Politiquería de la paz | El Nuevo Siglo
Jueves, 4 de Febrero de 2016

Trinca contra Vargas Lleras

La coalición de los cenáculos

 

Como suena de mal que quieran volver la paz un reducto de la política al menudeo. Es lo que sucede cada vez que miembros partidistas, en particular del liberalismo y de La U, intentan bambolear esa bandera como si fuera de su propiedad y exclusividad para derivar votos. Se trata, por supuesto, de una maniobra de burdo clientelismo, olvidando, claro está, que ante todo debería darse una paz nacional.

 

Como se ha decidido que no es así, pese a los cánones constitucionales en la materia, ella se presenta como una pequeña cosa de las banderías de turno. Por eso falta elegancia y majestad, donde todo termina en cosas tan vacuas como la consecución de un premio, un escalón para subir algún peldaño en supuestas carreras presidenciales o simples reelecciones de la enésima senaturía.

 

Más allá, inclusive, ahora se trata de utilizar la paz como garrote contra los demás. No sólo es el caso de Cambio Radical, permanentemente zaherido por los miembros de la coalición oficialista, sino que llevan meses tirando torpedos al vicepresidente Germán Vargas Lleras, hoy en franca recuperación de su salud. Lamentable, desde luego, por el estilo infausto de los codazos y las preeminencias, como si la verdadera política pudiera improvisarse a partir de cualquier declaración sin ton ni son en los medios, en vez del trabajo arduo, sereno y ciertamente patriótico.

 

La coalición de Cambio Radical con el gobierno del presidente Santos ha sido, a no dudarlo, el baluarte que ha permitido solidez gubernamental. Así ocurrió en el primer mandato y de cara al segundo. De no ser por la lealtad demostrada por Germán Vargas con el Primer Mandatario, su reelección hubiese tenido mayores complicaciones de las que tuvo. Es lo que tienden a desconocer los partidos que pretenden situarse en la fila presidencial, con candidatos de papel, o alguno emergido del proceso de paz dizque para hacer cumplir los acuerdos, en caso de que estos logren la refrendación en el miniplebiscito, todavía en ciernes.

 

Pero esa paz así contemplada, bajo pactos clientelares y umbrales exiguos, no tiene garantía de fortaleza y perdurabilidad. Ni siquiera se intentó un acuerdo político nacional real, entre todos los sectores del país, estándose precisamente ahora en el dilema de una paz con fórceps, soportada en una popularidad mediocre. Esa falta de generosidad política, de capacidad dialéctica, de sentido de los propósitos nacionales, es justamente lo que se quiere abolir para llegar a ese escenario minimalista en el cual se puedan mantener las riendas por parte de quienes dizque ambicionan representar los intereses nacionales.

 

Tal vez sea por ello, efectivamente, que el proceso de paz se encuentra tan arrinconado y el país pendiente de otras cosas, como la inseguridad y la gravosa situación que padecen los bolsillos de los colombianos, a cuenta de lo que hoy no puede sino calificarse de crisis económica. Y aun con esa coalición oficialista, supuestamente defensora del proyecto cuya vocería lleva Humberto de la Calle, nadie ha salido a defender, por ejemplo, el llamado acuerdo de justicia, hoy en el ojo del huracán en todas las instancias internacionales. Ya nadie dice, como lo afirmaron hace unos meses, que aquel era ejemplo de justicia transicional en el mundo, porque no se atreven en lo absoluto a desdecir de los informes negativos de entidades como Human Rights Watch o Amnistía Internacional, las mismas opiniones de la Corte Penal de Roma o las críticas bipartidistas de las dos colectividades estadounidenses. De lo que se trata, pues, no es de ninguna pela en torno al proceso de paz, sino de erosionar la aspiración legítima de Germán Vargas Lleras a la Presidencia de la República. El único, con apoyo además de los miembros de la coalición, que convino, a pedido del Primer Mandatario, no hablar sobre el proceso de paz en su ejercicio vicepresidencial y dedicarse exclusivamente a los obras de infraestructura que le encomendó.

 

La situación, desde luego, es un poco ridícula, reuniéndose en cenáculos y haciendo de gritones para supuestamente posicionar sus alfiles en otro gabinete por la paz. Y como los apetitos burocráticos no se calman, pese al reparto que tienen, al Presidente se le ve atenazado y sin libertad de acción para concitar, por ejemplo, marchas al estilo de las que impulsa el uribismo.

 

La política, ciertamente, está en las calles y no en la fruición mediática y los codazos por los puestos. Por lo pronto, lamentable espectáculo el que está dando la llamada Unidad Nacional por la Paz, que es la misma de siempre y que ahora quiere imponer  el rasero de su mediocridad a los líderes que están verdaderamente trabajando por el país. Y entretanto al Presidente se le ve solo: tremendamente solo.