* Abominable legado de Auschwitz
* Erradicar todo indicio de odio racial
Con tono de duelo e indignación inagotable el mundo ha recordado por estos días uno de los pasajes más ominosos y dolorosos de la historia de la humanidad: la existencia del campo de concentración de Auschwitz, lugar infecto construido en 1940 en la Alemania nazi en el cual se apresaba a los judíos condenados a ser asesinados de la manera más criminal y bárbara, como en las cámaras de gases venenosos. La mayor ignominia contra millares de seres inocentes que fueron ultimados por pertenecer a una raza considerada inferior por sus verdugos. Incluso se aduce que al final de la guerra resultaba casi que imposible alimentar a tantos prisioneros y por ello Hitler determinó eliminarlos de una manera rápida que, según llegaron a alegar algunos de los victimarios, resultaba menos dolorosa que morir tras un largo encarcelamiento. Es la misma disculpa de los despiadados verdugos de siempre. Por ejemplo, el doctor Guillotin, inventor de la guillotina que le cortó la cabeza a tantos nobles durante la Revolución Francesa, solía decir que el aparato evitaba que los condenados a la pena capital sufrieran episodios de agonía por fallas de otros sistemas de ejecución.
Desde entonces, los inventores de nuevas y más mortíferas armas, incluso los de la bomba atómica, han sostenido que se trataba de artefactos para beneficio de la humanidad o, como en el caso de la bomba nuclear, para evitar que la civilización se suicidara. Es así como muchos de esos desarrollos bélicos terminan dando pie a los mayores crímenes contra la humanidad.
Antes de Hitler, en Alemania la comunidad judía era poderosísima en campos como los de negocios, cultura y medios de comunicación. En la I Guerra Mundial valientes soldados y oficiales de ese origen ofrendaron la vida por ese país. Lo que no evitó que se tejiera la horrible leyenda de una presunta puñalada por la espalda contra Alemania, cuando unos cuantos políticos y militares capitularon y firmaron el Tratado de Versalles. Sabemos que a pesar de estar las tropas del mariscal Hindenburg en territorio ruso, la economía no aguantaba más y el extenso frente de guerra se derrumbaba, sin fuerzas de relevo para recomponerlo. Perder el conflicto en tales condiciones era casi inevitable.
Lo que sorprende es que por la presencia de algunos políticos alemanes de origen judío en las negociaciones de Versalles, la demagogia populista terminara por achacarles de manera injusta la responsabilidad de la pérdida de la guerra y la consiguiente capitulación. Nada más disparatado. Lo cierto es que la I Guerra se desencadenó por cuenta de las rivalidades geopolíticas de las potencias, la crisis económica internacional y la voluntad del Káiser de ampliar el territorio de Alemania.
Ninguno de los numerosos libros y panfletos que se han escrito contra los judíos u otras razas justifican la eliminación individual o en masa de un pueblo. Quien sostenga lo contrario no está en sus cabales. De allí que en la Alemania nazi estaban claramente desquiciados los jefes del nacionalsocialismo que dieron la orden de proceder a la “solución final” de eliminar en campos de concentración a los judíos, en su gran mayoría seres inocentes ajenos a las armas, pero dueños de grandes fortunas de las que fueron despojados. Hoy no se entiende por qué cuando esos jefes elaboraron esas tesis raciales de eliminar a los otros no fueron internados en clínicas psiquiátricas. Lo cierto es que como los nazis tenían el poder, aquellos alemanes racionales y ponderados que protestaban también eran sistemáticamente acallados o, incluso, eliminados.
El recuerdo de Auschwitz, de las penalidades y horrores que debieron sufrir los judíos en ese y otros campos de concentración, revalida la sentencia de Hobbes: no hay peor lobo para el hombre que el mismo hombre, que a diferencia de las fieras mata por placer.
Tantos años después de esa tragedia humanitaria el mundo aún no comprende ni aplica que el odio visceral y patológico debe ser expulsado de la política. Lamentablemente se han dado muchos casos de aquellos que se declaran ‘redentores’ de la humanidad y terminan convertidos en ángeles exterminadores. El planeta entero conmemora la tragedia de los judíos y vuelve a insistir en la urgencia de que prime el respeto al otro, sin importar su raza, religión, sexo, creencia, origen o condición. Hay que desterrar el odio y la discriminación. Sólo así se evitará que se repita un abominable crimen como el de Auschwitz.