Se afianza la cultura del atajo
Cuando el Plan es todo, menos eso…
Seguiremos diciendo, una y otra vez, que la planeación como hoy está contemplada en el Plan Nacional de Desarrollo, nada tiene que ver con el espíritu y la lucha que dio Álvaro Gómez para disciplinar los recursos estatales y orientar los propósitos nacionales. Porque cuando se atiborran incisos por la puerta de atrás del Plan; cuando se soslaya el procedimiento natural y la ilustración debida en la abrupta reforma de al menos 50 leyes sin unidad de materia alguna; cuando lo que hay es un toma y dame de proyectos y favores entre gobierno y parlamentarios, lo que se está fomentando es la cultura del atajo. Y eso fue precisamente lo que se prometió evitar, no sólo con el símbolo que supuestamente significó la adhesión de Antanas Mockus a la campaña presidencial, sino porque asimismo, cuando hoy el país tiene presos del más alto nivel por la espuria compraventa de respaldos congresionales, es como si el Ejecutivo y el Legislativo no hubieran sacado del fallo saldo pedagógico ninguno. Nada vale, pues, la tan cacareada sentencia sobre los mecanismos anómalos que se usaron para implantar la figura de la reelección presidencial inmediata si ella ha de ser simple chivo expiatorio para un caso particular y no dictamen general que advierte sobre la distorsión de los métodos políticos del buen gobierno.
De hecho, habíamos señalado en editorial pasado que era la hora de poner bajo escrutinio público los llamados “cupos indicativos”. Así se dijo, también, en la campaña presidencial pues si alguna forma de compartir la iniciativa del gasto entre el Ejecutivo y el Legislativo es válida, no es por supuesto bajo debates furtivos, ni mucho menos dejando que aquello sea correa de transmisión para la corrupción en el carrusel de contratos entre parlamentarios, gobernadores y alcaldes. Y si acaso los “cupos” tienen lugar sólo podrían llevarse a cabo, en el capítulo plurianual de inversiones, a través de un estricto régimen institucional, con la previa participación de las comunidades, el control de la Procuraduría, el seguimiento decidido de la Contraloría y veedurías ciudadanas claramente facultadas, incluyendo fuerzas vivas diferentes al espectro parlamentario. Entre tanto debe haber una moratoria de los “cupos”. Porque así, al garete de las proposiciones y la piñata de aprobaciones, por lo demás sin la presentación técnica inmediata y legal, es la demostración preclara de que, no solo la planeación es una pantomima, sino de que los tales “cupos” permanecen como cañaduzales y alambique de la melaza a borbotones, inclusive con mano preferente sobre las elecciones regionales y de una vez las subrepticias previsiones hacia las parlamentarias.
Si se van a repartir entre uno y dos billones de pesos en los invisibles y amorfos proyectos de los parlamentarios, ¿por qué no se paga primero a los maestros que naufragan entre pírricos salarios que en modo alguno se compadecen con su oficio? ¿Por qué los jueces, próximos a nuevo paro, no tienen las mismas consideraciones? ¿Cuál será la opinión de quienes, en el sector agrícola, aún esperan los saldos prometidos? ¿Existe algún sentido de la planeación cuando precisamente se están priorizando los elementos secundarios y dejando a un lado las prelaciones? ¿No es ello, precisamente, el peor síntoma de la clientelización y la indisciplina institucionalizada? Bien dice la periodista María Isabel Rueda que a lo menos el ministro de Hacienda debería publicar el registro de las solicitudes y saberse a ciencia cierta si al estampar su firma está dando vía libre a algún proyecto ineludible o si está, más bien, aceitando los atajos. Para que se vea, ciertamente, cuánto de todo lo que allí se pide, salvo contadas excepciones, es fruto del “yo te doy y tú me das” en que por desgracia amenaza en convertirse el Plan de Desarrollo y que no puede ser el receptáculo para pagar favores o aceptar intempestivos caprichos, como si fuera poco, en medio de la incertidumbre y el desmayo económico.
De hecho, el mismo Plan, más que ese nombre, debería recibir el de la tan negada “Constituyente”, puesto que allí se hace y se deshace con cuanta norma parezca estorbosa, desde las agrícolas, ambientales, mineras hasta las mismas de la lotería. Lo que, claro está, no es planeación, sino legislación a lo que dicte la coyuntura. Y mal haría la opinión pública en dejar pasar, así como así, las maniobras en la neblina inflamada en cada pupitrazo.