Boston es una ciudad cargada de historia desde su fundación en 1630 por los anglosajones, un centro cultural emblemático de los Estados Unidos en la que se encuentran antiguas y prestigiosas universidades, como Harvard y MIT, donde se han formado gran parte de sus mejores profesionales y dirigentes, lo mismo que algunos del exterior. Se trata de una gran ciudad que no llega a los 700 mil habitantes, cuyo territorio es de un poco más de 232 km². En la urbe se concentran valiosos investigadores procedentes de diversas regiones del planeta que son bienvenidos por su inteligencia, lo mismo que en sus centros culturales trabajan varios ganadores del codiciado Premio Nobel en diferentes campos. Son verdaderos ámbitos de ciencia, tanques de pensamiento, desde mucho antes que se acuñara ese término. Así que el atentado que sorprendió a los habitantes de esa famosa urbe el pasado 15 de abril podía cobrar no solamente la vida de las gentes que salieron a competir cívicamente en la maratón de ese día al estilo de los antiguos griegos, sino de improviso segar la de algunos de esos científicos que silenciosamente trabajan para mejorar la vida de la humanidad, experimentar armas de capacidad letal abrumadora y temible, como replantear los asuntos más complejos de la conducta humana y la sociedad. Sería interminable la lista de personalidades que han pasado por su prestigiosa Academia desde un político expansionista como Theodore Roosevelt a John Fitzgerald Kennedy. Y lo mejor de esas universidades es que son independientes económicamente y destinan grandes sumas a la investigación, con privilegio absoluto de promover a los mejores, como en el caso de Harvard donde encontró su hogar el talentoso alemán Henry Kissinger,
El atentado que estremeció a Boston, que supuestamente se les atribuye a Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, dos jóvenes residentes en EE.UU. y originarios de Chechenia, que produjo tres muertos y centenares de heridos, parece que fue el comienzo de un intento suicida de aterrar a la ciudad por varios días, hasta que de manera inevitable pagaran su osadía criminal con la vida. Ellos sabían que encontrarían la muerte en el intento terrorista o cadena perpetua de ser capturados. ¿Qué los llevó a obrar con tal desesperación, sevicia, odio, frialdad criminal y pasión compulsiva por atentar y eliminar personas inocentes e inermes en las calles de la ciudad? Nadie lo sabe del todo, hay algunas pistas, datos de sus compañeros ocasionales, testimonios favorables de los familiares sorprendidos y abrumados. La sensibilidad de cada ser humano es incuantificable para determinar cuándo se derrumban las barreras que lo inhiben de la barbarie homicida para atentar contra otros, si bien se dan ciertas constantes entre los que se lanzan a esos ataques suicidas, existen millares de seres con semejantes frustraciones, incógnitas, miedos y contradicciones a los que jamás les pasa por la mente destruir cobardemente a los mismos de su especie. Si se pudiera determinar la secuencia de las perturbaciones compulsivas frente a los hechos que hacen de detonante criminal, quizá se les podría poner una camisa de fuerza antes que cometieran sus horrendos crímenes.
Lo esencial es que la Policía de Boston reaccionó con pericia y efectividad. Se produjo un cerco exprés en las zonas más vulnerables, se cubrieron los cruces de escape, se llamó a la población a que denunciara los movimientos sospechosos de los vecinos o extraños. Se pidió a los habitantes que se quedaran en casa, se les tranquilizó y explicó a tiempo el proceder de las autoridades. La disciplina social de los habitantes entendió y respondió el mensaje oficial. Todo lo cual facilitó el proceder de la Policía, que ya tenía una lista de sospechosos al revisar sus archivos y las cámaras de seguridad situadas en las calles aledañas a la explosión. La Policía localizó a Tamerlan, uno de los terroristas, en su dramática huida y evitó que se inmolara, puesto que estaba forrado de explosivos que habrían acabado con más vidas, por lo que le dispararon a la cabeza. El alcalde de Boston, Tom Menino, contribuyó a sosegar a los habitantes con información pertinente y tomando las medidas para evitar el pánico.
Los explosivos usados por los terroristas resultaron de procedencia casera de los que se encuentran por todas partes, se valieron de una olla española a presión que rellenaron de explosivos, con tornillos y restos de metal. Lo que hace más difícil predecir ese tipo de atentados, como defenderse de los mismos. En casos así se depende de la capacidad de la Policía, para reaccionar con la potencia y efectividad que lo hicieron las autoridades de Boston, que abaten a uno de los terroristas y hieren al otro, con lo que consiguen evitar posteriores atentados, quizá de mayor alcance destructivo y le devuelve la tranquilidad a la ciudad en pocas horas. Qué duda cabe, el terrorismo asecha en el siglo XXI por todas partes.