De la aldea a la urbe
Urbanizadores piratas y arborización
Es relativamente poco lo que se hace en Colombia para humanizar las ciudades, pese a que la gran mayoría de la población nace, vive y se desarrolla en las mismas. Las altas tasas de natalidad modifican el entorno e impulsan enormes cambios en la dinámica citadina, a veces de forma brutal. El crecimiento vegetativo de las urbes también es presionado por los miles de personas que llegan huyendo de la violencia, en busca de oportunidades. Un alud de familias desarraigadas que en su momento fueron propietarias de unos metros de tierra que les permitían obtener una precaria subsistencia, pero que al multiplicarse en varias generaciones ese pequeño espacio no alcanzó y debieron partir a buscar suerte en las aglomeraciones de cemento y ladrillo, donde las luces de neón los deslumbran y a las que llegan con la esperanza de obtener una vida mejor. Las cordilleras, los grandes ríos y las selvas eran inicialmente un gran obstáculo para el desarrollo, que en gran medida fue vencido por la raza antioqueña que se lanza durante la República a explorar muchas zonas del país, continuando así la labor de los colonizadores españoles y criollos de los tiempos del imperio español. Se olvida con demasiada frecuencia que gran parte de los fundadores de pueblos fueron hijos de españoles nacidos en el denominado Nuevo Mundo.
Ese tipo de colonización a la española tenía una enorme ventaja: se hacía dentro de ciertos conceptos de planificación urbana, que atendían a las peculiaridades del lugar, la seguridad, el clima, los vientos, las fuentes de agua cercanas, la tierra que debía producir los alimentos, la escuela, la Iglesia, el Cabildo, la administración y las posibilidades comerciales, entre muchos otros aspectos. Por lo mismo, lo primero era bendecir el lugar del futuro poblado y luego se cuadriculaba con la finalidad de obtener un desarrollo armónico por manzanas. Todo ello hizo posible que poco a poco se erigieran cabeceras poblacionales en los puertos y en el interior, que en poco tiempo se convierten en centros urbanos que rivalizan en tamaño con los de otras regiones del mundo que habían durado siglos en madurar.
Aún así no solamente se trata de un crecimiento vegetativo, en lo espiritual la parte sur de América sorprende a la vieja Europa y los países civilizados más antiguos, con ciudades como Potosí que llegó a ser tenida por muchos como la más grande del mundo, por el atractivo de su riqueza, que parecía inconmensurable. Aún así, Santa Fe de Bogotá, capital del Virreinato, sería, en cierta forma, aldeana, quizá hasta la llegada del Libertador Simón Bolívar, con los oficiales venezolanos, la Legión Británica y soldados de Francia, otras regiones de Europa y del resto de Hispanoamérica.
Y, curiosamente, es el Libertador el que dicta el primer decreto sobre arborización en el país, convencido de la necesidad de proteger el medio ambiente. Por supuesto, como suele ocurrir, sus sucesores olvidaron esa importante disposición y se dedicaron a la tala de árboles sin reponerlos, en busca de madera que se usaba para cocinar y en carpintería. Unos pocos visionarios siguieron el ejemplo de Bolívar en torno a defender la naturaleza, así como de traer del exterior plantas y vegetales apropiados para estas regiones, junto a toda clase de animales que hacen la vida de mejor calidad. Así, de estas regiones salió la papa que salvó de la hambruna a Europa, junto con otros alimentos y materias primas que los enriquecieron.
Quizá por el exceso de tierra no se desarrolla entre nosotros la cultura de defender la naturaleza. Los depredadores explotan, muchas veces ilegalmente, gran parte del país. Es de alabar al Gobierno nacional por las valiosas decisiones sobre protección de humedales y zonas de reserva adoptadas en los últimos días. También se debe apoyar las determinaciones de la Alcaldía de Bogotá sobre protección del entorno, particularmente de los cerros. Por años y años esas zonas, que eran propiedad de la ciudad o del Estado, fueron asaltadas o compradas por urbanizadores piratas y de toda laya, que dinamitaron los cerros, habilitando canteras y después urbanizaron los áridos terrenos. En el gobierno de Enrique Olaya Herrera se había decretado que los cerros tutelares de la ciudad, hasta cerca del castillo Marroquín, debían convertirse en el parque longitudinal más largo del mundo. Un proyecto maravilloso que quedó en el cesto de basura por cuenta de los políticos corruptos y los invasores, quienes finalmente se adueñaron de los cerros que deben ser patrimonio común de la ciudad. En oportuna medida ahora se dispone arborizar y expulsar a los que tengan construcciones ilegales en esas montañas. Medidas protectoras del medio ambiente como esa merecen el apoyo de todos los bogotanos.