Paz a la colombiana | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Mayo de 2015

El requiebre del proceso

Salidas a la confrontación abierta

 

El proceso de paz con las Farc, a raíz del asesinato de 11 soldados en el Cauca, hace más de un mes, y el bombardeo, esta semana, con saldo de 26 guerrilleros muertos en el mismo departamento, aparentemente habría vuelto a etapas anteriores. Particularmente aquella en la que se decía que debía avanzarse en la mesa de negociaciones como si no hubiera guerra y hacer la guerra como si no hubiera mesa de negociaciones. Es decir, una separación a rajatabla entre las conversaciones de Gobierno y guerrilla, en Cuba, y la confrontación bélica entre las mismas partes, en Colombia ¿Es ello hoy viable?

En realidad, si bien hasta ahora las Farc formalizaron el rompimiento de la tregua unilateral como consecuencia del ejercicio soberano del Estado, en el Cauca, la verdad monda y lironda es que, con el asesinato previo de los soldados y la estela de heridos que acampaban en un polideportivo de la zona, ya la habían roto. Porque, en efecto, nadie podía pensar que ante semejante exabrupto, donde a propósito se verificó un ataque ofensivo, midiendo, por decirlo así, el aceite a la contraparte, esta podía cruzarse de brazos. Mucho menos incumpliendo sus mandatos legales. De hecho, fue tal la reacción adversa de la opinión pública, no sólo ante la incongruencia de las Farc, supuestamente en tregua declarada, sino frente a la respuesta del Gobierno que pareció débil y dubitativa, tanto en lo militar como en lo político, que la credibilidad del proceso sufrió un grave bajón. Determinando, asimismo, el sótano en las encuestas del que aún hoy no ha salido.

Desde luego, nadie puede alegrarse con la espiral de muerte entre colombianos y de antemano es lamentable tener que referirse a la crudeza de la guerra. No obstante, la Fuerza Pública, dentro de sus actividades constitucionales y su tarea conjunta, no ha hecho más que cumplir con su deber, como era y sigue siendo imperativo que lo haga en todo el país, como en el Cauca, un departamento especialmente afectado por la violencia, incluso mereciendo una felicitación generalizada de la sociedad tras la acción de esta semana. De suyo, en estas columnas, al día siguiente del asesinato de los soldados, pedimos todo el rigor del Estado, específicamente allí, y señalamos que así debía ser, no solo en aras de salvaguardar una negociación viable y equilibrada en La Habana, sino contestando el reto planteado por la subversión, dentro de los cauces del Derecho Internacional Humanitario. Pero igualmente ha sido imposible organizar entre las partes un modelo de transición pacífico que lleve correcta y gradualmente al fin del conflicto y luego a una paz definitiva y sostenible. De modo que, a no dudarlo, ese continúa siendo el reto principal, aquí y ahora, pese a que parecería, por el contrario, que de nuevo se abre un teatro de confrontación abierta. Sin esperanzas.

No sólo un error, sino el peor de todos los crímenes, sería retornar a la guerra sin cuartel que terminó, de un lado, escalando hasta los llamados campos de concentración de secuestrados y del otro, a los denominados ‘falsos positivos’. Ambas conductas atrabiliarias, para poner solo un par de ejemplos en la degradación a la que se llegó, incluso en tiempos todavía recientes. De manera que por descontado se espera que las Farc cumplan su palabra, como hasta ahora lo han hecho, de eliminar el secuestro; lo mismo que evitar y sancionar las ejecuciones extrajudiciales que han sido la vergüenza estatal ante el globo.    

   Al mismo tiempo, el mayor logro del proceso, en lo corrido de los tres años y medio, tanto en su etapa secreta como pública, había sido precisamente la tregua unilateral indefinida declarada por las Farc. Hecho que no se había producido en varias décadas. Y semestre en el que indudablemente disminuyó la intensidad de la confrontación. Las cifras son claras al respecto. Pero, de otro lado, el más grande fracaso ha sido, paralelamente, no generar condiciones estables. No solamente para rodear de credibilidad y consenso al proceso. También para superar la incapacidad, ciertamente demostrada, de lograr un modelo de negociación sin las incidencias de la guerra. Inclusive, hasta el punto de que se volvió común señalar el divorcio esquizofrénico entre el mundo de los comunicados en La Habana y el de las realidades en Colombia.

Sin tregua unilateral por parte de las Farc quedan, en todo caso, dos elementos, en tal sentido, derivados del diálogo en la Mesa. El desmonte paulatino del conflicto y la negociación de un cese de fuegos bilateral o el armisticio. En cuanto a lo primero, es muy posible que el país exija actividades más allá del desminado en una sola y pequeña zona, para lo cual el tiempo invertido ha sido demasiado largo; en cuanto a lo segundo, en caso de verdaderamente quererlo, un término de año y medio sería, apretando desde hoy el cronograma de la negociación a la implementación, un lapso razonable.

Pero no es solamente el aspecto militar el que debe recibir atención, en lo que por descontado un escalamiento de la confrontación no haría más que reducir el margen a la salida negociada. También está pendiente el marco jurídico de la desmovilización, las alternativas y las sanciones, enfocado en la justicia transicional, pero sin nada en concreto en la materia y motivo cierto de las tensiones sin resolver en la Mesa. Lo que, por supuesto, a la vez tiene en vilo, hasta el bloqueo, temas como la participación en política, las responsabilidades compartidas, y en general el trámite de la agenda, no sólo en cuanto a las víctimas y otros aspectos, sino en los puntos preacordados y que quedaron para decantar. Una parálisis que ya completa más de un año. En todo caso, parecería que el proceso se ha determinado dentro del Estatuto Penal de Roma, pero no se han explorado debidamente otros instrumentos de las Naciones Unidas, del mismo escalafón, como los convenios y protocolos de Ginebra.

No sería, por lo tanto, viable pensar, a hoy, que podría regresarse el proceso a antes de la declaratoria de tregua por parte de las Farc. Es decir, la confrontación abierta, en un torbellino de retaliaciones. Al contrario, mucho se habla de una paz a la colombiana, que podría pensarse dentro de los cánones internacionales, pero anclada en las realidades y posibilidades nacionales, que es precisamente el modelo que no se ha logrado estructurar. Y eso, en el momento que parece más oscuro, como el de la actualidad, es justamente lo que necesita mayor claridad.