*El modelo castrense
*La guerra anacrónica
Por estos días en los que avanzan las conversaciones de paz en La Habana es frecuente que algunos políticos y gentes del común manifiesten que el papel de las Fuerzas Armadas ya se cumplió, puesto que como van las cosas la palabra la tienen los negociadores y dirigentes, dado que es evidente que la paz negociada está cada vez más cercana. Quienes así opinan creen, de manera simplista y equivocada, que el rol de la Fuerza Pública se reduce a combatir la subversión. Incluso se atreven a sugerir que en tiempos de distensión y negociación diplomática, el estamento castrense y policial no cuenta y mucho menos cuando se habla de los retos del posconflicto. Resulta injusto y aberrante que tengamos políticos y líderes que desconocen en forma tan grave la función básica de las Fuerzas Armadas en la sociedad. Los soldados que portan armas en un Estado organizado tienen la misión fundamental de prevenir la guerra. La función militar es eminentemente disuasiva y pacifista. La sociedad civil no les da las armas a los soldados para que salgan a emplearlas contra los civiles y menos en las discordias políticas, por cuanto hacer eso sería contrario a la institucionalidad y claramente delirante. Ya sabe el país en qué terminan las discusiones políticas entre elementos armados, como lo estamos viendo en estos momentos en el Medio Oriente, en donde al desaparecer el Estado como el portador legítimo de las armas y supremo encargado de ejercer el uso de la fuerza, las bandas anarquizadas y radicales degeneran en grupúsculos violentos sin dios ni ley. Y qué decir del caso de Libia, en donde la sangre corre todos los días en medio de las constantes balaceras y las bandas de irregulares azotan a los habitantes que sobreviven en medio del terror y la degradación compulsiva de la sociedad.
La disciplina y el sentido de sacrificio de nuestras Fuerzas Armadas, como su valor y estrategia, han sido decisivos para reducir la capacidad militar y terrorista de las Farc, golpear a su cúpula y empujar sus contingentes a sus guaridas en las selvas y montañas. Ya son muy lejanos los tiempos de amenazas como las que lanzaba el ‘Mono Jojoy’ en torno de tomarse por asalto las ciudades y los centros del poder. Hoy por hoy la situación de los subversivos, tanto de las Farc como de otros grupos armados ilegales, es precaria. Apenas si actúan en pequeñas cuadrillas y atacando de cuando en cuando con el típico estilo de la pulga que pica y se va. Muchos de sus frentes difícilmente consiguen sobrevivir a la presión militar y dar señas de que subsisten. Es claro que, con lucidez, el Gobierno ha justificado su estrategia negociadora con la guerrilla, como una forma de ahorrar a los colombianos más sacrificios y las muertes de tantos inocentes civiles así como de quienes combaten. Al pensar lo que le ha costado en recursos al Estado la guerra, es elemental considerar que esos fondos millonarios que por décadas se han consumido en enfrentar la amenaza violenta, habrían sido decisivos, de no existir los alzados en armas, para afianzar el progreso y el papel que merece Colombia en el concierto internacional.
Las Fuerzas Armadas han debido intervenir en el conflicto interno al ser desbordada la capacidad policial para enfrentar la insurgencia. La guerra se recrudece en el momento que la subversión entra al narcotráfico. Fracasado el comunismo, hoy por hoy la confrontación interna es un anacronismo, pues no tiene razón de ser ni se justifica desde el punto de vista ideológico.
El papel de las Fuerzas Armadas para garantizar el orden público en las zonas más vulnerables y periféricas del país, es esencial. Gracias a su sacrificio y vigilia permanentes, nuestros valles, montañas y ciudades no están en llamas. Gracias a la lealtad castrense y el respeto a la ley y la defensa de los valores democráticos, Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Policía son los mayores garantes de la negociación que se adelante para erradicar la violencia y abrir más espacios a la civilidad.
Pese a los intentos de algunos sectores para crear fisuras en el estamento castrense y policial, lo cierto es que la lealtad, disciplina y respeto a las leyes por parte de nuestras tropas, desde sus comandantes hasta el último soldado en la escala jerárquica, las ha llevado a convertirse en la columna que sustenta el Estado de derecho y la democracia. Y ha sido ese respaldo inconmovible y valioso de sus oficiales y soldados, lo que le permite el Gobierno negociar la paz con posición fuerte en La Habana.