* Cambiar para afianzar la democracia
* No basta con ser el muro antipopulista
No está claro todavía cuál será la plataforma programática de Federico Gutiérrez luego de que logre componer el gran acuerdo nacional que ha propuesto con los diferentes sectores del país. Y desde luego la expectativa es mayúscula por cuanto no solo deberá lograr el máximo consenso político posible, sino generar los puntos fundamentales en los que puedan expresarse las bases de su eventual Plan Nacional de Desarrollo que, además, resulten del mayor interés para quienes no están afiliados a ningún partido o movimiento político. Donde, por lo demás, radica el grueso de la campaña presidencial que acaba de arrancar con miras a la primera vuelta.
Sería insuficiente, por supuesto, tan solo dedicar sus esfuerzos a presentarse como la vertiente antipopulista frente a su principal rival. Es claro, sin duda alguna, que esa es su fortaleza esencial cuando prepondera el peligro de que la democracia colombiana pueda perderse inexorablemente en el abismo de los populismos latinoamericanos. Pero de igual manera es indispensable crear alternativas para fortalecer el aparato democrático, amparar las libertades, recuperar el orden y la autoridad como función natural del ejercicio estatal… En suma, mantener lo que se ha demostrado positivo y cambiar drásticamente todo aquello que resulta inaplazable modificar.
En principio, y como elemento sustancial, es ciertamente asombroso el grado de desinstitucionalización por el que atraviesa el país. Fenómeno que viene profundizándose de hace ya mucho tiempo. Basta, en ese sentido, confirmar en las encuestas la absoluta desconfianza que tienen los colombianos en sus instituciones. Y entender, sin mayor esfuerzo, que hay allí una gigantesca labor por realizar. Porque, en efecto, el grado de insatisfacción descomunal con el funcionamiento de las tres ramas del poder público, sin distingo, exige una respuesta y un empeño de la misma magnitud para enfrentar positivamente y en el término de la distancia tan lesiva erosión institucional.
No se trata, pues, de una formulación dispersa. Por el contrario, hay la oportunidad de oro de crear las condiciones para comprometer la mayor cantidad de voluntad política posible en ese propósito de carácter nacional de hacer las reformas aplazadas durante años, en los frentes políticos, económicos y sociales. Parecería evidente, entonces, que el programa de campaña debería servir de antemano para que no solo las bancadas parlamentarias, sino representantes de las llamadas fuerzas vivas del país se convocaran en esa idea de tener los proyectos listos para la legislatura que se inicia el 20 de julio. O al menos establecer durante el transcurso el cronograma con la agenda legislativa correspondiente, derivada del acuerdo a que se llegue entre los diversos sectores y pueda presentarse a la opinión pública, con base en el tiquete presidencial, para su validación electoral en la primera vuelta.
En modo alguno, naturalmente, la candidatura de Federico Gutiérrez podría encasillarse en el conservadurismo que no es más que una forma del statu quo. Otra cosa, como se dijo, es la fórmula conservadora de proteger lo que se ha mostrado positivo, a través de la experiencia y la decantación, y modificar lo que se ha confirmado como perjudicial. La nación necesita avanzar sobre bases firmes y precisamente su figura fresca, sin dejar de lado el temple que le es característico en sus intervenciones, es lo que le permite a Gutiérrez presentarse ajeno a las rencillas del viejo país y además ser el líder de los tiempos contemporáneos frente a los factores regresivos que se presentan dizque como panacea de la modernidad a partir de la mampara populista.
Por su parte, también podríamos decir que una de las circunstancias que más ha incidido en la crisis de la nación es el olvido, casi por completo (durante lustros), de que la Presidencia de la República es el basamento de la unidad nacional. Esto, que es la cláusula constitucional fundamental de la cual se derivan sus demás funciones, no ha sido el norte que debería seguirse. Por el contrario, la polarización por la que se han diluido las sinergias nacionales tiene de soporte ese vicio de dividir antes que unir.
Bajo esta perspectiva es indispensable volver por los fueros de la solidaridad que, más allá de palabras alambicadas, sea el sustento de las relaciones entre los ciudadanos que se aglutinan como sociedad dentro de los términos constitucionales. Esa cultura de la solidaridad, que en buena medida ha demostrado el país en el transcurso de la actual pandemia, debe ser motivo de afianzamiento y pilar de la vocación de futuro.
Tendrá pues Gutiérrez su instrumento político básico en la plataforma programática que logre consensuar. Nunca, como hoy, ese es el designio insoslayable.