales de primer orden puede ser de una magnitud que termine con tantos años de prevalencia institucional y de triunfos en las circunstancias más adversas durante el transcurso de la historia patria. Y probablemente lo que es peor sea que, en buena medida conseguida la paz gracias a la eficacia del Ejército, se borre la tarea con el codo del divisionismo. La necesidad de tener un Ejército unido, en buena parte depositario del honor y la gloria nacionales, es un requisito insoslayable frente a retos renovados, no solamente al interior del país, sino igualmente en las fronteras, especialmente ante la satrapía venezolana que a cada tanto amenaza con prender sus aviones rusos de combate para llevarlos, en el término de la distancia, a Barrancabermeja, Bogotá y Cartagena. El divisionismo es el enemigo.